El 28 de enero de 2021, tres niñas venezolanas de 12 años asumieron la misión de llegar a Santiago de Chile desde Caracas. El riesgo era alto, pero el empuje de sus familiares para que tuvieran una mejor vida pudo más. Así, comenzaron un camino a través de rutas para tráficos de migrantes por tierra, pasando por Colombia, Ecuador y finalmente Perú, donde los ‘coyotes’ que las guiaban las expusieron, entre otras cosas, a que cruzaran un río sobre unos colchones inflables, hasta llegar a Lima.
En la capital peruana la espera fue extensa, pero avanzaron. Eso hasta que el 10 de marzo recibieron instrucciones de un ‘coyote’: “Son 400 dólares más y llegan a Santiago”, les dijeron. No había otra opción y sus padres transfirieron el dinero por Western Union. Estando en el terminal de buses se encontraron con otro ‘coyote’, que les señaló que debían seguir con otro guía que se haría responsable de trasladarlas hasta Santiago.
Pero antes debieron viajar a Bolivia. En un terminal en La Paz las recibió una mujer. Fue ahí que escucharon por primera vez un nombre que no olvidarían: “No se bajan del furgón hasta que el ‘Estrella’ les dé la orden”.
El periplo siguió hasta el poblado boliviano de Pisiga, en la frontera con Chile, donde las transportaron hasta un hotel con vidrios polarizados cerca de la aduana chilena. “Soy ‘Águila’ y soy esquizofrénico. Si no me hacen caso me vuelo loco y alguien acá puede resultar herido”, les dijo Juan Trejo, quien exhibía un arma en su espalda, sujetada con su cinturón.
Las tres niñas acataron todo. No tenían otra opción, ya estaban cerca del objetivo y el miedo y el largo periplo desde Venezuela parecían cada vez más lejos. Eran las 21:00 y en eso apareció el “Estrella”, quien les impartió unas instrucciones: tenían que salir y cruzar “ahora” la frontera, pero sin ellos. Para aquello había otros designados, que las guiaron junto a otro grupo de migrantes. Sin embargo, al acercarse a Chile fueron detectados por Carabineros. Esto generó una huida masiva y las tres niñas lograron zafar, volviendo al hotel en Pisiga.
La angustia se transformó en algo que, reconocen a los investigadores, cambió todo. El “Águila” y el “Estrella” fueron claros: “¡Por culpa de ustedes nos descubrieron!”. Eso provocó otra escena inolvidable para las menores, una de las cuales relata: “Había una mujer que viajaba con un bebé, intentaron arrebatárselo para asfixiarlo ya que estaba llorando. Toda esta situación generó más temor, ya que notamos que se trataba de sujetos peligrosos”. Hoy las menores se encuentran en Chile en calidad de testigos protegidos del caso.
El “Estrella” era Carlos González Vaca, líder del Tren de Aragua en Chile, quien a fines de 2020 pisó por primera vez territorio nacional. Hoy junto a otros 11 acusados arriesgan 200 años de cárcel, en uno de los procesos judiciales más relevantes que mantiene el Ministerio Público -y el Ministerio del Interior como querellantes- en su cruzada contra el crimen organizado.
El “Águila”, en tanto, era Juan Trejo Varguilla, quien es sindicato por la PDI y la Fiscalía Regional de Tarapacá como uno de los cuatro “encargados de logística” de la organización. Los once imputados –todos presos en distintos penales del país– son parte de la preparación de juicio oral del caso, el cual comenzó este lunes en Tarapacá y asoma como un verdadero hito judicial en tribunales.
Una “megabanda”
Fue a fines de 2020 que los integrantes del Tren de Aragua se instalaron en Chile, y el primero en llegar fue su jefe, el “Estrella”. Eso, para liderar una masiva organización criminal que ha protagonizado violentos hechos delictuales. El último, la ejecución del secuestro y homicidio del teniente venezolano Ronald Ojeda.
Un informe de la PDI –al que tuvo acceso La Tercera– define a este grupo como una “megabanda”, con un “centenar de integrantes, con un núcleo articulador” que ha logrado “el objetivo común de dominar territorialmente la zona”.
El análisis de la policía se remonta a los orígenes del grupo, el cual proviene del estado de Aragua, en Venezuela, donde sus centros de coordinación se encuentran en el barrio de San Vicente y en la cárcel de la ciudad, conocida como “Tocorón”, y donde está su líder: Héctor Rutherford Guerrero Flores, alias el “Niño Guerrero”.
