[video url= "https://rudo.video/vod/bHKs1m?autostart=false"]
Vinieron de todos lados. De Punto Fijo, ubicado en la costa frente a Aruba, llegó el maestro en construcción Alexis Ramírez, antiguo capataz para contratistas de PDVSA, quien espera reunirse con su hermano en Concepción; de Maracaibo viajó Jhonathan Morante, que durante una semana pasó al menos 20 horas diarias arriba de un bus junto a su esposa y tres niños, y ya no tiene cómo sostener a su familia mientras espera su cita consular; de San Cristóbal regresó Yudith Rangel, que antes vivía en Trujillo con su marido e hija, pero luego volvió a Venezuela por cinco meses y ahora aspira a algún tipo de salvoconducto por pertenecer a la Iglesia Pentecostal; de La Guaira, el puerto en las afueras de Caracas, vino Andry Oramas, cuya labor como censista de los más de mil migrantes registrados en Tacna ha sido clave en la última semana; de Güiría, estado de Sucre, arribó el cantautor Antonio Font, que habla con un sonsonete argentino tras pasar dos años en Buenos Aires y promete animar las noches santiaguinas con su música, y de Caracas también escapó Johnny Chacón, quien se excusa innecesariamente al recordar que trabajaba para el gobierno, en la Defensa Pública. "Lo hice por pura necesidad. Nunca tuve simpatía por el chavismo", asegura.
Varias de estas historias son contadas espontáneamente, sin mediar una consulta. Basta pasar un rato en el improvisado campamento de migrantes venezolanos levantado afuera del consulado chileno en Tacna para comprender que muchos quieren ser escuchados de alguna manera, que sus recuerdos contienen violencia, carencias de todo tipo y, en ocasiones, incluso hambre. Todos los relatos tienen circunstancias particulares, pero comparten un destino común, con el sur como único norte.
Lea aquí el reportaje completo.