Cómo lidiar con la decisión de poner a dormir una mascota
La eutanasia animal se ha practicado siempre, pero hoy se agotan todos los recursos médicos antes de llegar a ella. Es un último camino, elegido solamente para quitar el sufrimiento provocado por una enfermedad terminal o sin tratamiento, o un accidente, indica el Dr. Francisco Araneda, académico de Medicina Veterinaria de la Universidad Andrés Bello.
Hay estudios que señalan que la pérdida de una mascota se percibe de la misma manera que la de un ser humano. Y que el período de duelo puede durar desde tres meses hasta un año. O más, porque todo dependerá del vínculo forjado.
¿Qué pasa cuando la muerte ha sido por eutanasia? Se juntan dos factores: primero, que hay que lidiar con la decisión de terminar con una vida animal, y segundo, vivir un luto que puede ser muy traumático.
La eutanasia -o ‘buen morir’, como indica su etimología- tiene el mismo fin en un animal que la que todos conocecemos: morir sin sufrimiento para también dejar de sufrir, generalmente por motivos médicos o de bienestar. Se lleva a cabo cuando el animal está enfermo de manera irreversible o padece una patología que afecta su calidad de vida de modo significativo.
“Lo que se busca es que este procedimiento se realice en un entorno adecuado, ya sea en una clínica o en la casa del propietario, y que no genere dolor en el paciente -explica el Dr. Francisco Araneda, académico de la carrera de Medicina Veterinaria de la sede Concepción de la Universidad Andrés Bello (UNAB)-. Debe llevarse a cabo bajo condiciones importantes, por ejemplo, enfermedades que no tengan tratamiento o sean terminales, o en pacientes accidentados graves”.
Siempre existe un marco ético que respetar, añade el médico veterinario, porque no se puede aceptar que alguien pretenda eutanasiar a su mascota sólo porque se va de viaje o se cambia de casa. De hecho, dice, hay colegas suyos que se niegan a practicarla bajo cualquier circunstancia.
Y es que el tema es delicado.
“Es esencial que el veterinario se encuentre informado de las distintas directrices relacionadas con la ejecución de la eutanasia, existen protocolos establecidos que buscan reducir al máximo el sufrimiento del paciente -señala la médico veterinario Cynthia Herrera-. La American Veterinary Medical Association (AVMA) ha examinado métodos de eutanasia regularmente, reuniendo a grupos de expertos para evaluar estudios e información más recientes sobre los diferentes métodos disponibles, y entrega las pautas para que nosotros podamos decidir si el paciente la necesita o no”.
La Dra. Herrera agrega que siendo la eutanasia un evento final y definitivo para un ser vivo, “el principal motivo por la cual se realiza es para eliminar el sufrimiento y dolor debido a lesiones o enfermedades muy graves o incurables que ya no podemos controlar con fármacos o manejos intrahospitalarios. También se puede aplicar en pacientes con problemas de comportamiento, como algunos agresivos que han atacado a propietarios, a personas externas al entorno familiar u otros animales, y que no se pueden tratar. Además, se aplica como medida sanitaria en caso de presentar alguna enfermedad zoonótica que comprometa la salud pública, como, por ejemplo, la rabia”.
‘Poner a dormir’ un animal nunca es una opción, señala el Dr. Araneda, de la U. Andrés Bello. “No es que tengamos las opciones de tratamiento y de eutanasia, no. Para nosotros es, más que todo, el último camino, uno que no queremos elegir, pero lamentablemente, y en beneficio de nuestro paciente, se practica para evitar que sienta dolor. El propietario es quien toma la determinación”.
Poner a dormir es una manera deliacada de decirlo para respetar las sensibilidades, tanto la del propietario como la propia del médico. “Va a estar tranquilo, se va a ir en el sueño, y se visualiza así el proceso”, describe el académico de la UNAB.
En efecto, así ocurre: “Nosotros nos encargamos primero de sedar el animal y después inducir una respuesta anestésica mayor, de modo que el paciente entre en anestesia profunda. Durante ésta se induce el paro cardiorrespiratorio con algunos medicamentos y drogas. Pero en todo momento el paciente se mantiene bajo un estado de inconciencia, no siente nada, se duerme tranquilo. Es un procedimiento sin dolor”.
Sin embargo, no es fácil para nadie. “Así como para los dueños es difícil, para los médicos veterinarios también lo es -comenta la doctora Herrera-. Nunca es agradable perder un paciente, emocionalmente estamos supercomprometidos con ellos y siempre una pérdida es significativa, la carga es muy grande. Lamentablemente no nos preparan en la universidad para esto”.
LA DECISIÓN
Mucho más que antes, las mascotas suelen ser parte de la familia. Por lo tanto, por el metabolismo propio de ellas, que hace su vida más corta, sus dueños deben enfrentarse tarde o temprano a la idea de que morirán. O, peor, de que tendrán que morir. “La persona comienza a preguntarse qué hará cuando su animalito ya no pueda comer u orinar, cuando la vida se le esté acabando y haya dolor de por medio -indica el Dr. Araneda de la UNAB-. Las decisiones en este sentido siempre causan dolor y tristeza”.
