Puede ser que ver a pequeñuelos y no tanto en la playa, gozando y con dos meses de vacaciones por delante, me haya puesto melancólica. ¡Qué ricos tiempos! Cuando se volvía a casa hambrientos y salados (o pasados a cloro) y las onces veraniegas eran regadas de pan, palta, huevo con tomate, más leches de frutilla, plátano y a veces café helado, esas copas usuales en heladerías de antaño, con crema chantilly, galletita clavada y bombilla, que alabada sea la humanidad, por suerte ahora están pasando a ser reutilizables.
Lo rico y totalmente acorde a las temperaturas de enero es que el café aplica frío en distintas versiones, para todas las edades y calorías. Soy fanática del modo español que echa el espresso en un vaso corto lleno de hielo para el cierre de una comida o refrescón, como también del ahora en llamas Cold Brew, infusión del café siempre con agua fría por largas horas (mínimo 15) que deja prendido y que las cafeterías de especialidad tienen así que es fácil encontrarlo. Un poco más parecido al recuerdo es el Affogato, postre italiano que echa buen café al helado de vainilla.
Pero yo quiero el de antes, el de los cumpleaños, las salidas con abuelos, los dedos arrugados por el agua, los de Provi en el Sebastián o Tavelli, que todavía los tienen, igual que el Coppelia, en Manuel Montt La Escarcha, en Merced el Café del Ópera. Daniel's Bakery –en el que por cierto hay unos helados, tortas y galletones exquisitos–, tiene uno en vaso largo, con crema, salsa de chocolate, caramelo y migas de galletas de doble chocolate. ¡LA BOMBA!.
Y siempre bienvenido el casero. Sí o sí con café de grano, leche, helado y crema. De ahí la creatividad con salsas, pedacitos de fruta, chocolate. En copa bien grande por favor, para mí y para todos mis compañeros. @raqueltelias