Mirar la gran urbe desde el barrio: cómo rescatar la calidad de vida en Santiago
En poco más de dos siglos, la capital de Chile perdió su aspecto “soñoliento y aldeano”, hasta transformarse en una conurbación donde conviven, trabajan y se desplazan ocho millones de personas. Aunque durante siglos ha contado con la visión de autoridades y urbanistas que han velado por un crecimiento armónico, hoy -como acusa el gobernador de la Región Metropolitana- Claudio Orrego hay falta de visión “del Santiago que queremos”, que sea compartida por distintos actores y gestionada por una autoridad con atribuciones. En esta nota, arquitectos, estudios y la historia aportan para entender qué se hizo y qué se puede hacer para rescatar nuestra capital.
Hace 166 años, el 17 de septiembre de 1857, apenas un año después de que se hubo formado una empresa especial para el cometido, se inauguró el primer alumbrado público a gas en Santiago de Chile, cuando entonces vivían poco más de 100 mil habitantes. El gas abarcaba 272 manzanas e incluía lámparas para el centro de la Plaza de Armas, el centro de la Alameda, las portadas de edificios públicos y las puertas de conventos, monasterios y cuarteles. En total eran 600 luminarias. Con ellas, dice el historiador Armando de Ramón en su libro “Historia de una sociedad urbana”, la capital de la joven República de Chile dejaba atrás los velones, que habían impregnado las noches santiaguinas de “una suerte de tristeza” y alimentado “la propagación se supersticiones”.
El periódico El Ferrocarril, en su edición del 22 de septiembre de ese año destacó el hito: “Opera una verdadera metamorfosis, parece que la noche fuese suplantada por el día; tanta es la claridad y pureza arjentina de su luz, que forma con sus destellos un soberbio manto de plata en que envuelve a los espectadores”.
La luz eléctrica sólo comenzó a asomarse entre los santiaguinos -y de modo tímido- en 1882 cuando, el 18 de septiembre de ese año, la empresa de electricidad iluminó la fachada de su propio edificio. Dos décadas después, para septiembre de 1900, ya había una planta térmica que entregaba energía a casas, edificios y calles. El día 2, que fue domingo, comenzaron a rodar los primeros tranvías eléctricos. Atrás quedaban los llamados “carros de sangre”, tirados por caballos.
A esas alturas, -explica De Ramón- donde más se notaba el impulso urbano era en los espectáculos públicos y la abundancia de hoteles, cafés y restaurantes. Chile se preparaba para su primer centenario independiente con una capital llena de vida. ¿Qué le quitó, en pocos años, a esa futura metrópoli el aspecto “soñoliento y aldeano” que, pese a las modernizaciones, aún conservaba incluso hacia 1875?
Loreto Lyon, directora de Arquitectura de la Universidad San Sebastián (USS), sede Santiago, afirma: “Si tú miras a principios del siglo XX te encuentras con un Estado que quiere hacer ciudad. Santiago era una ciudad distinta a la de hoy. Es cierto que se buscaba tener una ciudad parecida a las europeas. Pero, de fondo, lo que se propuso era generar espacio público, lugares como el Parque Forestal, que se sumó al Museo de Bellas Artes y al Parque Cousiño, y que fueron generando una ciudad con patrimonio”.
Arquitecto, magíster en Desarrollo Urbano y doctor en Urbanística y Ordenamiento Territorial, Pedro Bannen Lanata añade: “Estaba en el espíritu de la época, en el inicio del Chile republicano, crear un país nuevo, una sociedad distinta. Las ciudades, que siempre reflejan un poco su momento, son un gran soporte de expresión de ese cierto momento y de esa voluntad”.
La obra de Brunet de Baines
Si oficialmente la emancipación de Chile databa del 12 de febrero de 1818, tras la firma en Talca del acta de la Independencia, el reconocimiento que de ella hizo España llegó solo en 1844. Apenas cuatro años después, en octubre de 1848, se instaló en el país el primer gestor de esa voluntad republicana a la que Bannen alude: el arquitecto Claude Francois Brunet de Baines.
