La impotencia política y familismo en Chile

Mauro Basaure
Mauro Basaure, sociólogo y académico de la Universidad Andrés Bello UNAB.

"El pesimismo sobre el futuro colectivo, que se evidencia en la encuesta, refleja la conciencia sobre la incapacidad de la sociedad para resolver problemas. Nuestra sociedad necesita rehabilitarse para poder siquiera actuar sobre sí misma, abordando sus problemas y realizando sus metas", reflexiona en esta columna Mauro Basaure, director del Doctorado en Teoría Crítica y Sociedad Actual de la Universidad Andrés Bello.



El gran problema de la sociedad chilena no es tanto la existencia de problemas como su incapacidad estructural para resolverlos. No es la idea aquí, sin embargo, apuntar una vez más a los supuestos políticos inoperantes que no cumplen con su trabajo. Hay causas más profundas de esta sociedad impotente. Aunque las personas son conscientes de sus problemas y tienen anhelos colectivos, no existen las condiciones pre-políticas -sociales y cívico-culturales- adecuadas para abordar esos problemas o realizar esos anhelos.

La encuesta “Radiografía de la (des)confianza”, realizada por el Instituto de Políticas públicas de la UNAB, muestra que la delincuencia es la principal preocupación, seguida por el temor a quedarse sin trabajo, reflejando las dos formas de inseguridad más importantes para los chilenos. Estos problemas y preocupaciones son enfrentados con crítica social y anhelos de un Chile mejor.

Los miedos y preocupaciones reflejan, de hecho, anhelos de seguridad y estabilidad económica. Un 90% critica las relaciones de poder en Chile, destacando la mentira, injusticia y corrupción como los problemas más detestados. La cultura chilena es vista como individualista, con falta de empatía y respeto. Los deseos para Chile incluyen una sociedad más amable, empática y justa.

Pero, pese a esta conciencia crítica y a esos anhelos de un Chile mejor, la encuesta revela tendencias que avalan la idea de una sociedad impotente y se asocian con la idea de un “familismo individualista”. La primera es que la confianza se limita a la familia y amigos, mientras que hay desconfianza hacia el resto de la sociedad. En Chile solo se valora positivamente la esfera del amor y la afectividad, generando una “alegría privada” y una “infelicidad pública”.

En segundo lugar, esta orientación familística no parece responder tanto al Chile tradicional, como sí al miedo, incertidumbre y desconfianza en lo público; a todo aquello que está más allá de los muros del hogar. La hostilidad del entorno externo parece ser la contracara del valor del hogar como refugio seguro. Las emociones predominantes son una alegría privada y un miedo constante ante las amenazas del mundo exterior.

Una tercera tendencia es que este familismo no es incompatible con un individualismo generalizado, detectado también por las personas encuestadas. De hecho, lo complementa. El éxito personal es también familiar. El familismo actúa no sólo como refugio sino también como justificación para la conducta individualista en un medio económico y público concebido como hostil. La conducta estratégico-individualista aparece como la única adaptación racional a ese entorno más allá de los muros del hogar, en el que reina la desconfianza y al que se teme.

El pesimismo sobre el futuro colectivo, que se evidencia en la encuesta, refleja la conciencia sobre la incapacidad de la sociedad para resolver problemas. Este diagnóstico no refiere solo a la inhabilidad de las instituciones y quienes las ocupan, sino que fundamentalmente a la responsabilidad de las personas y sus modos de adaptación estratégico racional a ese entorno institucional y al mundo extra-hogareño en general.

El “familismo individualista” refleja un atrincheramiento defensivo de la confianza en el ámbito privado y una conducta agresivo individualista en lo público, que erosiona la capacidad de acción colectiva eficaz, el poder de la sociedad. Poder y confianza están en relación directa. El poder crece en la misma medida que se actúa colectivamente de manera eficaz en función del cumplimiento de promesas y compromisos entre ciudadanos, cuestión que hace crecer a su vez la confianza, todo ello en un círculo virtuoso.

Por el contrario, la decepción crónica que genera una sociedad impotente ayuda a explicar la alternancia sistemática en el poder entre las coaliciones políticas; cada una prometiendo, a su turno, resolver los problemas de la gente y decepcionando nuevamente al poco andar.

En este contexto, el diagnóstico de la sociedad impotente podría ayudar, además, a entender el apoyo creciente a discursos más radicales y antidemocráticos que -frente a ese ciclo de decepciones- proponen soluciones finales y rápidas. Es importante entender que esos discursos son más un síntoma de la “impotencia de la sociedad” que una expresión de sus capacidades para encontrar soluciones políticas reales.

Nuestra sociedad necesita rehabilitarse para poder siquiera actuar sobre sí misma, abordando sus problemas y realizando sus metas. Esto tiene una urgencia pues -como lo documentó Arendt en Los orígenes del totalitarismo- el aislamiento y la fragmentación social y la desconfianza generalizada, una sociedad impotente, son fuente de crisis políticas de envergadura, ya sea por el ascenso de gobiernos populistas y antidemocráticos que ofrecen “soluciones” al modo de superhéroes, ya sea por reventones sociales de impotencia que normalmente no tienen capacidad constructiva alguna.

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