Cómo afecta el síndrome de Burnout o “motor fundido” a los universitarios

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Este síndrome se describió por primera vez en 1974, pero hoy hace más ruido que nunca. Este término se asocia con ‘fundirse’ en el trabajo, por sobrecarga de responsabilidades y mal entorno, o por factores personales. Desde hace un tiempo hay pruebas de que también afecta a estudiantes universitarios. Un estudio de la UNAB muestra que el síndrome se da mayormente en alumnos de carreras de salud y educación.



Desde la década de los 70, cuando comenzó a ser estudiado, hasta este año, el burnout no había sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud como un problema que afectara la salud de las personas. Se le calificó como un síndrome asociado principalmente al agotamiento mental, emocional y físico causado por el trabajo. Dicho de otra manera, se entiende como ‘estar quemado o fundido’, por sus siglas en inglés. Y cuando eso ocurre a niveles mentales, muchas funciones comienzan a fallar.

La American Psychological Association también tiene una definición: Agotamiento físico, emocional o mental, acompañado de una disminución de la motivación, una baja en el rendimiento y un incremento de las actitudes negativas hacia uno mismo y los demás. Es, en otras palabras, el resultado de estar respondiendo de manera prolongada a demandas laborales que requieren de un intenso esfuerzo físico o mental para su gestión.

Si bien está relacionado con el estrés, no es tal. “Es más bien la respuesta, inadecuada o insuficiente, de un individuo ante un cuadro sostenido de estrés. Primero vienen el estrés agudo y luego el estrés crónico. Cuando no se resuelven es posible entrar a la siguiente entidad, que es el burnout. Y desde éste se puede llegar a la depresión, las adicciones u otras patologías”, dice Ricardo Ramírez, doctor en Neurociencias de la Universidad Andrés Bello, quien se ha dedicado a estudiar el fenómeno en estudiantes de medicina en el Laboratorio de Neurociencias Contemplativas y Neurodidáctica de la Facultad de Medicina de esa casa de estudios.

Agrega: “El burnout tiene que ver con la complejidad de la tarea y con la carga académica. En el ejercicio de la profesión en el área de la salud, particularmente médicos, es posible llegar hasta un 60% de burnout, mientras que los profesores llegan a un 40%. Pese a ello, no es la totalidad de los individuos, lo que indica que no siempre tiene que ver exclusivamente con el elemento estresor, sino también con las características de la persona, de cómo es capaz de llevar esto”.

El síndrome se caracteriza por tres dimensiones: agotamiento emocional, despersonalización y realización personal. El primero se produce por una pérdida de recursos emocionales para enfrentarse a los estudios y el trabajo, con una combinación de fatiga emocional, física y mental, con falta de entusiasmo y sentimientos de frustración e inutilidad; el segundo -la despersonalización- implica un estado de apatía en el que se hace evidente una visión negativa de las demás personas, de sí mismo, de la vida en general, y, por último, hay una falta de realización personal, es decir, se tiene la sensación de realizar demasiado esfuerzo para un resultado pobre.

Claudia Araya, académica de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica (PUC) y directora del diplomado Psicoanálisis en Instituciones, señala: “Este es un concepto que surge específicamente en los profesionales de la salud, que se queman en el contacto con el otro. Claro, es distinto trabajar con un auto que con otro ser humano. Y se dice que la gente se empieza a quemar, no por la pega, sino en el encuentro con el otro, con un otro desajustado, enfermo, muy vulnerable. Es interesante, porque se presenta de distintas maneras, no de una sola. En general se considera que la persona con burnout se deprime, se agota, se revienta, pero la verdad es que en algunos grupos se manifiesta atacando al que viene a pedir ayuda”.

He ahí el mejor ejemplo de la despersonalización.

Rodrigo Rojas, doctor en Sicología y director del Centro de la Salud Mental en Comunidades Educativas de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC), asegura que lo más característico del burnout es el ‘cinismo o despersonalización’. “Los trabajadores que lo sufren desarrollan una actitud de indiferencia, irritabilidad, desapego y endurecimiento en el trato. Comienzan a relacionarse de manera fría, dura y poco empática con las personas con quienes interactúan diariamente, incluso con sus familias”.

CÓMO AFECTA LAS FUNCIONES COGNITIVAS

Si bien la mayoría de las investigaciones sobre el burnout se centra en trabajadores, hay equipos que, adelantándose, han descubierto este mismo síndrome en estudiantes universitarios de carreras de alta demanda académica y en las que se requiere estar en contacto con otros. Mayormente las de la salud y las de educación.