Nacido en Vannes (Francia) y formado en la Escuela de Bellas Artes de París, fue contratado por el presidente Manuel Bulnes como arquitecto de Gobierno. Un “Catálogo razonado”, financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo de Cultura y las Artes y hoy expuesto online por el Museo Vicuña Mackenna, explica que “junto a él llegó un nutrido grupo de intelectuales, entre los que había artistas y científicos”. Brunet de Baines debía -se lee en el sitio web Memoria Chilena- ejecutar “aquellos proyectos de arquitectura civil” que el gobierno, “las municipalidades de la capital u otras ciudades nacionales le encargasen”.
El arquitecto Germán Hidalgo Hermosilla, quien lideró un equipo de investigación en torno a su trabajo, indica en la presentación web del “Catálogo razonado”, que la obra de Brunet de Baines “debe ser considerada como la más significativa e influyente del siglo XIX en Chile”. Entre otras cosas, impartió el primer Curso de Arquitectura en el país, tras la fundación de la cátedra en 1849. Uno de sus alumnos fue el artesano Fermín Vivaceta. Otro, el agrimensor Manuel Aldunate, se hizo cargo de construir la Capilla de la Veracruz, en Lastarria 124, que fue quemada durante el estallido social y que -en palabras de Brunet de Baines- era un “proyecto en el estilo de la época del renacimiento”, conforme a lo “que se usaba en los tiempos en que vivía Pedro de Valdivia”.
Germán Hidalgo destaca su contribución para “hacer de Santiago la ciudad capital”. Brunet de Baines, que murió en Chile en 1855, proyectó y participó en la creación de un “conjunto inédito de edificios”, valiosos “por su programa arquitectónico como por estratégica localización”. En ellos manda el estilo neoclásico del Teatro Municipal; las dos primeras galerías comerciales de Santiago, el Pasaje Bulnes y el Portal Tagle; el edificio del Congreso Nacional, donde hoy sesiona el Consejo Constitucional, y la residencia del propio Manuel Bulnes. Su trabajo -dice Hidalgo Hermosilla- “acaeció en un momento único, casi mítico, en la historia de la Nación: aquel que cosechó los frutos del ‘orden portaliano’, y que transcurrió entre 1850 y 1860″.
Irrumpe Vicuña Mackenna
Pero, si la clave es tener una mirada de sociedad y de país y -como correlato- un concepto de ciudad, probablemente el más afamado nombre sea el de Benjamín Vicuña Mackenna, a quien el sitio Memoria Chilena define así: “Agitador, político, bombero y filántropo; historiador, intendente, diputado y senador. Americanista por oficio y convicción, defensor de los ideales del progreso y la modernidad, escritor infatigable, es uno de los personajes más importantes y atractivos de nuestra historia nacional”.
En su calidad de intendente, cargo para el que fue designado en 1872 por el presidente Federico Errázuriz Zañartu, Vicuña Mackenna “demostró -dice Memoria Chilena- una capacidad de acción sin parangón, al concretar su obra maestra: la transformación de Santiago”. Sobre la base de una idea, hizo foco, gestión y políticas públicas.
Pedro Bannen imparte, junto al arquitecto José Rosas, la Cátedra de Santiago en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, y define: “Aún con los recursos del momento, que eran bastante más escasos, Vicuña Mackenna hizo muchísimo en tres años. Dejó, de alguna manera, lanzada la ciudad hasta el centenario. Es notable la intención que tenía en esa gestión de intendente, con la que por otra parte estaba mirando hacia la Presidencia de la República. Que no le haya resultado es otra cosa”.
Vicuña Mackenna desarrolló -dice Armando de Ramón- lo que en 1872 él mismo definió como “la ciudad propia”. Muerto a los 54 años y casado con Victoria Subercaseaux, quien quedó para la posteridad en el nombre una calle del barrio del Parque Forestal, tiene en su lista la remodelación del cerro Santa Lucía, la canalización del río Mapocho y la arborización de plazas y avenidas. Pero quizá lo más relevante, en su afán de orden urbanístico, es la construcción del llamado Camino de Cintura.
