El 16 de junio de 2001, Vladimir Putin y George W. Bush se vieron las caras por primera vez. Fue en Eslovenia, en el marco de una gira del Presidente estadounidense a Europa. Durante una reunión privada, ambos discutieron asuntos sobre la futura relación bilateral y en la conferencia de prensa posterior al encuentro Bush dijo, con innegable entusiasmo: “Miré al hombre a los ojos. Lo encontré muy directo y digno de confianza. Pude tener una idea de su alma”. Pero a Condoleezza Rice y a Colin Powell no les pareció lo mismo. Mientras la consejera de Seguridad Nacional consideró las palabras de Bush como un “grave error” -como reconocería tiempo después-, el entonces secretario de Estado vio otra cosa y fue al fondo: “Él es un KGB de tomo y lomo”.
Desde que tomó las riendas de Rusia en 1999, Putin ha desarrollado múltiples estratagemas: es lo que percibió Powell, pero también lo que de alguna manera vio Bush en cuanto a un estilo directo y sin misericordia. Quienes han tratado con el mandatario ruso coinciden en algo: Putin es implacable, muy listo, paciente y con ambiciones desmedidas. Esto lo ha demostrado más de una vez: cuando fue reclutado por el KGB a mediados de los 70, cuando en 1999 impulsó el ataque final contra Chechenia o bien cuando en 2002 no le tembló la mano para poner fin a la crisis de los rehenes en el teatro moscovita Dubrokova (las fuerzas rusas lanzaron un agente químico al interior del recinto). También cuando dos años más tarde autorizó una ofensiva contra una escuela en Beslán (Osetia del Norte) que había sido tomada por un grupo islámico radical con más de mil personas en su interior, la mayoría niños.
Nacido en 1952 en Leningrado (actual San Petersburgo) en un hogar de bajos recursos, su ciudad de origen parece una gran paradoja. Esto, porque Putin responsabiliza a Lenin de los “grandes problemas” de la Rusia actual. La noche del lunes, cuando el Presidente ruso justificó la “independencia” de las regiones rebeldes ucranianas de Lugansk y Donetsk, señaló al líder bolchevique y fundador de la Unión Soviética como “el autor y arquitecto” de Ucrania y amenazó a Kiev por intentar borrar el legado soviético. Putin no es precisamente comunista, pero sí añora el poderío y el estatus global que alguna vez tuvo la URSS. Al mismo tiempo, estima que Ucrania no es un Estado genuino, sino que fue creado por la “madre Rusia”.
Posterior a su alocución, la televisión estatal rusa mostró un mapa en el que Ucrania aparece reducida a un pequeño territorio, rodeado de grandes regiones que actualmente forman parte de ese país, pero que según el gobierno de Putin fueron “regaladas” en su momento por los zares rusos, y también por Lenin, Stalin y Kruschev. Ese mapa da cuenta que para Putin, Ucrania debe ser parte de Rusia y por eso ha observado a esa nación como un obstáculo político e ideológico.
Antes de la ofensiva militar contra Ucrania lanzada en la madrugada del jueves, la última demostración del anhelo de Putin para “restaurar” parte del “orgullo” soviético tuvo lugar en 2014, año en que Moscú anexionó la península ucraniana de Crimea. Esto, tras el movimiento pro Unión Europea en Ucrania y la huida a Rusia del entonces Presidente ucraniano Viktor Yanukovich. Desde entonces, separatistas prorrusos se han enfrentado a las tropas ucranianas en el Donbas, la zona fronteriza donde se emplazan Donetsk y Lugansk, con miles de muertos por lado y lado.
Pero hay más. Tal como ocurre ahora con las acciones militares de Rusia en Ucrania, en 2008 Putin ocupó este mismo “manual” cuando Georgia -otra exrepública soviética- intentó tomar el control de las regiones prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia, que se declararon independientes en 1992 y 1994, respectivamente. Después de que el Ejército georgiano irrumpió en Osetia, el mandatario ruso tuvo la excusa perfecta: con el pretexto de supuestas atrocidades de Georgia contra civiles, ordenó “una operación de imposición de la paz”. En unos pocos días, Moscú y fuerzas separatistas prorrusas derrotaron al Ejército de Georgia y desde entonces ambas regiones figuran en la órbita del Kremlin.
En ese momento, diversos analistas sostuvieron que Occidente no intervino, cosa de evitar una “Tercera Guerra Mundial”. Pero en realidad, Estados Unidos ya tenía suficiente con su invasión a Irak y Afganistán. Al igual que aquella vez, ahora las principales potencias observan atónitas y sin mayor poder de maniobra la última acción bélica lanzada por Putin. También Moscú mantiene influencia en Transnistria, territorio ubicado al este de Moldavia -otra exrepública de la Unión Soviética- que limita con Ucrania.
“La mayor tragedia”
En diciembre pasado, Putin volvió a alimentar el nacionalismo ruso justo antes de que se cumplieran 30 años del derrumbe soviético, al señalar que la disolución de la URSS “fue una tragedia”. “¿Qué significó la disolución de la Unión Soviética? Significó la desaparición de la Rusia histórica bajo el nombre de la URSS”, dijo. Esto ya lo había dicho en 2005, cuando se refirió a la caída soviética como “la mayor tragedia geopolítica del siglo XX”. Para entender cómo funciona la mente de Putin hay que remontarse a esa declaración.
