Una maternidad bombardeada en Mariupol
Lunes 14 de marzo de 2022. La agencia de noticias estadounidense The Associated Press informa que una mujer embarazada que había sido evacuada en una camilla la semana anterior durante un bombardeo ruso contra una maternidad en Mariupol falleció junto a su bebé. “Las fotografías de la mujer, a quien AP no ha podido identificar, dieron la vuelta al mundo, personificando el horror de un ataque a civiles”, señaló la agencia en ese minuto. The Associated Press agregó: “Ella era una de al menos tres mujeres embarazadas rastreadas por AP en el hospital de maternidad que fue bombardeado el miércoles en la ciudad ucraniana de Mariupol. Las otras dos sobrevivieron, junto con sus hijas recién nacidas”.
Rápidamente, la tragedia dio paso a una confusión. Esto, porque en ese momento también se dieron a conocer imágenes de otra mujer embarazada envuelta en una colcha y con su frente ensangrentada -identificada como Marianna Vyshemirsky- que muchos pensaron era la misma persona de la camilla. Mientras Occidente se horrorizaba por estas fotografías, medios afines al Kremlin aprovecharon el caos para señalar que la mujer de la camilla era Marianna Vyshemirsky, una “actriz” que había montado una puesta en escena en la maternidad. Rusia también dijo que el hospital que fue atacado no estaba operativo.
Tras sobrevivir al ataque, Marianna Vyshemirsky, de 29 años, debió enfrentar una campaña de desinformación que le significó una serie de ataques hostiles contra ella y su familia. Incluso, diplomáticos rusos sugirieron que ella había “interpretado” no a una, sino a dos mujeres diferentes.
En mayo, la BBC entrevistó a Vyshemirsky, quien señaló: “Recibí amenazas de que vendrían a buscarme, de que me matarían y cortarían a mi bebé en pedazos”. Además de confirmar que Rusia efectivamente bombardeó el hospital materno infantil, pese a que no había soldados ucranianos en el lugar, contó que “mi foto fue usada para diseminar mentiras sobre la guerra”.
Un padre se entera de la muerte de su esposa y de sus dos hijos por Twitter
Sábado 5 de marzo de 2022. Rusia había invadido Ucrania apenas nueve días antes, y como muchos ucranianos, Serhiy Perebyinis, de 43 años, estaba sumamente inquieto. Su preocupación tenía un doble motivo: en ese momento se encontraba en Donetsk, en el este del país, cuidando a su madre enferma de Covid-19, mientras que su familia figuraba en Irpin, al oeste de Kiev, es decir, a 785 kilómetros de distancia, a más de 11 horas en auto.
Pese a lo inestable de la situación y a que se hacía muy difícil poder comunicarse por teléfono, Perebyinis logró hablar con su esposa Tetiana. Ella le contó que se encontraba angustiada, ya que no tenían agua ni electricidad después de que su casa fuera alcanzada por disparos. Para protegerse, Tetiana le dijo que se habían refugiado en el sótano junto a sus hijos Mykyta, de 18 años, y Alisa, de nueve, además de sus dos perros, Benz y Cake. “Perdóname que no pueda defenderte”, le dijo Perebyinis. Ella respondió: “No te preocupes, saldré de esto”.
Esa noche, Serhiy apenas pudo conciliar el sueño. Apenas amaneció, volvió a telefonear a su esposa. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Entonces, recurrió a la geolocalización de Google para saber la ubicación exacta de su familia. El celular aparecía en la ruta que une Irpin con Kiev, que en ese momento era blanco de la artillería rusa. La tensión y preocupación invadieron a Perebyinis, que también intentó probar suerte llamando a los teléfonos de sus hijos, pero tampoco obtuvo respuesta. Perebyinis estaba muy unido a su familia: llevaba 21 años casado y conocía a Tetiana desde su adolescencia, ya que estudiaron juntos en el mismo colegio y vivían en el mismo barrio en Donetsk. Fue en la universidad cuando se enamoraron y nunca más se separaron.
