Que siga la cueca: historias tras la mítica La Casa de la Cueca
El sitio más tradicional para disfrutar el folclor y la gastronomía chilena en Santiago tenía sus días contados, hasta que un convenio impulsado por la UNAB con apoyo del ministerio de las Culturas rescató una institución de valor incalculable para la identidad y memoria colectiva. Figuras como Gepe, Mario Rojas o el dueño del Liguria rescatan algunas historias.
El barrio de avenida Matta tiene algo de provincia en pleno centro de Santiago. Por más que se renueven las calles, se edifican torres que ocupan media cuadra y arriban sabores diferentes cortesía de los inmigrantes, aún persiste cierto aire bucólico en la transitada arteria y sus alrededores. Los vecinos todavía conversan al atardecer reunidos en las puertas de sus casas, mientras los niños juegan a la vista. Allí se crió Marcelo Cicali, dueño del afamado bar y restaurante Liguria. Conoce a Pepe Fuentes y María Esther Zamora hace décadas y es un parroquiano habitual de avenida Matta 483, la dirección de La Casa de la Cueca, el hogar de ambos.
Cicali habla en presente de Fuentes, como una manera de perpetuar su recuerdo, aunque ya no esté físicamente. El pasado 5 de diciembre, una de las mayores leyendas de la música popular y tradicional chilena, dio su último suspiro. El hombre que introdujo la cueca a las nuevas generaciones a través de sus enseñanzas a Los Tres -él y Zamora son protagonistas históricos de la Yein Fonda-, murió a los 89 años.
“Pepe tocó en el bar de mi abuelo en avenida Matta. Les tengo cariño más allá del simple gusto por la cueca. Nací en ese barrio y me toca muy en la memoria y de manera muy emotiva cuando los veo”, dice Cicali.
La muerte del músico junto al nocaut del Covid-19 para toda actividad comercial que requiere la presencia de público, tuvo al borde del cierre a La Casa de la Cueca, que por más de 30 años ha recibido gente ávida de folclor, tango, valses -la banda sonora popular de la primera mitad del siglo XX-, y comida típica chilena preparada por María Esther Zamora. “Yo sé cocinar y cantar, no sé hacer otra cosa”, sentencia la artista de 74 años.
Sin público, producto de la pandemia, y golpeada como institución por la muerte de Pepe Fuentes, La Casa de la Cueca no tenía cómo solventar gastos. El fin parecía cerca. En la Universidad Andrés Bello supieron de la situación y tomaron un par de decisiones: había que ayudar y para eso tenían que saber exactamente qué necesitaban, “porque María Esther mantiene esta tradición chilena tan importante, donde se reúnen artistas y se mantiene vivo el folclor chileno”, dice Felipe Karadima, director de Extensión Cultural de la Universidad Andrés Bello. Fue hasta La Casa, conversaron, tomó nota y comenzó a gestionar con el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio para que “entre los tres pudiéramos hacer un convenio de apoyo”.
El acuerdo, que se anunció hace unos días, compromete una ayuda económica mensual. A cambio, el establecimiento dará clases de cueca para los alumnos y funcionarios de la UNAB, entidad que busca potenciar La Casa como parte de sus actividades culturales y también para crear un lazo entre los estudiantes y las tradiciones chilenas. “Haremos visitas de alumnos y profesores. Habitualmente tenemos muchos docentes y científicos del extranjero, y queremos llevarlos para allá, para que conozcan esta tradición de la música nuestra y la cocina. María Esther nos ha ofrecido, tanto ella como su grupo artístico, participar en actividades de la universidad, ceremonias, inauguraciones y el celebrar el 18”, cuenta Karadima.
María Esther Zamora siente que la ayuda tiene un toque celestial. “Pepe no se ha ido, me sigue amparando. Estoy muy emocionada, es algo que no esperaba. Afortunadamente la Universidad Andrés Bello se conmovió y fue caído del cielo. Estábamos desesperados y ellos llegaron espontáneamente. Es una bendición de Dios y lo tengo en mi corazón, sobre todo de una entidad importante como esta universidad. Es una alegría para mí y seguiremos difundiendo tradiciones, música y gastronomía”, dice. Luego agrega: “Pepito era normalista y estaría feliz de que una entidad así nos ampare en un momento de crisis, y que esté el ministerio también. Le da prestigio a nuestro hogar”.
“¿Por qué hay que resguardar un lugar así? Para que generaciones futuras disfruten igual que nosotros”, dice Marcelo Cicali, quien dice que La Casa es un sitio de acogida para personas distintas hermanadas por el arte. “Fue trinchera de un mundo cultural que no tenía donde expresarse. El primer domingo de cada mes era juntarse con gente invisibilizada, cantantes, humoristas, músicos de sesión, niños que aprendían a tocar pandero, guitarra y veían en Pepe a un guía”, relata.
El hombre tras el Liguria revela que esos niños ahora son artistas por derecho propio, músicos destacados como Los del Maule, Miguel Molina o Joselo Osses. “Y eso se daba en este ambiente, este capullo que es La Casa de la Cueca. Ir para allá es ir a un pedazo de la memoria de Chile. Sin memoria, no hay construcción del futuro”.
