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Licencias médicas: el daño a la infancia y a la confianza pública

A propósito del reciente escándalo de probidad protagonizado por trabajadores del servicio público -entre ellos, algunos pertenecientes a la JUNJI y Fundación Integra- "cuando algunas funcionarias y funcionarios incurren en prácticas que comprometen la integridad del sistema, generan un doble daño", dice Javier Aeloíza, coordinador académico de la Escuela de Gobierno del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello.

Dos de las instituciones con mayor número de funcionarios involucrados en el caso de las licencias médicas falsas son la JUNJI y la Fundación Integra.

En el mes de abril se llevó a cabo una paralización nacional de funcionarios de JUNJI, que se extendió por dos semanas y dejó a más de 1.700 jardines infantiles del país sin funcionamiento.

Las demandas incluían programas de apoyo a la salud mental, mejores condiciones laborales y aumento de sueldos, todas solicitudes legítimas, especialmente si consideramos que provenían directamente de quienes día a día trabajan con la primera infancia, una etapa crucial en el desarrollo humano. No cabe duda de que los más afectados por estas condiciones precarias son precisamente los niños y niñas que asisten a estos establecimientos.

Sin embargo, con asombro e incredulidad, hace apenas una semana se dio a conocer una noticia que ha generado gran controversia: la alta cantidad de licencias médicas y viajes realizados por funcionarios públicos, un tema complejo que requiere investigación a fondo. Lo más preocupante es la coincidencia poco afortunada de que las dos instituciones con mayor número de funcionarios involucrados sean precisamente la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI), con 2.280 licencias, y la Fundación Integra.

La situación resulta especialmente grave si se considera el profundo perjuicio a las familias, quienes ven en estas dos instituciones no solo un apoyo asistencial para el cuidado de sus hijos e hijas, sino un espacio fundamental para su desarrollo cognitivo y emocional.

Hablar de desigualdad en Chile no siempre es sencillo, pero aquí se revela con claridad uno de sus orígenes más evidentes.

Cuando algunas funcionarias y funcionarios incurren en prácticas que comprometen la integridad del sistema, no solo afectan la imagen de su gremio y empañan demandas legítimas, sino que generan un daño doble: a la confianza pública y, sobre todo, a los niños y niñas que más necesitan de estas instituciones.

Por todo lo anterior, se hace urgente transitar desde una formación profesional meramente nominal hacia una educación real e integral en nuestro país. Una educación donde los contenidos éticos —frecuentemente presentes en las mallas curriculares como asignaturas obligatorias— dejen de ser solo teóricos y pasen a ser parte viva de la práctica profesional cotidiana.

Como bien señala Edgar Morin: “El profesional debe actuar no solo con competencia técnica, sino también con responsabilidad ética y compromiso social, siendo ejemplo de integridad y respeto por el bien común”. Solo así podremos construir instituciones más justas, coherentes y realmente comprometidas con el desarrollo de las personas, en especial de quienes más lo necesitan.

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