Al rato, volvió a revisar la ubicación del teléfono de su esposa, pero la localización de Tetiana había cambiado: ahora aparecía en un hospital en Kiev. Definitivamente algo andaba mal. En un intento desesperado por buscar más información, Perebyinis entró a Twitter. Ahí leyó el mensaje de un usuario que alertaba que “civiles habían recibido disparos durante la evacuación y que una familia había muerto”. Minutos después vio atónito una serie de imágenes de cuerpos sin vida y observó que se trataba de su familia. “Identifiqué a mis hijos por la ropa que traían y sus artículos personales. Ellos murieron instantáneamente. Mi esposa falleció en el hospital 24 horas después. Me quedé solo”, dijo en su momento a La Tercera. La imagen fue portada de The New York Times el 7 de marzo y significó un giro en la cobertura periodística de la guerra en Ucrania. Días después, y tras una campaña en Facebook, Perebyinis dio con el paradero de uno de sus perros que logró sobrevivir. “Lo encontré en una clínica para animales y me estaba esperando. Estuvimos 11 años juntos y tenía esperanza de que al menos uno sobreviviera. Estuvo en terapia y finalmente murió”, lamenta.
“Al comienzo nos daba miedo dormir, pero ahora dejamos de escondernos”
La vida de Alicia, una ucraniana de 20 años, transcurría sin contratiempos en Odesa: estudiaba biotecnología en la Universidad II de Mechniko y habitaba el mismo hogar que sus padres. Cuando comenzó la invasión rusa, los primeros días estuvieron dominados por el estrés y el susto: “Daba miedo apagar las noticias, ducharse, cocinar o quitarse la ropa de abrigo. Daba miedo incluso dormir”.
Para estar alerta y reaccionar a tiempo en caso de que las bombas rusas cayeran en su barrio, con su familia decidieron realizar rondas. Durante el primer mes del conflicto, Alicia y sus padres vivieron invadidos por el temor de la muerte, pero después de un tiempo todo se convirtió en costumbre. “Nos escondíamos de todos los disparos. Después de los primeros 100 días nos acostumbramos y dejamos de escondernos, pero no dejamos de luchar”, cuenta a La Tercera.
A pesar de que se les ofreció escapar al extranjero, la familia rechazó esta opción, ya que no quieren abandonar su “tierra natal”. Incluso, Alicia se ofreció como voluntaria para el Ejército, donde reforzó sus ideales ucranianos.
A causa del conflicto, muchos en Odesa perdieron su trabajo, entre estos la familia de Alicia. Por ese motivo, el padre de la estudiante decidió alistarse en el Ejército. Esto le permitió mantener a su familia, pero también luchar contra las fuerzas rusas.
Pero en el inicio de la guerra, el padre de Alicia falleció producto de un ataque que sufrió su equipo mientras rescataba a civiles. La compañía que comandaba había sido la primera en entrar a la ciudad de Kherson después de su liberación, en noviembre.
“La guerra nos enseñó a vivir como si no hubiera un mañana: nunca sabes cuándo va a llegar el momento, así que te apresuras a hacer lo que antes te aterraba, y amas como si fuera la última vez”, comenta Alicia.
Actualmente, esta joven realiza algunos trabajos esporádicos para intentar suplir los ingresos que recibía su padre. La situación en su localidad, según narra, mejora poco a poco, aunque recientes ataques rusos a infraestructura ucraniana han dejado a su barrio sin electricidad y sin agua por varios días. “No pienso marcharme. Esta es mi tierra, mi hogar, y no tenemos derecho a huir. Debemos luchar por lo que amamos”, afirma.
“Las sirenas 15 veces al día y el miedo nos hicieron abandonar nuestra patria”
Hace un año, en la madrugada del 24 de febrero, unos ruidos extraños, que cada vez se hacían más fuertes, despertaron a Alexandra, de 19 años. A los pocos minutos se dio cuenta de que se trataban de explosiones. “Al cabo de 30 minutos ya nadie dormía en Kiev, sino que veían atónitos el mensaje de Vladimir Putin en el que anunciaba su operación militar especial en Ucrania”, cuenta a La Tercera.
