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Más allá del marcador: violencia, identidad y el juego que se salió de la cancha

"Lo que ocurre en las tribunas no puede seguir mirándose como un 'problema de hinchas'. Urge analizar este fenómeno con una mirada sociocultural", dice la doctora Paula Ortiz Marholz, psicóloga del Deporte y directora académica del Instituto del Deporte y Bienestar de la Universidad Andrés Bello.

JONNATHAN OYARZUN/PHOTOSPORT

La violencia que se vivió en el estadio Monumental durante el reciente partido de Colo Colo con Fortaleza no es solo una noticia policial. Es el síntoma de una enfermedad social más profunda. Lo que ocurre en las tribunas no puede seguir mirándose como un episodio aislado ni como un “problema de hinchas”. Urge analizar este fenómeno de manera integral, con una mirada sociocultural, lejos de los parches reactivos y más cerca de las soluciones estructurales.

Las imágenes de violencia y caos en un espectáculo que -se dice- es familiar volvieron a activar el debate. La ex alcaldesa Evelyn Matthei fue tajante: “Esto ya no es solo delincuencia, es crimen organizado”. El Presidente Gabriel Boric habló directamente de “bandas narco” operando en el fútbol.

¿Exageraciones? Tal vez no tanto. La infiltración de redes delictivas en algunos sectores de barras organizadas es una preocupación que ha sido documentada en países como Argentina, México y también en Chile. La violencia que estamos viendo no es nueva, pero sí preocupante y el análisis es multifactorial. Esta situación es un reflejo de una realidad de la cual todos nos tenemos que hacer cargo.

Desde la psicología del deporte, entendemos que los estadios son espacios donde se expresan identidades, emociones intensas y estructuras de poder. En la masa, el individuo se desinhibe, y si el entorno valida la agresión como parte del “folklore”, entonces el “hincha” deja de ser sujeto y se convierte en símbolo.

La teoría de la desindividualización explica cómo, en contextos de alta carga emocional y anonimato, las personas pueden actuar sin considerar las consecuencias. La violencia en los estadios puede interpretarse como una expresión de conductas grupales desinhibidas, muchas veces fomentadas por el anonimato, la identificación extrema con el equipo y la presión social del entorno.

El fútbol no genera violencia por sí mismo, pero sí puede funcionar como canalizador de frustraciones sociales, económicas o personales, especialmente cuando existen tensiones estructurales no resueltas.

También influyen factores como la cultura del club, la impunidad frente a actos violentos y la escasa regulación preventiva, siendo la implementación de la Ley Estadio Seguro más reactiva que preventiva. Controles excesivos a los hinchas comunes, pero tolerancia hacia las estructuras que realmente detentan poder dentro de algunos sectores del fútbol.

“La violencia que estamos viendo no es nueva, pero sí preocupante y el análisis es multifactorial. Esta situación es un reflejo de una realidad de la cual todos nos tenemos que hacer cargo”.

Debemos abordar el fenómeno desde una política pública integral, que articule discursos y acciones coherentes para dejar de ver la violencia disfrazada de pasión. No olvidar que el deporte es un juego, el deleite de observar como los deportistas se desafían entre sí y no concebirla como una batalla campal con enemigos que se deben exterminar.

Es un problema de responsabilidad compartida. Los clubes que no denuncian por miedo a perder apoyo, los medios que a veces alimentan el discurso del “enemigo”, las autoridades que solo reaccionan cuando hay cámaras. Pero también está el rol del adulto que lleva a un niño a un espectáculo donde se normaliza el odio y la agresión. Como señala Bandura, se aprende por observación.

El estadio, para muchos, es escuela de ciudadanía o de antisocialidad. Si se ve que los insultos, las peleas o el vandalismo son parte del “folclore del fútbol”, lo integran como algo normal. Eso es muy delicado, porque lo que se aprende como pasión, puede terminar siendo violencia validada.

¿Qué podemos hacer? No bastan más cámaras o más policías. Se necesita reconstruir el tejido simbólico del deporte. Volver a conectar con el sentido más profundo del fútbol como espacio de encuentro, de pertenencia sana, de identidad sin violencia. Programas de educación emocional en colegios, escuelas deportivas y clubes, formación en valores, y una regulación seria que castigue a los que usan el fútbol como escudo. Responsabilidad institucional, social, familiar y personal.

El partido más importante no se juega entre dos equipos, se juega entre dos visiones: una que cree que esto es normal y otra que se atreve a cambiar las reglas del juego. No para ganarlo, sino para volver a hacerlo nuestro con identidad de una cultura de respeto y humana.

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