Se cuenta que el primer cibercrimen se cometió en Francia, en el siglo XIX, cuando los hermanos Blanc interceptaron el sistema telegráfico galo para robar información financiera. Un siglo más tarde, en 1969 se instaló el primer virus en la Universidad de Washington y a lo largo de la historia se han sucedido nuevos métodos para atacar utilizando troyanos, phishing, malware o ransomware, entre un sinfín de técnicas con el único propósito de vulnerar la seguridad digital. Con esta historia de fraudes –que se traducen en millones de dólares– no podemos ser pasivos, sino que debemos adelantarnos a los potenciales delitos de hackers internacionales que usan cualquier coyuntura para aprovecharse. Nuestro actual contexto, con una pandemia que nos obligó a incorporar rápidamente nuevos sistemas de trabajo, ha sido el mejor de todos los escenarios para los delincuentes cibernéticos. De hecho, ya se han creado millones de aplicaciones o mailings utilizando a coronavirus como excusa para pillar a los incautos y robar dinero e información. Con una mayor dependencia del mundo digital, los cibercriminales han aumentado sus ataques. Solo en nuestro país, entre febrero y marzo los delitos informáticos aumentaron un 40% y los ataques de phishing un 90%; todos relacionados con temas alusivos a la pandemia. Sin duda, estamos viviendo una situación que revela la importancia de la seguridad digital para todo tipo de entidades: desde universidades que dictan clases en forma remota, pasando por bancos que necesitan resguardar a sus clientes y ejecutivos que cambiaron oficinas por sus casas en un forzado teletrabajo. La crisis sanitaria impone nuevos desafíos, muy lejanos ya del primer ciberataque, hace casi 200 años. Los expertos reiteran lo obvio, que se aborde desde una mirada preventiva, que minimice posibles daños y, sobre todo, proteja uno de los activos más relevantes de nuestra era: la información. Para ello, las organizaciones deben contar con un diagnóstico multidimensional que contemple desde las herramientas que tienen disponibles hasta un análisis de la cultura interna de ciberseguridad. Cada colaborador debe entender cómo en su trabajo diario se está expuesto a diversas amenazas, sobre todo hoy, en que billones de personas están en la modalidad de teletrabajo. A nivel directivo se debe tener claridad de cómo la ciberseguridad aporta valor a la compañía. Para esto se deben analizar, entre otros, los requerimientos propios de negocio, cumplimiento normativo, cuáles son los activos de información y revisar continuamente la estrategia global en la materia. A partir de esta pandemia, las organizaciones tendrán un espacio amplio para madurar en materia de ciberseguridad y continuar avanzando en el diseño de planes que tengan una mirada preventiva más que reactiva. Trabajar colaborativamente y contar con asesoría experta serán de suma relevancia en este proceso, para establecer lineamientos concretos y acciones que se ajusten a cada uno. La lección más importante: es mejor prevenir que curar.