Durante los primeros días del conflicto permaneció en un clóset pequeño, incomunicada de sus padres y amigos. Cuando se trasladó hasta el sótano de su casa, fue testigo de cómo los misiles rusos destruían edificios residenciales y la estación de trenes cerca de su hogar.Sus padres le contaron que incluso frente al hogar familiar pasaron tanques rusos por encima de los autos, en varios casos con pasajeros dentro.
Alexandra tenía muchos planes: había entrado a su primer año de universidad en Kiev y trabajaba como mesera a medio tiempo. “El estrés, el no saber qué pasaría después, las sirenas 15 veces al día, el insomnio debido al miedo y la eterna espera de los misiles, todo esto nos llevó a tomar la decisión de abandonar nuestra patria por un tiempo”, relata.
Fue así que dejó Ucrania junto a su madre y su abuela. “El viaje fue tormentoso. Viajamos a Lviv en un bus por 22 horas, hasta llegar a un tren de evacuación en Polonia, donde estuvimos esperando en el frío de la intemperie por seis horas, y luego otras 21 horas de viaje”, recuerda. “Fueron los tres días más difíciles y aterradores de mi vida. Viajamos casi sin agua, comida o artículos de aseo. En las paradas, los voluntarios se acercaban a nosotros y nos daban alimentos, medicinas y agua”, recuerda.
Alexandra se encuentra actualmente trabajando en un hotel en Alemania, donde ayuda a otros ucranianos con traducciones y otros temas. Pero no ha sido fácil: lleva un año sin ver a su padre ni a sus amigos cercanos.
Un negocio turístico en pleno conflicto
Antes de que Rusia invadiera Ucrania, Olya Skay, de 38 años, dirigía un pequeño negocio de artículos turísticos en Kiev junto a su esposo. Lo suyo era el emprendimiento, además del cuidado de sus dos hijos.
Cuando estalló la guerra y como muchos otros ucranianos entre 18 y 60 años, la pareja de Olya se alistó en el Ejército, mientras que ella se ofreció como voluntaria. A pesar de sus nuevas “funciones” continuó con su emprendimiento, debido a que varias personas dependían de la tienda para mantenerse económicamente. “Sigo llevando mi negocio por el bien de las personas que trabajan para mí y viven de los sueldos que reciben de mí”, cuenta.
Mientras los hijos de la familia no pueden estudiar debido a los ataques y los apagones diarios en su barrio, Olya está decidida a continuar con su emprendimiento: “Es difícil, eso sí, planificar tus asuntos cuando tienes que permanecer escondido todos los días a causa de los ataques aéreos”.
En cuanto a la guerra, vaticina: “El conflicto terminará cuando Rusia deje de existir en su forma actual y con estos dirigentes políticos. De lo contrario, aunque Ucrania expulse a los rusos de sus fronteras, el terror no cesará jamás”.
“Kherson se está convirtiendo en un lugar de casas destruidas”
Pese al sonido de las sirenas que alertan de nuevos ataques, Ivan y su familia suelen levantarse y desayunar reunidos en torno a un televisor donde ven las noticias. El joven de 23 años decidió permanecer en Kherson durante toda la ocupación que se extendió en esta ciudad del sur del país, a orillas del río Dniéper, desde marzo hasta noviembre del año pasado.
Ivan trabajaba como especialista en tecnología y computación cuando comenzó el conflicto, momento en que, impulsado por el miedo de su familia frente a la invasión rusa, empacó sus cosas e intentó sacarlos de la ciudad.
En medio del bombardeo contra Kherson, Ivan decidió crear el movimiento “cinta amarilla”, una agrupación de resistencia contra la ocupación rusa en la que a través de Telegram han organizado protestas colgando cintas amarillas en distintos lugares de la ciudad. Esta práctica se expandió con el tiempo a varias partes del territorio ucraniano. Meses después la organización ganó el premio Sájarov, un galardón sobre derechos humanos entregado por el Parlamento Europeo.
“La idea de crear el movimiento me la planteó un amigo en mi casa, porque realmente pensábamos que nuestros vecinos necesitaban algo como símbolo de esperanza y resistencia”, relata Ivan a La Tercera.