Una investigación del Laboratorio de Neurociencias Contemplativas y Neurodidáctica de la Facultad de Medicina (con sede en Viña del Mar) de la UNAB descubrió, además, que este síndrome tiene efectos sobre las funciones cognitivas de la atención, la memoria de trabajo y la meta-atención.

Entre 2018 y 2020, dicho laboratorio determinó niveles de burnout entre estudiantes del primer ciclo básico de medicina, encontrando valores variables según la población, los cuales han oscilado entre un 17% y un 41% de los estudiantes, teniendo un peak durante 2020, año en que comienza la pandemia del coronavirus.

“Comenzamos a investigar y nos encontramos con que los niveles de burnout se inician a partir del segundo año de carrera, al menos en nuestro modelo, y que se asientan en la etapa final de la formación de estos profesionales, entre el quinto y séptimo año”, explica Ricardo Ramírez, doctor en neurociencias de la UNAB y uno de los investigadores del laboratorio.

Rodrigo Rojas, doctor en Psicología y director del Centro de Salud Mental en Comunidades Educativas de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC), señala que si bien la mayoría prefiere mantener el síndrome del burnout anclado a contextos laborales, “lo interesante de aplicar este concepto a los estudiantes es la consideración del estudio como un tipo de trabajo, pues comparte características con él: está estructurado en torno a metas, se deben cumplir ciertas demandas y se obtienen determinadas recompensas (las notas)”. Indica que las estimaciones sobre el síndrome de burnout en el caso de los estudiantes universitarios llegan al 30%, aproximadamente. Y aunque no haya aceptación total de que su presencia en estudiantes es real, en lo que sí hay acuerdo -agrega- es en que estos estudiantes están expuestos a altos niveles de estrés y propensos a desarrollar enfermedades mentales. “Basta identificar las carreras con mayor exigencia y demandas para identificar grupos en riesgo, entre los que se encuentran los de medicina, derecho y arquitectura”.

Y aquí el problema no es que la carrera en sí sea demandante, puntualiza, sino que los estudiantes carezcan de las habilidades para enfrentar estas demandas, por lo que se hace necesario que las facultades universitarias entreguen un apoyo sistemático y proactivo durante el proceso de formación.

Precisamente por esto el Laboratorio de Neurociencias Contemplativas y Neurodidáctica de la Facultad de Medicina de la UNAB se abocó a estudiar a sus alumnos y ofrecer opciones de ayuda. Lo que se encontró en el camino no fueron sólo diferentes estadios del síndrome, sino también efectos en algunas funciones cognitivas. Para medir la memoria de trabajo ocuparon el test de OSPAN, que evalúa la capacidad de recordar un listado de letras de manera seriada. Resultado: hubo mayor fallo en aquellos afectados emocionalmente o por el síndrome. Recurrieron luego a una prueba denominada free recall test (‘recuerdo libre’ de un listado de palabras) y la modificaron incorporando conceptos con connotaciones positiva y negativa. Aunque no hubo diferencias sustanciales entre quienes sufrían de burnout y quienes no, sí encontraron que los alumnos con el síndrome recordaban más palabras negativas que positivas.

Midieron también la atención sostenida y el vagabundeo mental mediante la prueba SART, que requiere que los participantes presionen una tecla mientras aparezca cualquier estímulo no objetivo (en este caso, letras), con excepción de la F (estímulo objetivo). Los estudiantes con burnout presentaron un mayor porcentaje de error que los sin burnout y se concluyó que el motivo de la desatención se debía al vagabundeo mental. “Presentan nada menos que el doble de respuestas asociadas al vagabundeo mental respecto de los sin burnout. Lo potente de este fenómeno es que es una especie de tren de pensamientos -explica Ricardo Ramírez-, se autogeneran porque no tienes conciencia de ellos; simplemente aparecen y la persona se va en ese sueño lúcido sin darse cuenta. Uno pasa gran parte del tiempo de vigilia vagando mentalmente y eso condiciona la relación con la realidad. Los estudiantes se distraen fundamentalmente porque no son capaces de seguir una instrucción debido a su propio contenido mental que, además, no controlan”.

La meta-atención, que es el dominio que posee el individuo sobre su propio proceso cognitivo, la evaluaron con la prueba FFMQ. Con esta prueba se buscaba determinar si la persona tenía la capacidad de autorregular las fluctuaciones de su atención, pudiendo dirigirla y mantenerla. O sea, detectar cuando no está prestando atención -en vagabundeo mental, por ejemplo- y redirigirla hacia su actividad actual. Se comprobó que los estudiantes sin burnout o sin agotamiento emocional presentan un mayor desarrollo de esta habilidad.

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