Verso. Hotel, poesía, restaurante
Eso reza su nombre y eso es lo que cumplen: a pasos de la casa de Pablo Neruda, con poemas en las paredes de las funcionales y cómodas habitaciones, en los platos que crea y prepara Gonzalo Pacheco, joven cocinero que ya había dado de qué hablar en la zona (siendo parte del Macerado) y que aquí conjuga muy bien un trabajo con las hortalizas que cultivan en huerta propia y en la que todos colaboran, más productos locales que van brillando. Tienen menú degustación, carta y siempre reciben con un pan tipo focaccia que da para comerse canastas. Son platos claros, que buscan el brillo de los ingredientes, sin pirotecnia y con buena mano. De ellos, unos sabrosísimos "Camarones de río" en bisque bien concentrado con arvejitas al dente. Obligación agarrarlos con la mano y chupetearlos (el producto lo exige); "Panceta de cerdo" con zapallo en puré y también cortado en julianas encurtidos, contrastado, dulzón, ácido, todo en uno. Otros con pescados del día, como el de jerguilla con mote cremoso. Van jugando y acertando. El espacio es cómodo y cercano, la terraza da para todos los Negroni y Gin Tonic –hacen unos buenísimos–, sobre todo en los hot tubs al costado y con tremenda e imponente vista.
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Taller 21 por Pan Batido
www.panbatido.com / @panbatido_ / @taller21v
Así se conoce hace rato a Braulio Tapia, ingeniero civil enamorado de los oficios y con tan buena mano para el pan que cuando abrió su taller en Dinamarca 399 (restaurado espacio laboral y cultural abierto en el cerro Panteón) fue todo un suceso, que continúa hasta hoy con sus cursos de masa madre y otros fermentados, cenas compartidas y un bravo general. Hace cinco meses Pan Batido está a cargo de Taller 21, el restaurante de la casona que partió como cocina colectiva y hoy es una propuesta fresca y dinámica de platos reconocibles pero llenos de detalles. "Hummus de garbanzo con láminas de lengua y pebre"; "Milanesa de berenjena", con muchas hierbas, mostaza y encurtidos caseros; "Calugas de pescado" y papas con jengibre y tocino; "Asado alemán" de huachalomo cortado a mano relleno con una confitura de arándanos, cebolla, puré de manzana y chucrut casero. En pleno crecimiento, se van agregando más platos y sánguches mañaneros con el sello de Tapia: sabroso y artesanal. Hay tragos, vinos y una vista alucinante. Alejado pero cerca. Los talleres de Braulio se agotan más rápido que pan caliente, igual que sus cenas. Anote el 18 de enero, feria de productos y comida con más gente chora e igual de rica.
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Valparaíso desconcierta entre cerros que develan rincones y tesoros. Perderse entre ellos y buscar el mar brindando por lo que vendrá es la consigna.
La Caperucita y el Lobo
Ya es un referente de Valparaíso. Un restaurante muy lindo, delicado, detallista, rico. Frente a su puerta no se ve nada. Hay que subir un caminito, asombrarse con la vista y llegar a la terraza que recibe antes que la casa, con varios espacios con mesas y comedores. Ya tranquilos bajo la sombra y mirando el sol, un pan que hay que cuidar que derrite, mantequilla pomada y las "Croquetas de jaiba", puras, tibias, con harta carne; un gran "Conejo sobre arroz apaellado" y ajo asado, para no dejar ni sombra; "Merluza austral y coliflor", cocinada en soya, algas y jugo de betarraga con puré y cous cous de coliflor y brócoli; "Zapallo" –especial para los sin carne– asado con puré de cebolla asada y de callampas, pasta de ajo, toques de jengibre y chocolate, entre otras sorpresas. Leonardo de la Iglesia y Carolina Gatica, los campantes cocineros y creadores, ponen buen acento en tragos y postres, dulzores varios que acompañan un estar muy tranquilo y precioso desde el cerro Florida.