Alimentos ultraprocesados en la mira: ¿Qué estamos comiendo realmente?
El consumo de estos productos se ha vuelto parte de la rutina de muchos, ya sea por conveniencia o accesibilidad. Sin embargo, la especialista Claudia Rojas, docente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad Andrés Bello, advierte que estos productos, aunque sean prácticos, tienen serias repercusiones en el organismo, como probabilidad de contribuir a la obesidad, al desarrollo de enfermedades cardiovasculares o a un mayor riesgo de sufrir cáncer. El problema es que muchos de sus consumidores aún desconocen su lado B, ya que nada -salvo la enorme lista de ingredientes que tienen sus envases- advierte de su naturaleza.
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Gabriel Vega (32) es profesor de inglés y llegó a Santiago a principios de este año con dos misiones: encontrar trabajo y, en el proceso, reducir gastos. Como parte de su plan de ahorro, bajó el consumo de alimentos que le resultaran caros y también los ultraprocesados, como barritas, nuggets, hamburguesas congeladas o comidas instantáneas. Optó por comprar directamente a proveedores locales e ir a ferias como la de Lo Valledor. Con el paso de los meses, notó ciertas mejoras en su estado físico y ánimo, que atribuyó a esta nueva rutina alimentaria más natural y consciente.
Lo que para él era una mera estrategia de sobrevivencia básica, en realidad es parte también de un movimiento que progresivamente cobra más fuerza y que pretende reducir o eliminar en su totalidad -aunque es una de las tareas más difíciles- la ingesta de alimentos ultraprocesados. La tendencia, que busca una especie de retorno a lo natural, no solo impacta en el bienestar físico, sino también se relaciona con una creciente consciencia sobre los efectos que los productos industrializados pueden tener sobre la salud.
A pesar de haber eliminado los alimentos ultraprocesados de su dieta, Vega no ha dejado de ir al supermercado, aunque el tiempo que pasa ahí sí ha disminuido considerablemente. “Si antes demoraba unos 45 minutos, ahora pueden ser entre 5 a 10 minutos”, cuenta el docente. Al reducir su compra a productos frescos y básicos, su lista se ha vuelto más sencilla, con alimentos de estación y naturales, pensando que así puede beneficiar no solo su salud, sino también su economía y sostenibilidad de sus hábitos de consumo.
Pero los hay también de otros extremos. Eduardo García (20) es estudiante de odontología en la Universidad de Chile y, dice, se rehúsa a abandonar los alimentos ultraprocesados. Para él, el ritmo de vida universitario y el excesivo estudio le deja poco tiempo para preparar comidas “más saludables”. No solo eso, sino también ir a comprar siquiera ingredientes para ello.
“Son más fáciles y rápidos de hacer, además son más baratos, tienen sabores más ricos y no tengo que preocuparme de cómo me va a quedar”, comenta. A pesar de conocer los potenciales efectos negativos, como el aumento de peso y ciertos problemas digestivos, prioriza la conveniencia de estos artículos en su rutina.
Sopas instantáneas tipo “cup noodles”, galletas con chips de chocolate, bebidas energéticas y de fantasía, papas fritas envasadas y otros alimentos forman parte de su comida diaria. ¿El desayuno de ayer? Una bebida energética y un rollito de canela. ¿El almuerzo? Pizza de delivery. ¿Y la cena de anoche? “Papas fritas, un pan con queso y té”, dice. La conveniencia de estos alimentos es innegable, argumenta.
Una amenaza silenciosa
Pero, ¿qué son los alimentos ultraprocesados? Claudia Rojas, docente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad Andrés Bello, aclara que “el ultraprocesado es un concepto que le dimos a la industria de alimentos, que toma ingredientes naturales y les adiciona colorantes, conservantes o endulzantes”.
Este tipo de productos son elaborados en múltiples etapas industriales, y al añadirles sustancias químicas, mejoran su apariencia, sabor y fecha de caducidad. “Dejan de ser naturales porque se les agregan componentes industriales para aumentar su vida útil”, señala Rojas.
Los alimentos ultraprocesados son aquellos significativamente modificados por procesos industriales, lo que los vuelve opciones menos saludables para el consumo diario. Estos productos van desde comidas rápidas, como hamburguesas y pizzas, hasta una amplia gama de artículos que se encuentran en los supermercados: snacks, bebidas, galletas, cereales, productos embutidos y comidas listas para calentar.
Uno de los principales problemas es que contienen conservantes, colorantes y edulcorantes que no solo alteran su composición, sino que pueden tener efectos adversos en la salud a largo plazo.
En Chile, la Ley N° 20.606, conocida como la “ley de etiquetado de alimentos”, se implementó en 2016 con el objetivo de informar a los consumidores sobre los ingredientes de los productos que compran. Esta normativa introdujo las conocidas etiquetas que advierten a los consumidores sobre el exceso de calorías, sodio, azúcares y grasas saturadas en los productos. A pesar de eso, Rojas señala una limitación importante: “No nos advierte de lo ultraprocesado, ni de los conservantes, colorantes o endulzantes que contienen estos productos”.
La ley de etiquetado fue un avance, pero no fue suficiente para abarcar todos los riesgos. “El etiquetado frontal es un gran avance porque educa al consumidor sobre ciertos riesgos, pero no cubre ingredientes clave que también afectan nuestra salud”, comenta Rojas. Uno de los mayores problemas es que la normativa no obliga a las empresas a rotular de manera clara la presencia de aditivos industriales, lo que deja a los consumidores en una posición de desventaja a la hora de elegir productos saludables.
