Empresas de base científico-tecnológica: los vectores de la transformación que Chile necesita

Desde el 2020 a la fecha, el Ministerio de Ciencia, a través del programa Start-Up Ciencia, ha apoyado a casi 300 empresas de base científico-tecnológica (EBCT) chilenas con financiamiento para su primera etapa de desarrollo. Sin embargo, debemos ser más ambiciosos y potenciarlas sistémicamente en su regulación y financiamiento. "Si este grupo -pequeño, pero de rápido crecimiento- logra desplegarse al máximo, tiene el potencial de transformar Chile", dice Carolina Torrealba, vicerrectora de Investigación y Doctorado de la Universidad Andrés Bello.



En los 90 y 2000 Chile creció en base a nuevas industrias. El kiwi, los arándanos, el vino y el salmón chileno irrumpían en las góndolas de los mercados haciendo crecer la economía y sustentando potentes políticas sociales.

Sin embargo, como sabemos, el crecimiento se estancó y, sumado a la crisis político-institucional que vivimos, hoy pareciéramos estar rodeados de una niebla de conformismo espesa y estática, que nubla la posibilidad de ver algún horizonte luminoso.

Es clave levantar la mirada: en un contexto de cambio global acelerado, las oportunidades que enfrenta Chile hoy son únicas en su historia. Está en nuestras manos revertir la tendencia y diseñar el futuro que aspiramos con audacia. Chile puede ser líder en la producción de energía verde, barata y masiva para alimentar la transformación tecnológica, de ser cantera de minerales que requieren la transición energética, de ser sustento de una nueva forma de producción de alimentos sostenibles en la tierra y en el mar, entre otros desafíos globales.

En este escenario, la matriz de actores y capacidades que se requiere es diferente a la que sustentó el crecimiento noventero. No solamente necesitamos a los empresarios y grupos económicos tradicionales, sino que es esencial que también participen cientos de emprendedores tecnológicos desde la empresa e investigación académica. Las empresas de base científico-tecnológica (EBCT) son vectores de transformación de la estructura productiva de un país a partir de la innovación, al tiempo que esenciales para cerrar la brecha -o el abismo- que existe entre los laboratorios de investigación y el mercado.

En 2020, el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile se inauguró en la esfera política nacional, incorporando este asunto como eje central a su quehacer, y realizó el primer catastro, estudio y programa de apoyo al sistema de EBCT nacionales.

Según estos catastros -pendientes de actualizar- en Chile ha surgido un pequeño pero prometedor conjunto de EBCT. Son jóvenes y pequeñas y están conformadas en su mayoría por personas que vienen del ámbito académico (50%) y empresarial (36%). La mayoría están basadas en tecnologías relacionadas con la biología (43%) y digitales (44%), y se caracterizan por nacer con una alta expectativa de crecimiento y proyecciones globales.

Si este grupo -pequeño, pero de rápido crecimiento- logra desplegarse al máximo, tiene el potencial de transformar Chile. Los siguientes datos son reveladores: una de cada cuatro EBCT instalada en Chile invierte más del 50% de sus ventas en I+D, emplea personal con posgrado (50%), tiene área formal de I+D (56%) y laboratorio propio (40%), patenta (57%) y una de cada tres publica artículos científicos.

La aprobación unánime de la idea de legislar del proyecto de Ley de Transferencia Tecnológica que el Ejecutivo ha ingresado al Congreso es una excelente noticia. Pero aún más relevante es la transformación cultural que augura en un sistema académico que ha visto con suspicacia cualquier actividad comercial ligada a las actividades investigativas, sin prever que he ahí el motor de transformación para un país que aspira a volver a dirigir su futuro.

Si a una fracción de estas empresas le va bien, tendremos un sistema que puede insertar en la empresa a los doctores que Chile forma (y que casi en su totalidad se emplean en la academia), que tiene el potencial de duplicar o triplicar la inversión pública en I+D, y lo más relevante, el potencial del transferir investigación y desarrollo a productos sofisticados, entrar a mercados globales, y generar riqueza, empleos de calidad y bienestar para nuestro país y sus ciudadanos.

Desde el 2020 a la fecha, el Ministerio de Ciencia, a través del programa Start-Up Ciencia, ha apoyado a casi 300 EBCT chilenas con financiamiento para su primera etapa de desarrollo. Sin embargo, debemos ser más ambiciosos y potenciarlas sistémicamente en su regulación y financiamiento, así como abordar las cuestiones relativas a su surgimiento y al contexto que brindan las organizaciones desde dónde operan (empresas, capital de riesgo, incubadores, universidades, estado, etc.).

En esta línea, la aprobación unánime de la idea de legislar del proyecto de Ley de Transferencia Tecnológica que el Ejecutivo ha ingresado al Congreso es una excelente noticia. Este proyecto busca instalar cambios necesarios –aunque no suficientes- para impulsar la creación de EBCT desde las universidades del estado. Pero aún más relevante que los cambios regulatorios que propone es la transformación cultural que augura en un sistema académico que ha visto con suspicacia cualquier actividad comercial ligada a las actividades investigativas, sin prever, que he ahí el motor de transformación para un país que aspira a volver a dirigir su futuro.

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