“La centroderecha inicia su propia travesía del desierto con este nuevo ciclo; no hay liderazgos visibles. La pregunta de fondo es cómo una coalición que estaba avanzando hacia el centro termina apoyando al candidato de la derecha radical”. Es una de las tantas ramas de la reflexión que acá desgrana Stéphanie Alenda, ahora que la pesada verdad le ha vuelto a caer encima a este sector en que ella es experta.
La doctora en sociología y académica de la Unab, autora del libro Anatomía de la derecha chilena: Estado, mercado y valores en tiempos de cambio (Fondo de Cultura Económica, 2020) ve que la flamante oposición -que regresa a ese rincón por segunda vez en ocho años, pero ahora con otro sabor- sigue siendo una fuerza reactiva antes que proactiva y a la que le falta hurgar en lo que ha pasado en los últimos años.
Ah, y no culpa de todo a Sebastián Piñera.
¿No es el drama constante de la derecha tratar de renovarse y nunca poder lograrlo de verdad?
Hay trabas estructurales en la coalición que impiden esa renovación; el choque entre este núcleo duro, doctrinario, que reacciona a todo lo que pueda aparecer como un desdibujamiento de la identidad. En el discurso de los “cómplices pasivos” al final de Piñera I, hay apropiación de temas que no son usuales para la derecha. Es una primera etapa de la influencia de Rodrigo Hinzpeter y de varios otros, en que se trata de configurar una derecha más moderna, totalmente desligada de los atropellos a los derechos humanos, pero a la vez admiradora de la modernización económica impulsada por los Chicago Boys. Hay una ambigüedad fundacional ahí.
¿En qué situación deja a Piñera la derecha?
Daniel Mansuy decía en una entrevista que dejaba un desierto tras él. Tal vez sea un poco duro. La deja ad portas de una travesía del desierto, ante la necesidad de una autocrítica sobre la incapacidad que tuvo de impulsar un proyecto de renovación que logre convocar a las diferentes sensibilidades internas. Pero había limitaciones estructurales a eso, que refleja esta incongruencia entre moderación a nivel programático para construir un proyecto de mayoría y llegar al gobierno, y posiciones más duras que se mantenían. No desconocería ciertos avances: cuando Piñera es electo en 2010, es la derecha “liberal” que se instala en el poder. Es como si la moderación se hubiese quedado en la superficie.
En la superficie.
Me refiero a estas trabas estructurales; no es solamente Piñera el problema de fondo. Hay trabas estructurales identificables que impidieron que ese proyecto se fuera construyendo, se notan a través de todas las resistencias que hubo en diferentes momentos. Por ejemplo, el no soltar la billetera fiscal en Piñera II durante la pandemia.
La derecha padece en minoría el proceso constituyente, consecuencia del 18/O. ¿Qué impacto tienen ahí las cartas que se jugó Piñera entonces?
Es complicado. Puedes decir: “Entregó la Constitución, por lo tanto con esto se debilitó...”. Sí, pero ¿cuál era la alternativa? No había otra opción. Hay un contexto que obligó a un sector de la derecha a pensar fuera de la caja, lo primero fue el acuerdo de noviembre. Y no tenía opción. Fueron una serie de eventos que -de nuevo obligaron a la derecha a reaccionar. La tomó desprevenida, sin un proyecto; nadie podía prever el estallido social, pero uno sí podía interpretar el malestar social como, al menos en parte, el resultado de las fallas del modelo económico vigente.
No tenía opción ¿no? La otra era haber sacado a los militares esa noche y habría sido otra historia.
Tal cual.
O sea que cuando uno oye a parte de la derecha reclamarle a Piñera que “entregó la Constitución”, o que fue un “traidor”, ¿ha sido injusta con él o no?
Sí. Ha sido injusta en la medida en que hace descansar el foco de la crítica en él. Por supuesto, de un presidente se espera que lidere una coalición. Pero es olvidar que todo eso sucedió en un contexto extraordinario, una coyuntura crítica, que obligó al gobierno a seguir una ruta diametralmente opuesta a sus posiciones iniciales, de defender la Constitución del 80 y relanzar el crecimiento reforzando el modelo, mediante una reducción de los impuestos a las empresas.
¿Qué tanto puede quejarse cierta derecha, si todo el sector llevó candidatos a la elección de constituyentes y no llegó al tercio?
Sí, claro. Pero ese resultado hay que reubicarlo en la segunda etapa de Piñera II, en que seguían en la obsesión macroeconómica de la ortodoxia presupuestaria y al mismo tiempo se anunciaban las penas del infierno si es que avanzaba el proyecto del retiro del 10%, dejando a la gente desprotegida frente a la pandemia. Esa elección, más allá de los independientes que pudieron restar votos a la derecha, ocurre bajo mucha desafección hacia el sector activada también desde fuera de la coalición, por un José Antonio Kast que instala la idea de una centroderecha claudicante que cedió ante la izquierda. Es simplista concentrar todas las críticas en una sola persona.