Concuerda la Dra. Herrera: “Es una decisión muy difícil para la mayoría de los tutores, ya que muchas mascotas son parte de la familia, y su pérdida se siente como la de un familiar. Sienten también un grado de culpa por tomar la decisión de dormir a su mascota, es un peso muy grande. Hay algunos trabajos publicados que hablan de que el duelo por perder una mascota es similar al de perder un familiar, y que tarda de seis meses a dos años la recuperación”.
En los últimos 10 años, la vida con mascotas ha tenido una evolución muy importante, detalla la psicóloga clínica Carla Ducci. Han pasado de ser, por ejemplo, el perro que cuida la parcela y al que sólo hay que darle comida y agua, a convertirse en un integrante más de la familia. En ese sentido, la eutanasia también cambió su perspectiva. De familias que pensaban “esto es algo que tenemos que hacer porque el animal ya sirvió su propósito” a “qué haremos, si es un miembro más de nosotros que se nos va a ir”.
La primera emoción que surge, agrega la psicóloga, es la negación, como mecanismo de defensa. “Llevan al perro, al gato, al hámster o al conejo a un montón de especialistas para comprobar si de verdad es necesario eutanasiarlo. Hacen un testeo. La segunda emoción es culpa, mucha culpa, porque en el fondo es su decisión la de dormirlo. Hay bastante confusión, entonces, y piensan qué será mejor, si tenerlo un día más vivo, si le dolerá tanto como para no tenerlo más con ellos, y se mezcla con la culpa verlo sufrir, de que quizás deberían dejarlo ir”.
La comunicación con el veterinario debe ser absoluta, acota la profesional. “Hay que confiar un ciento por ciento en lo que él está diciendo. Si él afirma que tu animal está sufriendo, hay que creerle y hacerle todas las preguntas: qué le duele, cuánto le duele, cuánto tiempo puede soportar ese dolor, si hay algo para aminorarlo y si es necesario que pase por él, y sobre todo que enseñe a reconocer cuáles son las señales que se deben tener en cuenta para decidir una eutanasia”.
EL DUELO
Carla Ducci lleva más de 20 años ejerciendo y antes no había, como ahora, consultas por trauma debido a muerte de mascotas. Es un evento que ha sido calificado tan traumático como el deceso de un familiar cercano, dice. “Es un proceso muy doloroso porque se produce un vacío. Todos los psicólogos estamos de acuerdo en que el duelo no es igual para todos, que se vive de manera distinta. Hay personas que creen que estarán mejor mientras antes adopten o compren otra mascota para llenar ese vacío, mientras que otros esperan mucho tiempo porque sienten que no van a poder amar de nuevo”.
Trabajar el duelo es fundamental. Si es necesario, asistir a terapia. “Porque el resto de la gente lo minimiza, los jefes lo minimizan -afirma la psicóloga-. Sé que hay países en los que existe un permiso, tal como si falleciera alguien de la familia. Yo siento que en Chile todavía no se le da importancia, es como si ‘es un gato nomás, un perro nomás’. Lo que no se piensa es que se ha formado un lazo emocional muy fuerte con la mascota, de comprensión y de comunicación. Dicen por ahí que todas las mascotas son de ayuda emocional, estén entrenadas o no para hacerlo”.
La diferencia del duelo entre adultos y niños no tiene tanto que ver con la edad, sino con la cantidad de procesos de este tipo que se hayan vivido. Si una persona ha sufrido muchas pérdidas, el duelo por su mascota probablemente no será menos doloroso, pero sí más rápido de procesar. Si es un niño que no lo ha experimentado nunca, hay que partir explicándole qué es la muerte y que su mascota ya no estará. El cómo dependerá de la edad del pequeño.
“En segundo lugar, es recomendable hacer un ritual con el niño y con el animal, ya sea si lo quemaron o lo enterraron. Un ritual es un hito que marca y ayuda a sanar. Creo que es muy importante enseñarles a los niños que lo que se va es lo físico, pero lo que queda es el recuerdo. Tercero, observar al niño para detectar si requiere más ayuda psicológica. Lo que nunca se debe hacer es dejar de hablar de la mascota y actuar como si no existió”.
Sólo pasado un tiempo se sugiere preguntarle al niño si le gustaría visitar un refugio y adoptar otra mascota, pero respetando su proceso y sus deseos. “Muchas veces los papás piensan en lo que es mejor para ellos, o creen que llevando un perro de inmediato se le pasará la pena. Pero el niño necesita entender la muerte y la pérdida, hacer un ritual que le recuerde que este ser sí existió, que no se está borrando, y tenerlo presente de alguna forma”.
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