Memoria Chilena explica que el entonces intendente pensó en crear con esa circunvalación “un límite urbano fuera del cual se prohibiera la construcción de calles y viviendas”, de manera que regulara el crecimiento de la ciudad. El Camino de Cintura “marcaría la diferencia entre estas dos ciudades, la propia y la bárbara”, e incluso haría de barrera sanitaria “contra la peste incubada en los arrabales”. De Ramón afirma: “Impuso la idea, realizó el diagnóstico, calculó la inversión y se puso frente a los trabajos que la reforma urbana requería hasta completar los aspectos más importantes”.
Dentro del Anillo de Cintura estaba la ciudad propia, “sujeta a los cargos y beneficios del municipio”. Fuera del anillo estaban “los suburbios, para los cuales debe existir un régimen aparte, menos oneroso y menos activo”. Este límite rodeaba el centro “por sus cuatro costados” y perdió su papel de contenedor hace ya muchas décadas, porque son las actuales Matucana, Exposición y Blanco Encalada por el poniente; avenida Matta por el sur; avenida Vicuña Mackenna por el oriente, y Mapocho por el norte.
El arquitecto Carlos Maillet Aránguiz, quien dirige la Licenciatura en Arte y Conservación del Patrimonio de la USS, es máster en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural. Uno de sus grandes intereses es el legado urbano de Vicuña Mackenna. Afirma que tuvo una concepción trascendental e histórica: “Él construyó la ciudad que hoy vemos como patrimonial. Pero él no definió el Cerro Santa Lucía, el Anillo de Cintura, los monumentos públicos o las plazas para que fueran algo patrimonial. Él entendió qué persona es la que tenía que vivir en Santiago con esos proyectos”.
Maillet ejemplifica la claridad del intendente en los presupuestos participativos. El Estado ingresaba, financiando la mitad de lo que hubiera que hacer, si los vecinos invertían también para arreglar sus calles: “Se partía de una necesidad de organización de los vecinos, entendiendo que era algo propio. Ahí hay una dimensión. El espacio público también es de las personas y no solo del Estado”.
Santiago y sus ocho millones de habitantes
Hoy, Santiago no se llama Santiago, sino Región Metropolitana de Santiago (RM). Tiene seis provincias y 52 comunas. De ellas 18 son rurales; es decir, la mayor parte de sus ciudadanos son urbanos. Según el último censo, de 2017, la población alcanzaba a los 7.112.808 habitantes. La proyección al año 2023 calcula que en la RM ya viven 8.058.416 de personas. Según un informe del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales de la UC, la verdadera superficie del Gran Santiago, hasta 2012, ascendía a 85.899 hectáreas, que es 15.000 más de lo que indicaban las estadísticas oficiales entonces.
¿Es posible desarrollar un concepto integral y coherente de ciudad en una metrópolis de este tamaño y con tal complejidad?
Carlos Maillet dice que sí. Pero, para él, “es necesario antes conocer a la persona que vive en esa ciudad. Si no se conoce quién es esa persona y cómo quiere vivir, muy difícilmente se puede construir para ella”.
Loreto Lyon, quien cuenta entre sus trabajos la remodelación del edificio sobre Estación de Metro Plaza de Armas, añade que para lograrlo “es necesario tener un agente unificador que piense en la ciudad en sí misma, completa, como una especie de un gran cuerpo”. Pedro Bannen rescata el mismo valor que aportó -hace ya 150 años- Vicuña Mackenna y que es tener “una imagen de ciudad”, que no necesariamente está en “una forma física, material o concreta”, pero sí en saber hacia dónde se quiere ir: “Hay que hacer un esfuerzo por construir una imagen de ciudad posible y compartida”.
Claudio Orrego Larraín es tataranieto de Benjamín Vicuña Mackenna y -como su ancestro- fue, entre marzo de 2014 y marzo de 2018, intendente de la Región Metropolitana de Santiago. También fue alcalde de Peñalolén, una comuna creada administrativamente sólo en 1981. Hoy funge como gobernador de la RM, un puesto que -a partir de 2021- reemplazó al de intendente. Sobre su escritorio, en Morandé 93, hay una figura del antepasado, que el propio Orrego mandó a hacer. Y cada vez que usa su silla queda justo bajo un cuadro del ilustre pariente antecesor.
