El Jimmy es un hombre con actitud. Se le nota por sus poleras –la última era negra con FPMR–, la mirada y los músculos, propios de trabajos previos y de la fuerza que tiene que hacer para aplastar pedazos de granadas hasta que saquen la última gota que llenan vasos de jugo recién hecho. Una bomba de energía todavía un poco ácida –efecto comienzo de temporada– pero bellas, gigantes, directas de Ovalle. El Jimmy está en los primeros puestos del galpón Chacareros en La Vega Central y hace dos semanas tenía el kilo a luca. Una maravilla y una invitación a usarlas.

Me declaro adicta a ellas. Por un lado está ese sabor dulceácido que explota en la boca como pequeñas municiones. Por otro, la belleza de ese color rojo potente, coqueto, intrigante. Como toda fruta roja es poderosa en antioxidantes y varios anti más, tipo inflamaciones, microbios y etc. Para mí son la alegría del otoño, gozando, como lo digo hasta el cansancio, del placer que me da el poder vivir en un país con temporadas definidas y con varios climas a lo largo que regalan distintos estados y orígenes de los productos.

Ahora que están gigantes una sola sirve para harto. Obvio que lo mañanero: jugo (yo meto todos los granitos a la juguera y después paso por colador), yogur, granola, toast si son taquillas y hacen un pan de semillas con ricota, palta y granada. Se ven preciosas y saben mejor. Alguna hierbita tipo chascudo (el tomillo mapuche) le va estupendo. En otros: ensalada de apio, palta, granada, limón y un toque de vinagre de manzana. Mariscal, almejas, piure, erizo, granada. Cebiche, pescado blanco fresco en cubos, granada y el resto de lo que quieran. Postre, todo lo con chocolate, está en llamas el cheesecake de chocolate con cubierta de estas perlas rojas.

La mayoría se complica con la desgranada, es cierto, son de chorros saltones. Yo las corto en cuatro y las desgrano adentro de un bol con agua. Santo remedio.