Para este joven ucraniano, la ocupación ha sido especialmente dura: sus hijos han debido estudiar en el sótano, mientras la familia ha debido mantenerse en permanente alerta. “O te despiertas por los misiles rusos o por una sirena de alarma. Hace tiempo que nos olvidamos de los despertadores”, expresa
“Kherson se está convirtiendo poco a poco en una ciudad de casas destruidas”, relata, aunque en las últimas semanas ha visto una mejora en la ciudad, que comienza a reabrirse. La reconstrucción, por ahora, parece algo lejano.
“Hola, hija, estamos en guerra”: una ucraniana atrapada en Suecia
Olga Nikolchuk, de 24 años, se había licenciado como fisioterapeuta y trabajaba a tiempo parcial en un call center en Ucrania. El 19 de febrero de 2022, cinco días antes del inicio de la invasión rusa, viajó a Suecia para visitar a su novio, que en ese momento se encontraba en Estocolmo.
Esta joven tiene fresca la memoria del día en que su situación cambió de manera dramática: el 24 de febrero recibió un mensaje de su madre que la dejó casi sin respiración. “Recuerdo que me desperté para ir a trabajar, a las cinco de la mañana, y vi aquel mensaje de mi madre que decía: ‘Hola, hija, estamos en guerra’”.
Olga se vio entonces atrapada en el país, separada de su familia e imposibilitada de volver a Ucrania. A pesar de que tiempo después Suecia le otorgó el status de “refugiada”, la nación nórdica es un territorio desconocido para ella y cuenta que le ha sido difícil adaptarse en su nuevo “hogar temporal”.
Con el transcurso de los meses, Olga conoció a otros ucranianos en una situación similar a la de ella: “Muchos de los que conocí aquí son personas de las regiones orientales del país que lo han perdido todo, su casa o su departamento, o incluso a miembros de su familia”.
En los últimos meses, Olga ha intentado que su familia viaje a Suecia, pero ha sido imposible: tanto su padre como su abuelo están imposibilitados de abandonar el territorio ucraniano porque la ley los obliga a cumplir funciones marciales, mientras que su madre trabaja como médico. “Sigo esperando, esperando la victoria, esperando mi regreso a casa, y quizá entonces empiece a vivir de nuevo”, dice optimista.
De periodista a soldado: “Ya no le tengo miedo a la muerte”
Sin proponérselo, la periodista Anastasia Blyshchyk, de 26 años, copó las redes sociales después de que su novio, Oleksandr Makhov, se alistó en el Ejército ucraniano al comienzo de la guerra. Una vez en el frente, Makhov le propuso matrimonio a través de las cámaras y usó el anillo de una granada como símbolo del compromiso. Anastasia le dio el “sí”.
Poco después, en mayo, Makhov -de 36 años- murió a causa de un ataque ruso cerca de Izyum, en la región de Kharkiv. Aquello sirvió para que Anastasia decidiera continuar el “voluntariado” de su prometido. “Ya no puedo permanecer en silencio. ¿Has visto las maravillosas noticias del óblast (región) de Kharkiv? ¡Desde hace un mes sirvo al pueblo ucraniano!”. Con esas palabras, la periodista anunció en septiembre que finalmente se unía a las Fuerzas Armadas ucranianas.
Anastasia dejó entonces el periodismo, aprendió a disparar y dominó la medicina táctica para socorrer a sus compañeros en el frente. Paralelamente a su servicio en el Ejército, suele comunicarse con otras mujeres que perdieron a sus esposos en la guerra. “Cuando viví lo peor, me di cuenta de que había llegado el momento y que debía dejar de pensar e irme al frente de batalla. Por eso me enlisté. No se lo conté a nadie durante mucho tiempo. Mis padres no sabían, mi hermana no sabía, pero quienes sí sabían me decían que sería más útil aquí (en el periodismo) que allá (en el Ejército)”, comentó al portal Ukrainer.
Anastasia señala que si bien el servicio militar para mujeres recién se está desarrollando y no poseen chalecos antibalas universales, en su unidad la tratan bien: “Ya no le tengo miedo a la muerte. Ya escribí mi testamento. No es que tenga millones para legar, en todo caso. Escribí cómo me gustaría que me enterraran y qué cosas debían completarse. Algo que no sabía cuando Oleksandr murió”.