“Yo creo -afirma Orrego- que desde que Juan Parrochia hizo el diseño del Metro de Santiago y la circunvalación de Américo Vespucio, ha habido poca planificación de Santiago como ciudad. Más bien ha sido tironeada por intereses y necesidades de distintos actores, que han ido modificando los límites urbanos”.
El gobernador enumera algunos aspectos sin equilibrio, como la densidad poblacional: “En algunos lugares más, en otros lugares menos”. Y añade la planificación de viviendas: “En algunos lugares se planifica con acceso vehicular, en otros casos simplemente se instalan las casas y después que venga el resto”.
Así como en el urbanista vienés Karl Brunner llegó, en 1934, contratado por la municipalidad para desarrollar un Proyecto de Plan Regulador de Santiago y tenía un concepto de “ciudad moderna”, el arquitecto de la Universidad de Chile Juan Parrochia inició el desarrolló del Metro, a partir de 1969. Él mismo había presentado el plan al gobierno del entonces presidente Eduardo Frei Montalva, quien firmó el decreto de creación el 24 de octubre de 1968.
Parrochia fue el primer director general de Metro, Vialidad Urbana y Estudio de Transporte Urbano Nacional, cargo que -explica el sitio de la Universidad de Chile- ostentó hasta 1973. Entre 1974 y 1975 fue el primer director general del Metro de Santiago. En su propuesta, buscaba conectar el centro de la capital con el aeropuerto en Pudahuel y mejorar la experiencia de transporte de los habitantes al recorrer la ciudad.
La última gran planificación urbana intercomunal
Nueve años antes del inicio de las obras del Metro, en 1960, se había aprobado el Plan Regular Intercomunal de Santiago para -dice Memoria Chilena- hacer frente “a los profundos problemas urbanísticos” de la ciudad. La idea era “orientar el crecimiento futuro”. Con él se determinaron los límites de las áreas urbanas y suburbanas; se definió la zonificación de áreas industriales, verdes, habitacionales y de equipamiento, y se abordaron los problemas de vialidad y transporte.
Fue formulado por los arquitectos Juan Honold, Pastor Correa y Jorge Martínez y -como el de Vicuña Mackenna- implementaba límites territoriales, uno urbano y uno suburbano. Uno de los objetivos era contener la expansión urbana, “impedir la conurbación con otros centros urbanos vecinos, como San Bernardo, Puente Alto, Maipú o Quilicura”, y reservar parte “del recurso suelo para satisfacer necesidades de recreación, cultura y paisaje de la comunidad”.
El arquitecto Pedro Bannen afirma: “Ellos eran estudiantes y esa es una propuesta que nace de un proyecto de título, que en realidad era más una iniciativa del profesor Santiago Aguirre”. Pasaron casi una década estudiando qué se debía hacer cuando se desataran dos procesos: el de la migración campo-ciudad, que se ya estaba produciendo, y el de industrialización. “Sabían que iba a significar otra escala de ciudad y había que pensarla antes de que ocurriera. Cuando se formaliza como instrumento se da la forma del Santiago metropolitano que nos rige hasta hoy”, dice Bannen.
¿Un alcalde mayor para Santiago del siglo XXI?
Pero hoy, Claudio Orrego acusa falta de visión: “Primero, de mediano o largo plazo, del Santiago que queremos. Segundo, que sea compartida por distintos actores. Y tercero, lo más importante, que tenga una autoridad con las atribuciones para ser capaz de llevar a cabo esa visión”. Ciertamente, esa autoridad podría ser la del gobernador o bien de “un alcalde mayor”, como define la arquitecta Loreto Lyon.
Según explica su web, el Gobierno Regional de Santiago es un organismo autónomo, que se encarga de “la administración superior de la región” y que se preocupa “por el desarrollo armónico y equitativo del territorio”. La tarea central de Orrego es planificar y confeccionar proyectos que impulsen el desarrollo económico, social y cultural de la RM, “tomando en cuenta la preservación y mejoramiento del medio ambiente y la participación de la comunidad”.
