Hija de inglesa y argentino. Nat Sly nació en Londres y llegó a Buenos Aires con apenas seis años. "Nos fuimos directo a una casa quinta que tenían mis abuelos en Maschwitz (a 40 km de Buenos Aires) y ahí viví hasta los 17 años", cuenta, y agrega que por entonces no hablaba una palabra de español y que sus padres eran lo suficientemente excéntricos como para criarlas, a ella y a su hermana, en esa pequeña ciudad alejada de todo: "Viajábamos mucho en auto y recorríamos el interior del país. A Mamá le encantaban los objetos autóctonos y los buscaba uno por uno, como a pequeños tesoros que utilizaba para decorar. Nuestra casa era como un mundo de colores, de objetos y de obras en el que mamá combinaba lo que encontraba con las cosas que había traído de Londres. Está claro que de ella heredé el gusto por el arte".
Nat estudió historia del arte pero siempre priorizó el hacer: hizo cine, publicidad, dirección de arte y también vestuario. Trabajó en una galería de fotografía londinense por más de un año y al volver, en 2008, colaboró en la formación de una de las galerías más prestigiosas de Buenos Aires. Más adelante decidió emprender un proyecto autónomo y durante tres años trabajó como consultora de arte para clientes locales y británicos, hasta que en 2011 dio el gran salto y, junto a Larisa Zmud, abrió su primer espacio con nombre propio: un enclave único, en el por entonces olvidado barrio de Villa Crespo, que marcó un hito en el arte contemporáneo argentino. Se llamó SlyZmud.
"El proyecto surgió naturalmente, así como la ubicación que en ese momento parecía desquiciada. Tuvimos una reunión con Orly Benzacar (alma mater de Ruth Benzacar, la mítica galería porteña), que tenía ganas de generar un espacio más contemporáneo y decidimos arriesgarnos en Villa Crespo, porque todavía mantenía cierto encanto barrial. Primero nos instalamos nosotras, después Orly y Nora Fisch, y así siguió creciendo el circuito hasta llegar a ser el que hoy se conoce".
De esta vida multiforme y viajera surge el estilo de Nat, amante confesa de los espacios únicos, hacedora por naturaleza, abarcadora incansable: "Voy trayendo cosas de cada lugar que visito, además de obras de los artistas que me gustan y que conozco a través de mi trabajo. Acomodo todo en un diálogo abierto con el espacio, como si mi casa fuese una instalación", explica sobre el departamento que habita junto con su marido (Alejandro) y su hijo (Jack, 10 meses) en la llamada 'Isla' de la capital porteña.
Allí, a pocos pasos de la Recoleta, conviven texturas procedentes de África o de Estambul, alfombras del norte argentino y de Portugal, cortinas de diseño nórdico y las obras de diversos artistas contemporáneos. Todo junto compone un sinfín de miradas o un espacio que, según desde donde se mire, implica una significación diferente. "Me gusta remarcar el espacio a partir de los contrastes entre materiales y colores. Generar espacios atractivos, armoniosos y equilibrados, pero que den lugar al cuestionamiento; a preguntarse qué me quisieron decir con la disposición de cada cosa", concluye.
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