Vida universitaria a distancia: la difícil realidad de la generación 2020
Hay preocupación por las consecuencias psicológicas de tres semestres seguidos con clases a distancia y la escasa socialización para alumnos que entraron a la Educación Superior el año pasado y no han tenido una vida universitaria presencial. Incertidumbre, necesidad de insertarse en un grupo, poca motivación, aislamiento, falta de lazos fuera de la sala de clases, son las consecuencias que los mismos alumnos reconocen y que las universidades buscan abordar.
Al otro lado de la línea, Elisa Oyarzún (20), alumna de segundo año en el programa College de la Universidad Católica, dice: “Siento que no puedo echar de menos algo que en realidad no conozco”. Se refiere a la “vida universitaria”, ese gran conjunto de hilos que arman un tejido hecho de nuevas amistades, tomar un café en el patio con los compañeros, quedar con los más cercanos después de clase, arrancarse un fin de semana por ahí o sencillamente elegir entrar a una sala junto a todos los demás, para oír lo que tenga que decir ese día el profesor.
A cambio de eso, Elisa Oyarzún pasó todo 2020 asistiendo a sesiones por Zoom encerrada en su casa y ha seguido así durante el primer semestre de 2021. Lamenta no haber podido siquiera pisar la universidad. Explica que no sabe cuántos compañeros tiene, aunque las cifras de la UC indican que cada año entran al College unos 850 alumnos. Y confiesa que, de las decenas de personas con las que se “ha cruzado” en los cursos online, solo conoce a una, Amelia: “Coincidimos para un trabajo el segundo semestre del año pasado y, en noviembre, cuando hubo más libertad, nos juntamos una vez. Este año tomamos un ramo juntas, porque de verdad uno necesita tener contacto, formar parte de un grupo”.
Ella es apenas una de entre las 148.000 personas que, según estadísticas del Consejo Nacional de Educación, se matricularon el año pasado para primer año, en alguna de las 60 universidades que conforman el sistema de Educación Superior chileno. Todas debieron enfrentar una realidad inédita: la pandemia del Covid-19, que dejó al mundo entero enclaustrado en sus hogares y que obligó a las instituciones educacionales a innovar muy rápidamente, para entregar los contenidos a través de plataformas virtuales.
Un estudio realizado en 2020 a estudiantes de que entraron a primer año de la Universidad de Chile -entregados recientemente- por Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes mostró que tres de cada cuatro encuestados reconocía que su estado de ánimo era “peor o mucho peor, en comparación al contexto prepandemia”.
148.000 personas, según estadísticas del Consejo Nacional de Educación, se matricularon el año pasado para primer año, en alguna de las 60 universidades del sistema de Educación Superior chileno.
La psicóloga Mónica Daza, directora nacional de Bienestar de la Universidad Andrés Bello (UNAB), afirma: “Los alumnos que ingresaron a su primer año de universidad en 2020 son una generación de especial preocupación para nosotros”. Se trata -añade- de jóvenes que venían de un término de la enseñanza media “marcado por las dificultades del estallido social y el boicot a la PSU”. Son personas que prácticamente no alcanzaron a tener clases presenciales: “Un grupo de estudiantes que no han tenido aún la posibilidad de vivir su experiencia universitaria en presencialidad y plenitud”. Daza explica que la generación 2020 ha tenido que enfrentar, además, la gran la incertidumbre de no saber cuándo podrá conocer algo parecido a la normalidad con actividades presenciales.
Fernando Purcell, vicerrector académico de la Universidad Católica, dice: “La Prueba de Transición para la Admisión Universitaria estiró y alargó el proceso y retardó las matrículas. Eso también les generó una ansiedad importante”. Daza, de todos modos, rescata: “Han demostrado ser muy resilientes, ya que, si bien las circunstancias no son fáciles, han tenido la capacidad de adaptarse dentro de las posibilidades que existen”.
Sin duda, entre esas posibilidades la presencialidad no ha existido y por lo mismo, para las universidades, la primera tarea adaptativa fue ponerse al día lo más rápido posible con las aulas virtuales. Después, vino un abanico de medidas de apoyo a los alumnos. Las primeras fueron tecnológicas.
En la UNAB se virtualizaron el servicio de apoyo psicológico gratuito a los alumnos y las actividades extraprogramáticas. Entre ellas, los talleres deportivos, los talleres artísticos y los talleres culturales. Además, dice Mónica Daza, ha habido “actividades de formación y liderazgo en la línea de la promoción del autocuidado y el bienestar emocional”, con especial énfasis habilidades personales, como la resiliencia.
Contención y salud mental
Pero el desafío mayor ha estado en ser capaces de dar soporte y contención emocional y de salud mental a los estudiantes. “El aislamiento prolongando en esta etapa de vida de la adultez incipiente y el ver más o menos frustradas sus aspiraciones de clases presenciales han desatado una epidemia de salud mental, que era esperable”, afirma Carlos Cabezas, de la U. de Antofagasta.
En la UC se han hecho encuestas y hay claridad en torno al incremento de consultas psicológicas por parte de los estudiantes. El vicerrector Fernando Purcell explica: “Se han superado cifras de años anteriores y nos preocupa”. Un modo de ofrecer respiro a los alumnos -agrega- han sido las semanas de receso y el llamado a los académicos a flexibilizar los horarios de las clases. El vicerrector añade que en sus manuales de docencia remota han instalado el bienestar y la salud como punto uno.