¿Es posible la gestión integral de un territorio que abarca sólo el 2,0% del territorio nacional, pero congrega al 42% de los habitantes del país? El actual gobernador de Santiago dice que sí, pero para tener éxito -añade- debe existir una gobernanza metropolitana, que contemple “una autoridad supramunicipal”. Loreto Lyon complementa: “El de gobernador es un cargo muy necesario, pero no tiene las atribuciones que debería”. Según ella, se necesita que genere proyectos de mayor alcance urbano, que unifiquen tres, cuatro o cinco comunas: “Hoy el gobernador puede reunir a todos los alcaldes, dar muchas ideas, pero sin el apoyo del Estado no puede avanzar”.
Carlos Maillet valora que, a diferencia del intendente o del delegado presidencial, hoy el gobernador regional llega a su puesto por votación popular. También que tenga la facultad de mirar la ciudad completa. “Pero no tiene atribuciones económicas. No le estamos dando todas las herramientas para que junte todas las áreas”, dice el director de la Licenciatura en Arte y Conservación del Patrimonio USS. Para él, esa falta de visión integral se replica en otras instancias: “Acaba de surgir el Consejo Nacional de Desarrollo Territorial, pero se dejó fuera al Consejo de Monumentos Nacionales, que aborda un ámbito muy relevante, que es del patrimonio”.
Claudio Orrego cita la experiencia comparada. Habla de otras áreas metropolitanas, que son aquellas donde la población vive en distintas comunas, pero tiene una vida común: “Ocurre en Londres, en Barcelona y en casi todas las grandes capitales del mundo. Según la según la OECD, todas las áreas metropolitanas con algún tipo de gobernanza metropolitana tienen mayor crecimiento económico y mayores niveles de equidad social”.
Para él, la falta de gobernanza supramunicipal hace que se pierdan las sinergias productivas y económicas, “la mirada equitativa del todo”. El epicentro que fue la actual comuna de Santiago, donde se desplegaron Brunet de Baines y Vicuña Mackenna, ya no existe. Hoy, explica Orrego, existe esta área metropolitana sin un municipio predominante: “Son más de 40 municipios conurbados. Hay unos más grandes que otros, pero todos son bastante significativos”.
La directora de Arquitectura de la USS considera urgente que haya coordinación ante las urgencias: “Lamentablemente, hoy crecemos sin planificación y de una manera abrupta”. Loreto Lyon explica que se usan planes de urbanismo que, por la lentitud de instalación, “siempre están obsoletos”. Para ella, sería virtuoso trabajar a través de “proyectos detonantes” o de agencias de planificación: “Hay muchos instrumentos que se están ocupando en otras partes del mundo y que operan a través de políticas públicas”.
Más allá de construir casas
El arquitecto Carlos Maillet insiste en la idea de conocer a la persona: “El Estado tiene que entender los barrios en su dimensión, y entender la localidad de cada uno de ellos, sus características particulares”. De otro modo, añade, “la segregación que vemos en las ciudades” es imposible de evitar y se dan, entonces, los grandes trayectos, la ciudad de los pobres y los ricos”. También se extreman los problemas: “De acceso a educación o al equipamiento, la sustentabilidad, la higiene o la seguridad”.
Maillet agrega: “El diseño de la ciudad no consiste solamente en el aspecto material, físico o constructivo. En la construcción de una ciudad hay un montón de capas y de pensamientos. Ciencias sociales, humanidades, arte, cultura, que a veces incluso preceden los cambios más grandes. Todo ese aspecto es lo que uno define que es el patrimonio cultural de una ciudad, y no solamente la zona protegida como monumental”.
¿Cómo o por dónde se parte? Si para el gobernador Orrego es desde la creación de una gobernanza apropiada, para Loreto Lyon es urgente modernizar la gestión central. Pone el foco en el ministerio de Vivienda y Urbanismo (Minvu), que -afirma- “de Urbanismo tiene poco, porque su objetivo hoy es construir casas”. No es raro, si se toma en cuenta que, en marzo pasado, el ministro del área, Carlos Montes, cifró el déficit habitacional del país en más de 640 mil viviendas. El compromiso del actual Gobierno es entregar 260 mil casas al 2026.