“Lo que instalaron ellos es un concepto que tiene que ver con el patrimonio intangible, con la tradición de la familia urbana”, reflexiona Mario Rojas, músico de vasta y versátil trayectoria, desde la fusión de los primeros De Kiruza a finales de los 80 -pioneros del rap en Chile-, hasta llegar a la cueca. Para él, visitar Matta 483 representa también un viaje a su propia historia. “Cada vez que voy para allá siento que me trae reminiscencias de mi niñez, de mi propio hogar o de la casa de cualquier tío”, evoca Rojas.
Daniel Riveros, más conocido como Gepe, también apunta al sentido familiar de La Casa de la Cueca y la sensación de acogimiento que provoca. Para Gepe, es mucho más que un sitio donde se baila y se toca música tradicional chilena. “No solo es cueca y folclor, sino un lugar de amistad donde se celebra lo colectivo, lo popular, lo que es el pueblo chileno. Y María Esther es la gran matriarca de esto, la gran jefa. Ella es la fiesta misma y el sostén espiritual de muchas personas. Cuando uno va de día y el lugar está sin gente y ves las fotos en las paredes, te das cuenta que hay buenos fantasmas que te acompañan. Ese lugar nunca está solo, aunque no haya nadie. Es un espíritu colectivo que no puede morir”.
Te tienen que llevar
Regla de oro. No es llegar y partir a La Casa de la Cueca. Es con invitación. “Usted tiene que venir con gente amiga de nosotros, esto no es un negocio. Acá vivimos”, aclara María Esther Zamora.
Marcelo Cicali cuenta que Pepe cocinaba también “El tuco le quedaba una maravilla”) y que si se visita La Casa, hay que pedir sí o sí el chupe de guatitas y el asado a la olla con arroz y ensalada. Mario Rojas se inclina ante la mano de Zamora (“Cocina exquisito”) y recomienda ir por los clásicos: “Unas cazuelas, qué se yo, el chancho muy rico, ensaladas en la mesa, y vino de la casa”.
A María Esther Zamora le cuesta destacar un plato, porque a todo le pone la misma enjundia y cariño cuando agita el cuchillo, revuelve la olla y hornea: “El plato tradicional es el asado a la cacerola, lo comen todos, es al jugo. Tengo arrollados a la medida y a la perfección, los chupes de guatitas, de mariscos. Es cocinar para mi familia grande, una familia cuequera”.
Mario Rojas cuenta que la historia de Pepe y María Esther es de novela. Tuvieron un romance, luego Pepe se fue de viaje. Era un asunto concreto, tocar durante una semanas en Argentina. “Salí de aquí por 22 días y volví a los 22 años”, rememoraba el músico. Tocó en Europa para luego llegar a Emiratos Árabes. Finalmente se estableció en Barcelona y regresó a Chile en 1982. Siete años después se casó con María Esther y los cimientos de La Casa de la Cueca se fraguaron en el Sindicato de Folcloristas en el pasaje Phillips, frente a la Plaza de Armas. “Ahí, en esos edificios donde vivía ‘El Paleta’”, apunta Mario Rojas, en referencia a la céntrica morada del presidente Jorge Alessandri.
María Esther y Pepe armaron un casino en el sindicato, que a fines de los 80 sobrevivía apenas cuando la cueca se identificaba con música de gente antigua, sin arraigo entre los jóvenes. “Mucha gente decía que era para los viejos y los curados”, recuerda la folclorista, sobre un periodo en que los cuequeros se sentían apesadumbrados porque su música parecía destinada a desaparecer.
El salvataje de la cueca llegó, curiosamente, a través del rock de Los Tres. “En la cúspide de la fama de rockero”, subraya María Esther, “Álvaro Henríquez buscó a los viejos músicos. De ahí surgió un vínculo muy grande y empezó a encantar a los jóvenes. Nos sirvió mucho para seguir luchando. El empujón del Álvaro es innegable, muy agradecidos de él. Yo miro al público de la Yein Fonda y me emociono. Hay niños encantados con la cueca”.
Un amigo del matrimonio les ofreció el arriendo barato de una casa en avenida Matta. “Estaba mal por dentro, pero de a poquito la arreglamos y empezamos a dar clases, hasta que se convirtió en La Casa de la Cueca y llegaban grupos jóvenes a pedirle consejo a Pepe. Fue un todo. Recibir gente de todas las edades en un ambiente donde los valores de la familia son fundamentales”.
La ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, se declara contenta por este rescate de La Casa de la Cueca, que implica una serie de valores en un solo espacio. “El patrimonio existe en la medida que tenga sentido para la comunidad. Como ministerio trabajamos firmemente para proteger las expresiones de la comunidad cuequera y por salvaguardar las tradiciones que nos brinda el folclor”, señala.
“Es la trinchera de quien se sienta cercano a la música folclórica”, reflexiona Marcelo Cicali sobre el sentido de pertenencia con lo nuestro que proyecta La Casa de la Cueca. “Es una transmisión oral. Escuchas, hablas, y así se transmite por generaciones. Eso es maravilloso”, cierra.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.