“Producto de la crisis en Venezuela, las megabandas han migrado por todo Sudamérica, con el objetivo de expandir su control territorial. Inicialmente hacia Colombia y Brasil y posteriormente a Ecuador y Perú. A partir de 2020 mantiene presencia en la frontera norte de Chile”, resume el informe de la PDI.
Además, se consigna que se nutren económicamente de secuestros, sicariatos, tráfico de armas, tráfico y trata de personas, estafas y “vacunas” (protección a negocios legales-ilegales que operan en sus territorios). “El narcotráfico es solo una más de las formas en que obtienen sus ingresos”, se lee en el documento.
Los mandos
Quienes han investigado a esta organización advierten que cuentan con una jerarquía militar para operar. En esa misma línea, la PDI identificó a su jefe, soldados y brazos operativos. Por ejemplo, detectaron que “Estrella” es el cabecilla del grupo en Chile. “Imparte instrucciones a sus subordinados y recibe reportes de todos los delitos que realiza la organización a nivel nacional, como son el tráfico de drogas, tráfico de migrantes, extorsiones (cobro a transportistas y prostitutas) y secuestros”, sostiene el informe.
También participó en actividades de tráfico de migrantes, donde tenía el control territorial en la frontera de Bolivia-Chile, aunque ya en Pisiga captaba a sus víctimas, para luego mantenerlas bajo amenaza en el Hotel España, a cambio del pago de dinero antes de hacerlas ingresar a Chile por pasos no habilitados, ubicados en la frontera.
Su segundo a bordo en el grupo es Hernán Landaeta Garlotti, alias “Satanás”. Su rol es el de “lucero”, es decir, quien “bajo el mando del líder” realiza “funciones como sicario, además participa de amedrentamientos vinculados al cobro de ‘vacunas’ (comisiones) en casos extremos, en que los individuos se resisten a pagar”.
Landaeta Garlotti mantiene dos órdenes de detención por parte de Interpol. Una data del 18 de febrero de 2019 por parte de Venezuela y la otra es de Perú, del 14 de septiembre de 2020. La razón: su vinculación a homicidios calificados en esos países.
En el tercer eslabón aparece Harold Petare, “jefe de plaza” de la organización. “Cumple el rol de lugarteniente de la célula que se encuentra en la Región de Tarapacá”, detalla el análisis de la PDI, agregando que ha tenido participación en secuestros y otros delitos.
Además, mantiene un contacto directo con “Estrella” y también con Juan Carlos Blanco, el “encargado de viajes” de la banda. “Su actividad consiste en ser el encargado del traslado ilegal de migrantes (…). Coordina el cobro de ‘vacunas’ a los transportistas de distintas nacionalidades señalando en ocasiones el cobro ‘que él manda’, los que son realizados por medio de extorsivas”, advierte la PDI.
Para cerrar el “alto mando” del Tren de Aragua están los cuatro “jefes de logística”, cuyo rol es tramitar el pagos de tickets de viaje a las distintas compañías de buses dentro de la región y encargarse de la “recepción de migrantes, de conseguir pasajeros y venta de boletos con dirección a Santiago”, como también del cobro a quienes transportan a los migrantes ilegales por la frontera.
De ahí en más quienes siguen la línea de mando son los “soldados”, que ejecutan las instrucciones del resto, siempre bajo amenaza y una violencia que, advierten los investigadores, es poco habitual en Chile.
Por lo mismo, para el Ministerio Público ha sido una prioridad lograr una sentencia en este caso, pues a su juicio –y tal como se expuso en la acusación ingresada por la Fiscalía Regional de Tarapacá– “su estructura tiende a ser una adaptación de las jerarquías militares. Es así como con esta forma de organización y estructura jerárquica, con férrea disciplina, llegó a Chile, desplegándose en las regiones de Tarapacá y Valparaíso”.
A casi tres años de su irrupción en Chile, el Tren de Aragua se ha hecho prácticamente incontrolable en sus ramas y variaciones. Del grupo que llegó por primera vez emergieron otras “células”, como por ejemplo “Los Gallegos”, y se cree que otra decena de organizaciones que, para quienes indagan este tipo de grupos, radicalizaron la manera de delinquir que se conocía en nuestro país.