Sophia Rosenfeld, historiadora: “Hay un discurso en EE.UU. de que las universidades son malos lugares”

Sophia Rosenfeld
La historiadora estadounidense Sophia Rosenfeld.

Académica de la U. de Pennsylvania y experta en libertad de expresión, Rosenfeld plantea que en el último año ha habido un cambio respecto a la cultura de la cancelación: “Los estudiantes de izquierda ahora dicen ‘tenemos que ser libres de decir lo que queramos sobre Gaza’. Y voces de derecha comienzan a decir ‘sí, pero están acosando a los judíos’”.


“Doy una clase sobre libertad de expresión. Mis alumnos pueden mostrarnos el camino a seguir”, se tituló la columna que la historiadora Sophia Rosenfeld publicó en The New York Times en diciembre pasado. Su tribuna causó revuelo y esperanza.

En medio de tiempos muy agitados en los campus universitarios, acusaciones de antisemitismo, protestas pro palestinas con acampes, desalojos, renuncias de rectoras de tres universidades, la académica de la Universidad de Pennsylvania contó cómo había logrado que sus alumnos pudieran hablar y debatir respetuosamente acerca de tópicos muy complejos, incluida la guerra en Gaza. Profesora de historia intelectual y cultural de Europa y América, con especial énfasis en la Ilustración y el siglo de las revoluciones transatlánticas, conversa vía Zoom con La Tercera justamente sobre libertad de expresión, democracia y diálogo en un contexto polarizado. Sabe de lo que habla: es autora, entre otros libros, de Democracy and Truth: A Short History (2019), y su nueva obra saldrá el próximo año bajo el nombre de The Age of Choice: A History of Freedom in Modern Life.

¿Cómo crea condiciones para el diálogo como profesora?

Para partir, no les digo a los estudiantes miren, aquí hay un tema, la guerra en Gaza: debatan. Eso es inútil. Se gritarán el uno al otro, o se sentirán tan intimidados que no dirán nada. Pero se les puede enseñar cómo basarse en hechos, cómo llegar a algún acuerdo, al menos, sobre lo que pasó, y luego las personas pueden expresar en qué se basa su diferencia de opinión, explicando qué elementos traen al debate. ¿Es un conjunto de valores, un conjunto de cuestiones de identidad, un conjunto de objetivos políticos? A través de explicar esos motivos, podemos enseñarles a los estudiantes una combinación de saludable escepticismo ante las ideas recibidas, pero también cierta noción de cómo saber si su información es verificable y verdadera. Se trata de medidas pequeñas, pero muy importantes en un entorno en el que se necesitarán algunos cambios estructurales muy grandes para tener conversaciones realmente más significativas.

Muchos campus universitarios están muy tensionados, en todas partes…

Hay un discurso en Estados Unidos hoy de que las universidades son malos lugares, donde la gente es adoctrinada en ciertas ideas, o que (los estudiantes) son tan sensibles que no se puede hablar de nada. Hay todo tipo de estereotipos negativos, que no creo que sean realmente ciertos. Sí, por supuesto, hay algunos estudiantes que protestan como parte de lo que significa ser estudiante en todo el mundo. Son las personas que aprenden sobre política protestando. Dicho eso, se puede estructurar una conversación, por ejemplo, relevando la humanidad de las personas, independientemente de si son palestinos o israelíes. Eso sería un punto de partida común. Si estamos de acuerdo en que es importante proteger todas las vidas, que nadie debería morir de hambre o ser asesinado, ¿cómo podríamos pensar un futuro más justo para los palestinos?, ¿serían dos Estados, o una solución de un solo Estado? Esa es una cuestión política que se podría debatir, una vez que se haya acordado la premisa de que todas las vidas humanas importan. Si alguien va a argumentar lo contrario, bueno, entonces será una conversación muy difícil. Pero tan pronto como puedas llegar a algún tipo de línea base, y puedas explicar las circunstancias históricas por las que estas dos poblaciones se encuentran en el mismo territorio, entonces probablemente puedas tener una conversación. Una conversación en la que no preguntes a las personas cómo se sienten -por ejemplo, ¿te sientes más identificado con un lado que con el otro?-, sino que les preguntes, políticamente, cómo visualizan o proyectan una solución. O, en términos de equidad y justicia, cuál sería una solución que satisfaga las necesidades y prioridades de ambos lados.

Columbia
Protesta estudiantil en Columbia, el 29 de abril. Foto: Reuters

¿Cómo proteger la libertad de expresión -su especialidad- en ese contexto?