“El plan definitivo de Putin es la reabsorción de Bielorrusia y Ucrania, para un nuevo imperio ruso antes de que él muera o deje su cargo. También podría incorporar Armenia y Kazajistán”, comentó a La Tercera William Alberque, analista del International Institute for Stategic Studies (IISS). “Realmente él cree que es el rey bueno que regresó para reconstruir el Imperio Ruso. Pienso que Putin está furioso a causa de los ‘pequeños países’ que figuran en sus fronteras, que reclaman sus propios derechos y prerrogativas como Estados soberanos”, agregó.
En su deseo de extender el dominio ruso, Putin ha utilizado los llamados “conflictos congelados” post Guerra Fría, vale decir, las fronteras “inconclusas” tras el derrumbe soviético en 1991. “Se considera a sí mismo como una persona enviada por Dios, que tiene la tarea de revertir la desaparición de la Unión Soviética”, apuntó Marcel van Herpen, autor del libro Las Guerras de Putin.
La historia entre Rusia y Ucrania ha estado entrelazada durante décadas. En el inconsciente colectivo ucraniano aún está presente la hambruna que devastó al país a comienzos de los años 30, como parte del proceso de colectivización de tierras ordenado por Stalin, quien con esa medida habría pretendido en realidad la “rusificación ucraniana”. Más de un millón de ucranianos murieron en ese contexto. Durante la Segunda Guerra, la “rusificación” quedó en suspenso cuando las fuerzas nazis de Adolf Hitler ocuparon grandes porciones del territorio ucraniano. En ese conflicto, más de siete millones de ucranianos -civiles y militares- perdieron la vida.
“Putin ha dicho que el objetivo es la desmilitarización y desnazificación de Ucrania, una declaración escalofriante, especialmente para un país dirigido por un judío (el Presidente Volodimir Zelensky profesa esa religión)”, indicó a La Tercera Daniel Treisman, experto de la U. de California y autor de The Return: Russia’s Journey from Gorbachev to Medvedev. “Lo más probable es que el objetivo final sea reemplazar al gobierno ucraniano, arrestar a los principales opositores de Rusia y luego retirar las tropas hacia las regiones de Lugansk y Donetsk. Pero podría ser una ocupación más larga”, advirtió el también autor de The New Autocracy: Information, Politics, and Policy in Putin’s Russia.
Un espía en Dresden
Putin es el gobernante que lleva más tiempo en el poder desde la caída soviética, nada menos que dos décadas, mediante distintas designaciones: primer ministro (1999-2000), Presidente (2000-2008), primer ministro (2008-2012) y de nuevo Presidente desde 2012 hasta ahora. Según Mr. Putin: Operative in the Kremlin, de Fiona Hill -asesora de inteligencia de Bush, Obama y Trump- y el analista Clifford Gaddy, el propio mandatario ruso “ha afirmado en entrevistas biográficas que una de sus principales habilidades es lograr que la gente, en este caso el pueblo ruso, lo vea como él quiere que lo vean y no como realmente es”.
Los detractores de Putin coinciden en retratarlo como un dirigente con un deseo insaciable de tomar para sí mismo lo que pertenece a otros. También sostienen que su gobierno ha sido implacable en el control de medios, en el manejo de la economía y la relación con la oposición. No pocos disidentes han sido encarcelados o sufrido acciones draconianas. Ejemplos sobran: el líder opositor Alexei Navalny figura detenido y sus organizaciones enfrentan una orden judicial de disolución; la periodista de ascendencia ucraniana Anna Politkovskaya fue envenenada y acribillada en 2006; el exagente del KGB Aleksandr Litvinenko también envenenado en Londres ese mismo año y el abogado Serguei Magnitski murió bajo custodia en 2009.
De los muchos episodios que explican la personalidad de Putin hay uno con especial sentido y relevancia. Ocurrió en Dresden en 1989, cuando esa ciudad alemana formaba parte de la RDA y Putin era agente del KGB. El entonces espía soviético había llegado a la Alemania comunista en 1985, con 35 años. Tras la caída del Muro de Berlín, una multitud rodeó los cuarteles de la Stasi, la temida policía secreta de la RDA. No pasó mucho hasta que un grupo de enfurecidos ciudadanos alemanes cruzó la calle Bautzene para asaltar la sede donde operaba el KGB.
Putin, entonces funcionario de la inteligencia soviética, observó todo por una ventana y se dio cuenta de lo que venía. “Moscú está en silencio”, fue la respuesta que obtuvo cuando pidió refuerzos. En una muestra de sus habilidades y ambición, minutos más tarde el propio Putin acudió a la puerta del recinto y le advirtió a la muchedumbre: “Este edificio está asegurado. Mis soldados tienen armas y les he dado la orden de disparar si es que alguien irrumpe en el edificio”. Producto de las advertencias de Putin la protesta se dispersó, de acuerdo con el libro The New Tsar: the rise and reign of Vladimir Putin, de Steven Lee Myers.
En ese momento, el espía del KGB y futuro presidente vio con sus propios ojos la tormenta que se avecinaba para su amada Unión Soviética. Esa noche la pasó quemando todos los documentos comprometedores. Se dice que eran tantos que el horno se fundió. El acto de suma lealtad y decisión de Putin no fue olvidado en Moscú. Pronto comenzó a ascender en la nomenclatura rusa y nadie pudo detenerlo.