
Tiempos de jumper: la evolución de la ropa escolar chilena
Icónico, funcional y cargado de historia: el jumper es más que una prenda, es un espejo de los cambios sociales y culturales del país. Gabriela Beaumont, docente e investigadora del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, hace un repaso de esta vestimenta escolar y su impacto en los últimos 50 años.

Hay vestimentas que marcan nuestras vidas. La ropa escolar, para muchos una etapa que se ve lejana, puede resumirse en aquellas prendas tan identitarias.
El jumper, para 50 generaciones de mujeres chilenas, es parte de la memoria colectiva de nuestra sociedad, transitando por los diferentes cambios culturales que tuvieron por escenarios salas de clases, pasillos o patios durante el recreo.
“Su mayor virtud es que, en una época de tantas diferencias, al menos en el aula todos éramos iguales”, precisa Gabriela Beaumont, docente del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, quien ha investigado la vestimenta en el paisaje de la educación pública chilena.

Nos remontamos a la década de los 60, donde durante la búsqueda de resolver problemas concretos de las familias, como era el acceso a la ropa escolar, apareció esta solución. “No fue una imposición estética, fue una herramienta de equidad”, nos recuerda Beaumont, quien destaca que el jumper fue pensado para adaptarse a todas las niñas, sin importar su estatura o contextura.
Beaumont cuenta que, existen rumores que el diseño del jumper provino de una hermana religiosa que buscaba una prenda cómoda, adaptable y digna. Algo que no humillara ni estigmatizara. Y en esa simpleza está su grandeza: un vestido que permitía estudiar sin preocuparse de la ropa, que proponía igualdad desde lo cotidiano.
En 2022, el jumper cumplió cincuenta años, contando incluso con una exposición en el Centro Cultural Gabriela Mistral, donde se relevó el elemento cohesionador, así como su aparición en los movimientos políticos, principalmente a la educación, donde fue un actor más en protestas y manifestaciones, siendo parte del imaginario del Estallido Social en 2019.
Un vestido hecho para durar
El jumper se implementó como uniforme obligatorio en las escuelas públicas. Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), buscando nivelar a todos los estudiantes sin importar su contexto socioeconómico.

“En los años 60, la escolarización aún no era una realidad para todos. Muchas familias no tenían cómo vestir a sus hijos de forma adecuada para el colegio”, explica la diseñadora.
El diseño debía ser una solución funcional y accesible: pantalón gris y camisa blanca o celeste para los niños; mientras que, para las niñas, un vestido versátil, duradero y fácil de confeccionar. “Esta medida no sólo facilitó el acceso a la educación, sino que también propuso una homogeneidad dentro del aula”, grafica la experta.
Si bien el mundo cambió con la hiperglobalización, en ese entonces, el jumper ayudó a borrar diferencias evidentes. “No importaba si eras de una familia con más o menos recursos: todos iban con el mismo uniforme”, plantea ante lo que logró instalarse como ícono. Una apuesta política y cultural en un país con profundas desigualdades.

Instaurado en 1968, tras el Jumper hay una estética con una influencia militar clara, desde la mirada de lo estructurado y uniforme. “La ropa militar tiene esa lógica: todos iguales, con ciertos elementos distintivos como botones, cortes rectos, colores sobrios. Eso se trasladó al vestuario escolar”, explica.
También hay una fuerte influencia escocesa. Las faldas a cuadros, por ejemplo, provienen directamente del tartán escocés, un tejido que representaba el apellido o clan en dicho país. Un elemento completamente ajeno a nuestra realidad, pero que fue adoptado con fuerza en los colegios privados, como una forma de dar prestigio o un aire “europeo”.
Uniformidad vs personalización
En los años posteriores a su implementación, los colegios particulares buscaron diferenciarse y crearon sus propios uniformes escolares: faldas escocesas, camisas con insignias, poleras de piqué. Gabriela Beaumont toma como ejemplo los colegios ingleses, que fueron incorporando elementos de la tradición europea.
Hoy, el jumper ya no es tan común como antes. La estética de la ropa estudiantil ha cambiado. Beaumont ve que las influencias actuales sobre cómo vestir en los colegios provienen desde Estados Unidos: chaquetas tipo varsity, logos bordados, buzos institucionales. Una nueva estética escolar.
A ello, se suman otras variantes más comunes en estos días: poleras de piqué, suéteres de polar, y combinaciones más cómodas que reemplazan las antiguas camisas y chalecos. La lógica sigue siendo la misma a ojos de Beaumont: ropa accesible, duradera, cómoda y que no marque diferencias.
A pesar de esta uniformidad, los jóvenes siempre han encontrado una manera de entregar su identidad personal. Una tensión en una edad clave. “Por eso los jóvenes intentan darle un giro al uniforme: acortar la falda, usar aros, collares, zapatillas distintas. Es una forma de decir: ‘soy parte del grupo, pero sigo siendo yo’”, argumenta.

La década de los 90 fue reflejo de ello. Las niñas eran constantemente fiscalizadas por el largo del jumper. Ya en los 2000 la vestimenta, siempre de la mano como un espacio de expresión, hicieron que muchas escuelas empezaran a distender sus reglas.
Aparecieron los uniformes más cómodos, materiales más livianos, prendas más ergonómicas. Hoy, aunque todavía hay reglamentos, se ha flexibilizado mucho más. Algunos colegios permiten tintes de cabello, uso de zapatillas o piercings. “La rigidez ya no es la norma”, desarrolla.
¿Desaparecerá el uniforme?
La pregunta sobre si en algún momento de la historia podría desaparecer el uniforme escolar como lo conocemos tiene matices. Como recuerda Gabriela Beaumont, su utilidad sigue presente. Para muchas familias, tener un uniforme significa evitar discusiones diarias, reducir gastos y poder reutilizar ropa entre hermanos o conocidos.
“No creo que desaparezca completamente. Quizás el jumper sí, porque es más icónico de otra época. Pero el uniforme en sí tiene muchas ventajas prácticas y económicas para las familias”, desarrolla la especialista.
Beaumont señala no olvidar su función social. Cuando vemos a un niño con jumper o pantalón gris en la calle, sabemos que va al colegio. “Esa señal social es muy fuerte en Chile, permite identificar a los escolares, darles un marco, protegerlos simbólicamente”, sentencia.

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