Las tragedias de una guía turística en Chernobyl
El desastre de Chernobyl, en 1986, provocó un efecto devastador no solo en el territorio ucraniano, sino que más allá de las fronteras de la entonces Unión Soviética. Décadas más tarde, parte del lugar se transformó en una atracción turística, pese al eventual riesgo de la radiación aún presente en el sitio. Algunos de los turistas que solían visitar Kiev también se interesaban por Chernobyl, y entonces la guía turística Alona Kibets, de 25 años, vio una oportunidad en aquello: a las personas que recorrían la capital les ofrecía visitar el sitio nuclear. Credenciales tenía de sobra, ya que es historiadora de la Universidad Nacional de Kiev.
Tal como ocurrió con cientos de miles de sus compatriotas, tras el bombardeo contra Kiev Alona dejó la capital y se refugió en un pueblo cercano. “Fue algo devastador. Cada día leíamos noticias, especialmente sobre lo que estaba pasando en Mariupol y en otras ciudades”, dice a La Tercera.
Mientras se encontraba refugiada cerca de Kiev, Alona recibió solo malas noticias: primero, su mejor amiga se quedó atrapada en la ciudad después de que las fuerzas rusas destruyeran su casa. “Todo lo que ellos tenían ahora está destruido. La familia de mi amiga lo perdió todo”, cuenta. La joven también sufrió la pérdida de su tío, quien se encontraba combatiendo en la frontera entre Rusia y Bielorrusia. A su tragedia se sumó después la muerte de un compañero de universidad, quien se encontraba cerca de la zona de Bakhmut, en el este. En esa misma época, Alona se enteró del fallecimiento de su profesor de inglés, Jimmy Hill, quien se había trasladado a Ucrania meses antes de que comenzara la guerra para visitar a su novia que sufría de esclerosis. Hill murió tras un ataque ruso mientras compraba pan a mediados de marzo en Chernihiv, al norte de Kiev.
Estas experiencias traumáticas hicieron que Alona decidiera informar sobre lo que ocurre en su país a través de su cuenta en Instagram. Además, recientemente volvió a Kiev y retomó sus recorridos turísticos e históricos, aunque de forma online. “Mi hogar está aquí, porque Ucrania es mi país”, dice orgullosa.
Una diputada con un fusil de asalto
Cuando las primeras bombas rusas cayeron en suelo ucraniano, Inna Sovsun, diputada y exviceministra de Educación y Ciencia, se encontraba al norte de Kiev. Después de dejar a su hijo Martyn de nueve años a salvo en el oeste del país, regresó a la Rada Suprema, integrada por 450 diputados. “En las primeras horas todos recibimos rifles de asalto para protegernos, porque sabíamos que estábamos en las listas de asesinatos de los rusos. Muchos colegas se unieron de inmediato a las fuerzas militares o a las unidades de defensa territorial. Yo no lo hice, a pesar de que tengo el arma. No recibimos entrenamiento previo, así que con mi hermano buscamos videos en YouTube para entender cómo funcionan las armas”, contó en su momento Sovsun a La Tercera.
Desde entonces la diputada fue retomando la rutina y comenzó a realizar distintas labores de ayuda. Ha viajado de forma constante por diversas ciudades del país con el objetivo de brindar respaldo a las comunidades locales. En lo personal, volvió a vivir con su hijo desde julio. Poco a poco el niño ha ido retomando sus actividades escolares, aunque siempre con la guerra como telón de fondo. “Cada vez que suena una sirena nos escondemos en el refugio. Las clases están organizadas para ver quién se va a tal o cual refugio”, dijo en una entrevista de televisión.
“Nunca sabemos cuándo y dónde caerá la próxima bomba o cohete. No hay ningún lugar seguro en Ucrania, porque los rusos lanzan bombas al azar por todo el país. Aun así, no tengo nada de qué quejarme en comparación a quienes están en Kharkiv, Mariupol, que han sido rehenes y están sin agua, comida, calefacción ni medicinas”.