Mi propia premisa es que la libertad de expresión es una parte muy esencial de las democracias por todas las razones que probablemente no tengo que contarle a una periodista. Pero eso no significa que la libertad de expresión tenga que ser una especie de “free for all”, donde todo el mundo simplemente grite cosas. También podemos imaginar algún tipo de reglas que permitan conversaciones estructuradas. Y por eso creo que las instituciones a veces pueden ayudarnos. Conversaciones en las que hay respeto por la otra persona, donde hay un compromiso con la verdad y los hechos como fundamento, en que hay algún tipo de confianza. Y esos son principios democráticos básicos de todos modos. Para que la democracia funcione necesitamos algunos acuerdos sobre reglas, cierto respeto por la verdad y cierto sentido de solidaridad. Algún sentido de que incluso las personas con las que no te identificas y que no te agradan son humanas y su destino te importa.

¿Qué otros valores son clave para la democracia? Usted habló ahora de la solidaridad; algunos le dirán que no es esencial para la democracia, o no tanto como la libertad, por ejemplo.

Acabo de terminar de escribir un libro acerca de eso. Y en el mundo moderno a menudo llegamos a la idea de que libertad significa tener la mayor cantidad de opciones individuales posibles. Que cuanto mayor sea tu menú de opciones, más libre serás. Y eso tiene algunas ventajas, ha ayudado a algunas personas a lograr avances, pero ciertamente es una visión limitada de la libertad. Mi opinión sobre la democracia es que sí, hay ciertas cosas estructurales que hacen que una nación sea más o menos democrática, y eso tiene que ver con elecciones periódicas, abiertas y justas, en las que hay gobierno de la mayoría, por un lado, y protección por las libertades civiles de los individuos, del otro. Esas son las dos cosas clásicas que existen en una democracia moderna. Dicho esto, creo que hay algunos valores que deben ser defendidos universalmente, de los que no hablamos mucho hasta que están en crisis. Ni siquiera los percibimos como valores hasta que los ponemos a prueba. Y esto es cierto en las democracias de todo el mundo hoy, sea en Brasil, India o Estados Unidos.

¿Cuáles?

Uno de ellos es el compromiso de admitir algún tipo de verdad fáctica, para que podamos confiar y trabajar juntos. Otra es la aceptación de que existen reglas, reglas que tal vez hicimos colectivamente. Por ejemplo: conceder una elección cuando se pierde. No se puede participar en elecciones y luego decir que fueron injustas y dar un golpe de Estado. El tercero es tener cierto sentido de solidaridad. Tal vez no tengamos que alcanzar el nivel de la fraternidad, pero sentir que importa que (a los demás) les vaya mejor y que te preocupa su destino. Si lees que a alguien que no conoces le pasó algo terrible, tiene que importarte que murió en un incendio porque vivía en una vivienda precaria, por ejemplo. Debería ser motivo de alarma, incluso si no conoces a estas personas y no tienes una conexión con ellas. Creo que la polarización política y algunas formas de políticas identitarias nos han llevado muy lejos de eso, a que solo algunas personas importen. Esa no es una base adecuada para la democracia. Y hay que poder ver a la oposición -siempre que se respeten las reglas democráticas- a lo menos como una oposición leal. Puedes odiar su política, pero no puedes considerarlos traidores o infrahumanos, o algo que signifique que están fuera del juego político.

Trump
Seguidores de Donald Trump, en Palm Beach, Florida, el 30 de mayo. Foto: Reuters

Después de Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, que han utilizado la desinformación como arma política, ¿cómo se debe proteger la libertad de expresión?

En cierto modo, esa es la pregunta más complicada que existe. La mayor parte de las ideas sobre la libertad de expresión son, en realidad, un proyecto del siglo XX. Es cierto que hay leyes de libertad de expresión aprobadas en el siglo XVIII, las primeras en Suecia y Dinamarca. Pero son muy básicas: simplemente dicen que existe el derecho a la libertad de prensa y el derecho a la libre expresión, y está muy poco definido. En el siglo XX, los tribunales de todo el mundo (India es un gran ejemplo, al igual que Estados Unidos) han tratado de encontrar cómo se puede mantener unido a un país y permitir la libre expresión. Estados Unidos se caracteriza por tener parámetros particularmente amplios para la expresión; muchas cosas que están prohibidas en otros lugares se pueden decir en Estados Unidos. Pero incluso aquí hay cosas que no puedes decir.

¿Qué, por ejemplo?