Rojas insiste en la importancia de leer las etiquetas de ingredientes de los productos más allá de los sellos de advertencia. “Debemos leer los ingredientes que aparecen en el alimento y ayuda muchísimo”, recalca. La nutricionista también señala que muchos productos que se venden como “saludables”, como los frutos secos o las barritas de cereal, en realidad contienen aceites vegetales y grasas saturadas que los hacen menos recomendables para una dieta saludable.
Además, hay que elegir apropiadamente el tipo de aceite. “Es mejor el aceite de oliva extra virgen para aderezar ensaladas, ya que en Chile muchos aceites vegetales están mezclados”, explica la especialista. Este tipo de grasas saludables puede beneficiar tanto el sistema cardiovascular como el digestivo, en comparación con otros aceites refinados.
El impacto en la salud
El consumo regular de alimentos ultraprocesados tiene un efecto negativo en la salud, especialmente a largo plazo. Diversos estudios han vinculado estos productos con un aumento en las tasas de obesidad, enfermedades cardiovasculares y problemas digestivos.
La Organización Mundial de la Salud ha advertido que el consumo excesivo de carnes procesadas, como embutidos y salchichas, aumenta el riesgo de desarrollar cáncer colorrectal, una de las formas más comunes de cáncer a nivel global.
Claudia Rojas afirma que “si yo consumo muchos de estos productos, se superan los niveles que dejan de ser sanos”. El problema con estos artículos es que suelen ser bajos en fibra y ricos en azúcares añadidas, grasas saturadas y sodio. “La mayoría de los ultraprocesados tienen 0.5 o 1 gramo de fibra, cuando deberíamos consumir entre 25 y 30 gramos al día”, explica Rojas.
“Gran parte de los ultraprocesados son altos en calorías, grasas saturadas y sodio, lo que nos puede llevar a desarrollar obesidad y enfermedades cardiovasculares”, advierte Rojas. Estos productos, al tener un alto contenido calórico y pocos nutrientes esenciales, contribuyen a la obesidad e interfieren en la regulación de los niveles de glucosa en la sangre.
Estos alimentos tienen aditivos industriales que pueden provocar inflamación en el organismo. Los colorantes, edulcorantes y conservantes utilizados en estos alimentos están diseñados para mejorar su apariencia y sabor, pero tienen efectos secundarios negativos. Rojas señala que algunos de estos aditivos, como los nitritos y nitratos utilizados en las carnes procesadas, están vinculados a un mayor riesgo de cáncer y otras enfermedades crónicas. “El exceso de conservantes y otros aditivos puede generar procesos inflamatorios en el cuerpo”, explica.
Y aunque con la ley de etiquetado de alimentos se produjo un antes y un después a una mayor transparencia en el consumo, es clave que los consumidores comprendan realmente lo que compran y consumen. La educación alimentaria tiene un papel esencial para ayudar a los usuarios a tomar decisiones informadas. “Fue un gran avance, pero es solo el primer paso: necesitamos educar más al consumidor para que sepa qué buscar y qué evitar”, comenta Rojas.
La especialista recomienda que los consumidores adopten una actitud más crítica al momento de elegir los alimentos que compran. En lugar de basarse únicamente en los sellos, deberían leer la lista completa de ingredientes y evitar aquellos productos que contengan una gran cantidad de aditivos industriales.
Volver el tiempo atrás
“Deberíamos volver a comer como lo hacían nuestros abuelos, cuando preparaban su propia comida en casa con ingredientes frescos”, sugiere Rojas.
“Preparaban su propio pan, mermeladas y postres con ingredientes frescos”, señala la nutricionista, destacando la relevancia de evitar los productos industriales que dominan dieta moderna. Al preparar alimentos en casa, se tiene total control sobre lo consumido, evitando así los conservantes, colorantes y otros aditivos que caracterizan a los ultraprocesados. Además, destaca que “nuestros abuelos sabían que el pan duraría solo unos días, pero era más natural y saludable”.
Esta “vuelta a lo clásico” no solo beneficiaría la salud, sino también contribuiría a reducir el impacto medioambiental de la producción y el consumo de alimentos ultraprocesados. Los alimentos frescos y mínimamente procesados no solo son más saludables, sino que generan menos residuos y requieren menos recursos industriales para elaborarse.
La OMS también respalda la necesidad de reducir el consumo de alimentos ultraprocesados. Según un estudio, las dietas ricas en alimentos frescos pueden reducir significativamente el riesgo de enfermedades crónicas. Además, este tipo de alimentación promueve una mejor calidad de vida y bienestar general.
Otra de las tendencias alimentarias que ha tomado vuelo en los últimos años es la vegana, pero no todos los productos de este tipo son saludables.
“Muchos están lejos de ser opciones ideales, ya que suelen contener muchos ingredientes procesados y aditivos”, comenta la nutricionista Claudia Rojas.
Aunque este concepto está asociado con una alimentación más saludable, Rojas señala que es crucial leer las etiquetas y estar atentos a la cantidad de ingredientes presentes. La experta explica que algunos de estos productos, como los frutos secos fritos o las barritas energéticas, pueden tener altos contenidos de aceites vegetales y grasas saturadas, lo que las vuelve menos saludables. “Debemos fijarnos en que los ingredientes sean lo más naturales posible”, recomienda.
Como recomendación, destaca la importancia de ingerir entre 25 y 30 gramos de fibra al día, preferir alimentos frescos y naturales, y comer pescado al menos dos veces por semana.
Además, sugiere evitar las frituras, limitar el consumo de carnes procesadas como embutidos, y optar por aceites saludables, como el de oliva virgen extra. También insiste en aumentar la ingesta de legumbres y verduras de diferentes colores para obtener una dieta balanceada y rica en nutrientes. Las frituras, precisa, pueden ser máximo dos veces al mes, en porciones que ronden los 100 a 140 gramos.
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