Era 1998 cuando a Bernardo Oyarzún, de entonces 35 años, lo detuvo Carabineros. Caminaba por Vicuña Mackenna como lo hace cualquiera, cualquier día, pero esa vez para él fue distinto: sin haber cometido falta alguna fue ingresado a la fuerza a un furgón policial para posteriormente ser sometido a un careo ante testigos. "Tuve la fortuna de que nadie me identificó como delincuente, porque me podrían haber procesado", cuenta. Esa detención, una de las tantas que le ocurrieron por ser simplemente de piel morena y rasgos indígenas, con el tiempo le trajo secuelas que derivaron en idas y venidas al psicólogo. Fue así como ese mismo año surgió 'Bajo Sospecha', una muestra donde exponía retratos suyos como si fueran fichas de reo, junto a más de cien retratos de parientes de fisonomía similar. "Lo entendí como un grito, como una exclamación frente a lo que se siente vivir un hecho así. Empecé a entender la convivencia social violenta que tiene Chile, los muros invisibles entre clases sociales, donde solo existe vinculación por una cuestión de servicios, no por algo social. Empecé a entender la discriminación y finalmente eso derivó en una suerte de rebeldía que vino a constituir mi forma de trabajar en el arte", explica.
Nacido en Los Muermos, una lejana comuna de la Región de Los Lagos, un año después quiso continuar trabajando en torno a su biografía a través de 'Foto Álbum', una exposición donde contaba la migración de su familia a Santiago, específicamente a Cerro Navia. Fue ahí cuando por primera vez habló sobre la ascendencia mapuche de su abuela, un dato con el que quería graficar una situación histórica del siglo XX de migraciones de familias a la periferia de la ciudad, pero que a Oyarzún le valió rápidamente ser catalogado por muchos como artista mapuche. "No me produce ningún problema, pero sí demuestra un problema a nivel de sociedad que divide, que diferencia a los seres humanos incluso en razas, cuando lo cierto es que somos todos iguales. Yo te diría que ese es el gran problema de la humanidad".
Hoy la obra de Oyarzún es reconocida por trabajar en torno a la reivindicación del pueblo mapuche. El último año fue especialmente ajetreado: expuso en Nueva Zelanda, Brasil, Valparaíso y Santiago, y recibió la noticia de que había sido escogido por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) para representar al país en el pabellón chileno de la 57ª Bienal de Venecia. Ahí, junto al curador paraguayo Ticio Escobar, presentará 'Werkén', proyecto que ahonda sobre la identidad mapuche y la discriminación de su pueblo. La muestra estará dividida en dos núcleos: en el primero mostrará 1.300 máscaras –talladas en su mayoría por artesanos mapuches–, dispuestas a la altura de una persona y que simulan una muchedumbre; mientras que en un espacio contiguo presentará en pantallas led un total de 6.906 apellidos mapuches, muchos de ellos hoy perdidos. "La fusión de ambos núcleos yo diría que es literal, porque los letreros, fríos e industriales, hablan de una situación histórica, y se contraponen con las máscaras, que son objetos muy manuales, míticos, expresivos, que representan un 'kollon', que es un personaje protector dentro del ritual mapuche. Por eso le pusimos el nombre de 'Werkén' a la exposición, porque significa mensajero, y es históricamente uno de los integrantes más preparados de la comunidad mapuche: el consejero del lonko o el cacique, el que viaja kilómetros para llevar una información", explica.
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"Werkén significa mensajero, y es históricamente uno de los integrantes más preparados de la comunidad mapuche: el consejero del lonko o el cacique, viaja kilómetros para llevar una información", explica Oyarzún sobre el nombre que tendrá su exposición en la Bienal de Venecia.
De alguna forma podría pensarse que es paradójico presentar esta obra en la bienal, que es una instancia oficial que busca construir una imagen país, mientras que la misma identidad mapuche se ve constantemente puesta en peligro por el propio Estado chileno. ¿Cómo lidias con eso? Sí, algunos me han preguntado incluso si no me siento traicionado por esa situación, que es ir apoyado por el mismo Estado que trata mal justamente lo que llevamos en representación. Se puede entender así y no es un error pensar que es una gran paradoja, pero creo que el Estado lo ve en el sentido práctico y como un buen negocio a nivel de imagen país, sobre todo cuando se trata de mostrar los valores o su comportamiento respecto de los pueblos originarios que de alguna forma siempre tiende a fetichizar, volverlo una suerte de souvenir, o una gran postal sin mayor profundidad. Pese a eso, nosotros como representantes de Chile, estamos también representando una realidad, y somos críticos al respecto. Sabemos la oportunidad que significa llevar una obra así a un lugar como Venecia; incluso con Ticio hemos conversado que es algo transversal digamos, una oportunidad para Latinoamérica, donde en general se han trabajado muy poco los temas que tienen que ver con los pueblos originarios. Al menos yo no recuerdo una obra de este tipo en la bienal.
Ahora, a pocos días de viajar a Venecia, el artista presenta 'Funa' en el Museo de la Memoria, una muestra que cuestiona y pone en relieve una serie de hechos violentos que han marcado la historia de Chile desde 1810 hasta hoy. "Cuando me invitan a exponer en el museo y decido trabajar el tema de los derechos humanos, decido sacarlo de este paréntesis que se hace acá que es hablar desde la dictadura militar. Quise hablar de toda la historia de Chile que está llena de matanzas, y de criminales de guerra inmortalizados en estatuas y monumentos", explica el artista.
Así, por un lado, en la obra Lapidarium presenta un montículo de restos de estatuas patrióticas –como una estatua de Manuel Baquedano descabezada– como esculturas de falsos héroes venerados por la historia. "Tiene que ver con nuestra inocencia, con cómo nos han llenado de imaginarios que no significan nada para nosotros. La idea de mostrar estas estatuas destrozadas, de alguna manera es imaginar esa utopía revolucionaria de la caída de los tiranos, como una posrevolución de tu cabeza de liberar esa mentira y botar al tirano". Paralelo a esa obra, en una situación absolutamente inversa, también presenta 'Funa', obra compuesta por un conjunto de siete frisos donde se plasman escenas como el exterminio de los selknam en Tierra del Fuego, entre 1880 y 1910; la matanza del Seguro Obrero en 1938, o la de la población José María Caro en 1962. "Son los héroes verdaderos, personas que dieron su vida por lograr un avance a nivel social o político".
¿Por qué escogiste representar cada una de esas escenas a través de frisos? Quería hacer un gran gesto irónico inspirado en los romanos, griegos y egipcios que ilustraban en relieve escenas literarias que contaban la historia de las glorias de la nación, a veces con mucha fantasía. Lo que hago en esta obra es que, usando la misma estrategia, hablo de la miseria, la tragedia, la vergüenza, el asesinato. Es un gesto que debería leerse como algo muy irónico, porque es lo inverso.