Publicidad engañosa, por ejemplo. Sería ilegal, por ejemplo, cocinar algo en mi casa y hacer un aviso diciendo que cura el cáncer, porque es mentira y porque es peligroso promover esa mentira. Así que regulamos bastante este tipo de discurso, lo que no regulamos -y con razón- es el discurso político, a diferencia del discurso comercial o de algún otro tipo. No soy una absolutista de la libertad de expresión, y no creo que nadie pueda serlo realmente, porque si los presionas, todos dirán: no quise decir que pudieras aparecer en la televisión y alentar el terrorismo. Así que siempre hay algunas cosas que no puedes decir, y siempre algunas circunstancias en las que no puedes decirlas. Y esa será la naturaleza de la libertad de expresión incluso en las culturas más permisivas a la expresión, como Estados Unidos. La parte más difícil es qué hacer con el discurso político que es extremo (por ejemplo, que apoya un golpe de Estado militar, acciones fuera de los marcos democráticos) o que es simplemente falso, como Trump. Él dijo hace poco, por ejemplo, que las fuerzas pro aborto están a favor de ejecutar a los bebés después de nacer... Esa es la parte más difícil, porque los principios de libertad de expresión en cualquier lugar realmente no regulan eso. Incluso el ejemplo alemán es solo para un tipo particular de discurso.

¿Hay solución, o regular es peor?

Probablemente, hay que dar al discurso político un margen de maniobra realmente amplio, pues probablemente sea más peligroso prohibir cierto tipo de expresiones que no prohibirlas. Es peligroso empezar a decir qué ideas políticas se pueden expresar y cuáles no. ...Pero dicho esto, tiene que haber una contraindustria que siempre esté llamando a la corrección y denunciando los discursos extremos. Lo que hay ahora es un poco como el wild west, casi todo vale, y hemos visto lo negativo que es esto. Y no estoy abogando por la censura estatal, pero en Europa hay algunas leyes que responsabilizan a las empresas de internet cuando suceden cosas malas como resultado de un post. No tenemos nada parecido en EE. UU., y no se aprobará pronto, pero sería una buena idea.

¿Qué opina de lo que se llama cultura de cancelación en las universidades?

Hay dos cosas interesantes aquí. Una es que ha habido una especie de cambio en el último año. Hasta la guerra, lo que llamamos cultura de la cancelación (“no puedes invitar a ese orador, no puedes decir esto, no puedes decir aquello”) yo diría que procedía en gran medida de estudiantes de tendencia izquierdista. Por ejemplo, diciendo que no podemos tener un debate sobre el matrimonio homosexual porque es ofensivo para los estudiantes homosexuales, que cuestiona su identidad. Esta era una posición de izquierda, y la derecha, en cambio, estaba totalmente a favor de la libertad de expresión, diciendo que así no se estaba permitiendo una gama lo bastante amplia de ideas en el entorno universitario. Luego llegó al otoño y hubo un switch. Los estudiantes de izquierda (ahora) dicen: tenemos que ser libres de decir lo que queramos sobre la guerra en Gaza, poder protestar y decir “desde el río hasta el mar” cuando queramos. Y voces de derecha comenzaron a decir “sí, pero están acosando a los judíos”, este es un discurso ofensivo cuando se trata de voces judías. Esto ha sido una sorpresa para muchas personas, que dicen que todavía están a favor de la libertad de expresión pero no en este caso, o que todavía piensan que debemos tener cuidado en proteger a las minorías, pero a estas minorías más que a estas otras minorías… Así que ha habido mucho tipo de doble discurso en torno a esto. Mi propia opinión es que este switch debería ilustrar, en primer lugar, la importancia de mantener en todo momento la libertad de expresión de modo muy amplio. No me refiero a un discurso que sea puramente odioso, no hay lugar para eso…

¿Pero qué se hace con el argumento de que se ofende a ciertos estudiantes?

Mi posición es que si eres un estudiante gay, y escuchar sobre el matrimonio homosexual te hace sentir incómodo, creo que debes vivir con eso, pues es el precio de vivir en un ambiente en el que hay política democrática, te guste o no. Pero le diría lo mismo a un estudiante judío o palestino, que tiene que escuchar los argumentos de ambas partes, o de varias. No se puede ser tan delicado como para no poder escuchar estos argumentos, incluso si a veces son una fachada para el antisemitismo, la islamofobia o la homofobia. No es agradable, pero es algo con lo que probablemente tengamos que vivir, porque, de lo contrario, habremos limitado el debate político activo. Así que lo mejor que pueden hacer las universidades es enseñar a la gente a hablar de manera respetuosa sobre estos temas, en términos menos hostiles.

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