Pero Loreto Lyon indica que urgen políticas de Estado con visión de conjunto: “Hoy los decretos financian solo unidades de vivienda, pero no espacios comunes. Si yo quisiera construir un block de departamentos, como se construía antiguamente, no tengo financiamiento para un primer piso con comercio, que podría servir para que las personas puedan arrendar y pagar gastos comunes, por ejemplo”. La arquitecta habla de volver al barrio con “espacios comerciales, servicios, escuelas, calles, espacios culturales y patrimoniales”.
La ciudad de los 15 minutos
Pedro Bannen pone acento en la movilidad, en la ciudad pequeña dentro de la gran ciudad. Para eso, explica, debe existir una imagen de la estructura general: “Sé que a los no planificadores les aterra cuando se habla de planificación centralizada. No es que te digan dónde ir, dónde trabajar y cuánto te mueves, sino generar una estructura más sana”. Esa sanidad incluye una clave: “Aunque exista movilidad entre todos los puntos del territorio, no hay por qué tener a un alto porcentaje de la población cruzando, para la actividad cotidiana, la metrópolis completa”.
En esa lógica es que existe la llamada ciudad de 15 minutos. “Donde tú vives haces tus compras habituales, vas al colegio, vas a un consultorio de salud. Todo a una distancia de 15 minutos caminando. Eso es generar muchas ciudades al interior de la metrópoli, y es posible”, afirma Bannen. Pone como ejemplo la operación de París, que tiene una estructura en espiral, que va expandiéndose hacia afuera.
Carlos Maillet asegura que el urbanismo está mirando desde lo singular de cada barrio y que el concepto ciudad de 15 minutos no es una moda: “Hoy se mira a una comunidad que se hace cargo y administra un territorio y que tiene participación vinculante, incluso desde los pueblos originarios. Ya los griegos, hace más de dos mil años, decían que una ciudad debía tener un tamaño para que una persona pudiera tener ocio y pensar en su importancia, en su objetivo, en qué muere, en qué vive con otros”.
Para él, las soluciones deben ser muy concretas, aterrizar en el espacio público, en la plaza, en el patrimonio, en los monumentos, en la recuperación de la belleza. “Ya lo dice la Mistral”, afirma el arquitecto, “la extensión de nuestro jardín. Eso es algo ético. Yo quiero sentirme tan propio en mi casa como en el espacio público, en la plaza, en la vereda o en el árbol”.
Claudio Orrego está convencido de que planificar la ciudad “desde el centro del poder”, en este caso el Minvu, o “desde el archipiélago de municipios fragmentados” es un error. Se necesita -dice él- de una instancia intermedia, que tenga la capacidad de planificación del territorio y un plan regulador metropolitano con auténticas atribuciones por sobre los planos reguladores comunales. Eso evitaría la explosión de guetos verticales, por ejemplo, en zonas donde ha sido posible.
Lo segundo -dice Orrego- es la movilidad. Y pone un ejemplo en la comuna de Quilicura, que acaba de recibir sus tres primeras estaciones de Metro: “Cuesta creer que durante décadas el Estado chileno haya impulsado el desarrollo habitacional de esa comuna sin nunca, hasta 30 años después, haber invertido en la movilidad. Eso te pasa cuando están separados el trabajo habitacional y el ordenamiento territorial del trabajo de la movilidad, cuando se sabe que los dos brazos del desarrollo urbano armónico son el ordenamiento territorial y la movilidad”.
Carlos Maillet está seguro. Si la política pública “atiende con mucha decisión” el devenir que tiene la ciudad y que está en el entorno comunitario, va a tener muy claro cuáles deben ser sus objetivos y sus necesidades: “Va a conocer a la persona humana que está habitando ese lugar y eso es muy importante”. Sobre todo, en una gran metrópoli como Santiago que, en sólo 18 años más, el 12 de febrero de 2041, cumplirá sus primeros cinco siglos de vida.
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