¿Por qué?
Fue un contexto de excepcional complejidad, hay dimensiones estructurales y una cultura política en la coalición que conlleva resistencias al cambio. Se quedaron en ciertos indicadores objetivos sin tomarle el peso al malestar subjetivo de una ciudadanía que quería prestaciones de un país de primer mundo. En este sentido la tesis de la modernización era la correcta, solo que entraba en conflicto con las subjetividades.
Entonces, ¿qué chances de rearmarse tiene esta derecha?
Hasta ahora se percibe que su suerte está ligada a los éxitos o fracasos del gobierno de Boric. En los ejes centrales para la ciudadanía en los últimos meses: resolver problemas de orden, seguridad, recuperar el estado de derecho, etcétera. En la medida en que el gobierno de Boric fracase en eso, la derecha podría -de nuevo de manera reactiva- renacer de sus cenizas. El problema es que tienen un líder, José Antonio Kast, que ha sabido encarnar mucho mejor estos valores fundantes de la derecha.
¿Qué tan necesaria es para la derecha una autocrítica, que expectorando sus culpas la lleve a un diagnóstico?
Sí, absolutamente. Falta analizar que un porcentaje no menor de electores de derecha votó por el Apruebo. Falta tomar en serio estos cambios socioculturales que han impactado en los votantes de derecha, que son mucho más liberales en lo valórico, y quieren más Estado.
El electorado de derecha se movió hacia el centro cuando Sebastián Sichel ganó la primaria. Después pasó lo que pasó. ¿Fue flor de un día, los otros candidatos no eran buenos no más? ¿O una chispa de lo que podría hacer la derecha en adelante?
La derecha tiene que ser consciente de los cambios en su electorado, y ya ha demostrado capacidad de poder crecer hacia el centro. Aunque estemos en tiempos polarizados favorables a un proyecto de derecha radical, no hay otro camino que la moderación como base para construir un proyecto verdaderamente renovado. Respecto a la candidatura de Sichel, el hecho de que se haya tenido que optar por un ajeno al sector dice algo. No nació del mismo sector, y éste se plegó porque le fue bien en la primaria. No olvidemos que él era también el candidato de Piñera. Por lo tanto, cuesta ver las posiciones del mismo Piñera como solamente representativas de un núcleo duro doctrinario.
Hasta ahora se percibe que su suerte está ligada a los éxitos o fracasos del gobierno de Boric. En los ejes centrales para la ciudadanía en los últimos meses: resolver problemas de orden, seguridad, recuperar el estado de derecho, etcétera. En la medida en que el gobierno de Boric fracase en eso, la derecha podría -de nuevo de manera reactiva- renacer de sus cenizas. El problema es que tienen un líder, José Antonio Kast, que ha sabido encarnar mucho mejor estos valores fundantes de la derecha.
¿Qué tipo de moderación?
Una en base a la que se construya un verdadero proyecto, no solo una moderación programática, que se quedó más en la estrategia para lograr construir un proyecto de mayoría y llegar al poder. Faltó una narrativa más lúcida capaz de explicar, concientizar sobre el agotamiento del modelo, que ya venía dando señales de estancamiento antes del estallido social. En algún minuto se requería un golpe de timón. En vez de dar ese giro, de construir un discurso de reformismo social profundo, en torno a un modelo económico mucho más social, en vez de hacer eso, la estrategia fue la contraria: adherir a tesis mucho más de derecha en el segundo gobierno Piñera.
¿Cree factible un triunfo del Rechazo?
Con voto obligatorio y el eslogan de “enterremos la Constitución de Pinochet”, veo difícil que gane el rechazo. Ahora, todo eso es muy dinámico. El mensaje que se va a construir en torno a ese voto tan fundamental probablemente ocupará mucho de la retórica. Y toda esta imagen, esta infinidad de nuevos derechos. Entre esto y la Constitución de Pinochet es muy probable que la gente apruebe el nuevo texto. La pregunta es si se logra repetir el 80% del plebiscito por una nueva Constitución.
Dijo que no ve liderazgos.¿Cómo lee lo que pasó en el sector cuando el secretario general de RN pidió “atrofiar” al gobierno de Boric?
De nuevo, deja la sensación de ausencia propositiva. Cuando el único argumento es debilitar al adversario y no tener ninguna alternativa o contrapropuesta articulada y defendida por alguien que tenga una visión, una épica. Un poco lo que tuvo José Antonio Kast. Uno puede estar totalmente en desacuerdo con lo que planteó, tenía un proyecto claro, en la línea de las derechas radicales en el mundo. En el ejemplo de Diego Schalper que das hay un vacío. Pero a su vez, ese vacío va más allá de Schalper. Es revelador de un fracaso que va mucho más allá de un personaje. Que se debe a una cultura política, a una tradición política y a cierta visión. Esta visión doctrinaria hay que entenderla, la de Cristián Larroulet, de los grupos más ortodoxos, que han tenido mucha influencia en la defensa del modelo.