Similar experiencia se relata desde la Universidad de Antofagasta, donde se reforzó al personal de atención de salud mental y el servicio médico y dental. Carlos Cabezas explica: “Hemos realizado remotamente seminarios sobre distintos temas más allá de lo académico. Deportes ha hecho un trabajo muy importante, a través de sus redes sociales, para tratar de mantener a los jóvenes, incentivando las pausas activas”.
Hay coincidencia, de hecho, en que el factor deportivo opera en beneficio de los estudiantes, aunque dada la no presencialidad el efecto positivo tiene un límite. Javiera Vidal (19), alumna de segundo año de Odontología en la sede UNAB de Concepción, es basquetbolista y relata: “Nunca fui a clases regulares, pero como soy deportista sí podía ir a entrenar y me hacía muy bien. Eso sí, después, cuando nos fuimos a encierro, desde mi casa, las ganas no eran las mismas”. Vidal explica que, en medio de una cuarentena obligada por un posible caso de contagio entre sus cercanos, lo pasó mal: “Me afectó demasiado el encierro. Solo quería estar acostada, no salía de mi pieza, no hacía nada, con suerte comía algo. De verdad que no quería nada, pero un día me di ganas a mí misma y decidí entrenar. Eso me ayudó mucho”.
Me afectó demasiado el encierro. Solo quería estar acostada, no salía de mi pieza, no hacía nada. Pero un día me di ganas a mí misma y decidí entrenar. Eso me ayudó mucho”.
Javiera Vidal, estudiante de Odontología.
En las instituciones reconocen haber puesto especial énfasis en adaptar las bienvenidas a los alumnos que entraron en 2020. La psicóloga Mónica Daza afirma: “Para este grupo el programa ‘Experiencia UNAB’ permitió que estudiantes que no habían tenido experiencias presenciales visitaran sus campus. La idea era que compartieran con sus compañeros en actividades “especialmente diseñadas y bajo un estricto protocolo de medidas de cuidado ante el COVID-19”.
Fernando Purcell, desde la UC, añade: “Organizamos el año pasado, desde fines de noviembre, las bienvenidas a los novatos, para que los estudiantes dispuestos a ver a sus compañeros y a sus académicos pudieran encontrarse”. Elisa Oyarzún no tuvo suerte en ese sentido: cada vez que iba a realizarse un encuentro en el que ella estaba inscrita hubo que suspender. Por lo mismo no se ha sentido tan bien acogida. Alumnos como ella, sin embargo, tienen en el College de la UC una instancia llamada “Tutor Par”, que acompaña a los estudiantes con sesiones mensuales.
Vicente Barraza fue tutor par en 2020 y lo está siendo en 2021. El año pasado trabajó con 10 alumnos de Santiago y regiones. Tiene claro que a los que entraron en 2020 les ha costado más que a los de este año: “Entraron con expectativas de tener actividades presenciales. Lo que más les afectó en lo emocional fue romper esa expectativa de conocer gente, de salir a carretear, de hacer convivencias. Esas cosas, para ellos, se perdieron no más. Tuvimos, de hecho, que hacer una tutoría especial de cierre en la que hablamos de asumir que ya no fue, que es lo que les tocó”.
Generar redes
Los especialistas coinciden: recuperar el tiempo perdido en términos de “vida universitaria” para la generación 2020 va a ser muy difícil, sino imposible. En la UC explican que, para ese centro, la faceta extraacadémica es “un pilar fundamental” porque, entre otras virtudes, promueve la interacción humana: “Por lo mismo todos queremos volver a la presencialidad de alguna forma”, dice Fernando Purcell. Carlos Cabezas, de la Universidad de Antofagasta, agrega: “Puede que podamos regresar del algún modo, con aforos específicos y con mascarilla, y es mejor tener eso a no tener nada”.
Pese a los esfuerzos de las instituciones por generar una experiencia universitaria distinta y rica ayudadas por los servicios virtuales, sus estudiantes quieren encontrarse con los compañeros. La psicóloga de la Universidad Andrés Bello, Mónica Daza, lo describe así: “Generar redes, volver a los campus, conocer a sus profesores, tener espacios de encuentro y socialización fuera del ámbito académico de manera presencial, y esto porque sin duda para el ser humano las interacciones en persona con quienes nos rodean tienen una cualidad, una riqueza que las hace únicas”.
Los especialistas coinciden: recuperar el tiempo perdido en términos de “vida universitaria” para la generación 2020 va a ser muy difícil, sino imposible.
Hay un factor sistémico y de propósito en ese sentido. Las instituciones universitarias como las conocemos hoy no fueron concebidas para la enseñanza remota: “Hemos aprendido mucho y mucho de lo que hemos implementado llegó para quedarse, como que un profesor pueda hacer una clase estando de viaje. Pero estoy convencido de que la presencialidad es irreemplazable. No veo un futuro donde la universidad no tenga sus campus. Solo pasaría si la universidad termina transformándose en algo que hoy no es”, apunta Daza.
Y si bien para los alumnos estos tres semestres ya cursados no destacarán por sus beneficios sociales o de interacción, hay quienes como Javiera Vidal sí logran ver la faceta valiosa e incluso la celebran: “Quería entrar a la universidad, pero hay ramos muy intensos. Como no tenía hábitos de estudio, me saqué mis primeros rojos. Tuve que aprender a organizarme y que me vaya bien me pone súper feliz. En ese sentido, para mí, la pandemia ha tenido un lado positivo”.
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