Durante el tiempo considerable que compartieron como colegas y amigos, Humberto Eliash –actual presidente del Colegio de Arquitectos– preguntó alguna vez a Carlos Martner por qué había hecho de la piedra su material recurrente. Martner le habló de Cauquenes, de su familia de origen alemán asentada ahí, de su infancia y de paseos por la costa, de las imponentes rocas que sobresalían del mar en el particular paisaje entre Cauquenes y Buchupureo.

De los tres proyectos que firmaron juntos, todos espacios públicos, una de las cosas que Humberto más recuerda es la comunicación entre Martner y los canteros: “Se trata de un trabajo que uno no puede dibujar completamente en el computador y llevar a la obra. Cada piedra es diferente y el corte del artesano también. Es muy difícil llegar a ese nivel de empatía entre el que diseñó y el que pone la piedra. Él manejaba muy bien ese diálogo. Me gustaba escucharlo: ‘Haz esto; no, más rugoso; no, demasiado ángulo recto; no, más corto’. Eran muchísimas las pruebas hasta llegar a un resultado que lo satisficiera. Aprendí mucho de cómo se trabaja en piedra desde el punto de vista del diseñador”.

Carlos Martner trabajando con los canteros en uno de sus miradores. FOTO: Archivo Humberto Eliash.

LUGAR DE LOS DIOSES

La mayor parte de la piedra que se convirtió en adoquines y en palacios en el centro de Santiago proviene de una cantera en el cerro San Cristóbal. Hacía 1964, un año antes de que se formara el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, Obras Publicas recibía una orden de Interior: recuperar el hueco que había dejado la cantera; el cual, a pesar de que ya existían el funicular, el zoológico y el circuito ya era un paseo, se había convertido en un vertedero informal.

“Recurren a Carlos Martner, joven arquitecto salido de la U. de Chile, para imaginar este lugar. Tenía treinta y tantos años y le encomiendan un proyecto así de grande porque tenía sensibilidad y buena mano. Él regulariza este corte, propone un plano horizontal que es el agua y el pasto, y un plano vertical que regulariza la montaña para hacer el mural de Juan O’Gorman, uno de los grandes artistas modernos mexicanos”, cuenta Humberto Eliash, autor junto Miguel Laborde del libro “Carlos Martner: arquitectura y paisaje”.

Los orígenes de la piscina Tupahue son esas políticas públicas que hoy despiertan nostalgia, como las que sustentaron la Unidad Vecinal Portales o la Remodelación San Borja: “El Estado pensaba en el chileno medio que no tenía oportunidad de ir a la costa. La playa era una ilusión para la mayoría, para qué hablar de la nieve. Tupahue (‘lugar de los dioses’) y Antilén (‘qué sol hay’) se pensaron como balnearios populares, para que la gente en verano tuviera al alcance agua, juegos, pasto. Con el correr del tiempo se fue haciendo más exclusivo. Hoy funcionan con entradas que son costosas; además hay que llegar hasta arriba. Se perdió un poco el espíritu original, pero estaban concebidas de esa manera. Don Carlos hizo casas para familiares, para él mismo; dejó otras casas y un edificio en México –donde vivió 15 años exiliado–, pero lo que realmente lo motivaba era el espacio público, la naturaleza, el paisaje. Todos los proyectos en que me tocó trabajar con él tienen esa vocación”, explica Eliash.

Inaugurada en 1966, la piscina Tupahue ocupa el lugar n° 113 de las 509 cosas que hacer en Santiago de Tripadvisor. FOTO: Guy Wenborne.

El proyecto con que Carlos Martner se tituló con distinción unánime en 1954 fue desarrollado en equipo y consistía en una población obrera para 16.000 habitantes localizada en San Miguel. Su primer trabajo -un edificio histórico aún sin terminar- es el imponente teatro para los mineros de la ciudad de Lota, diseñado junto a Javier Gutiérrez, Betty Fishman y Sergio Bravo. Martner pertenece a una generación de arquitectos soñadores de la Universidad de Chile cuyas convicciones éticas gravitaban hacia desafíos de gran impacto para la población, que se ganó el respeto y cierto grado de obediencia de las autoridades; eran escuchados como un paciente escucha a un médico. En su círculo más cercano estaban Miguel Lawner y el grupo TAU –clave en la visión social de la arquitectura–, formado por Julio y Gonzalo Mardones, Jorge Poblete, Pedro Iribarne y Sergio González; trabajó también con Yolanda Schwartz en el diseño del Parque Cousiño, hoy Parque O´Higgins, y junto a Monserrat Palmer Trías, editora de Ediciones ARQ, con quien diseñó la casa de su hermano Gonzalo Martner en el barrio de Pedro de Valdivia Norte.

El premio Nacional de Arquitectura 2019 Miguel Lawner se acuerda de que Calico –así llamaban sus amigos a Martner– era callado, muy observador y un poco solitario. Fueron compañeros en el Instituto Nacional, luego en la Universidad de Chile y posteriormente en la Cormu, donde Miguel Lawner fue presidente. Recién asumido, él mismo entregó el encargo de una segunda piscina en el cerro San Cristóbal a Calico. Chacarilla –hoy Antilén– se construyó en tiempo récord entre 1971 y 1974, enérgicamente exigida por distintas agrupaciones civiles, casi exclusivamente para los ciudadanos más humildes, fundamentalmente niños. Lawner cuenta que tenía tal prioridad para el gobierno de Salvador Allende que la piscina comenzó a funcionar casi al mismo tiempo que se construía: “Los niños subían por el cerro a pata pelada y se tiraban al gua. Se tuvieron que implementar muchas más duchas que las proyectadas y terminar paulatinamente las instalaciones de servicios”. Con sus piscinas, sumando la Casa de la Cultura de Anahuac (1966), la Hostería La Pirámide (1968) y el Mirador Plaza de las Naciones y las Artes Pablo Neruda (2008 - 2015), junto a su amigo y socio Humberto Eliash, Martner consolida una obra trascendente en lo que hoy conocemos como Parque Metropolitano, el cuarto parque urbano más grande del mundo.

La piscina Antilén, en la cumbre del cerro Chacarillas, tiene 92 m de alargo por 25 m de ancho, y su construcción se dio en un tiempo récord entre 1971 y 1974. FOTO: Guy Wenborne.

PENDIENTES

Había dibujos, permisos y el apoyo de la Cormu. La construcción de Cantalao, el gran sueño de Pablo Neruda, iba a comenzar a fines de 1973. Los rectores de la U. de Chile, PUC, UTEM y USACH, junto a un representante de la Sociedad de Escritores, uno de la CUT y dos personas designadas por el mismo Neruda iban a formar un consejo para administrar su legado, una fundación que no llevaría su nombre sino el de Cantalao. La fundación iba a ocupar las 4,3 hectáreas que el poeta había comprado a fines de los 60 cerca de Punta de Tralca para levantar el “Habitar Poético en Cantalao”, una pequeña ciudad cultural. “Se han hecho varios concursos para hacer algo ahí, pero ha faltado un modelo de gestión inteligente que asegure viabilidad. El proyecto de Neruda, para lo que compró el terreno, era una especie de residencia para artistas latinoamericanos, talleres y viviendas para poetas, literatos, pintores y arquitectos. Ese pueblito quedó dibujado como anteproyecto por Carlos Martner y sus ayudantes en la U. de Chile, Raúl Bulnes y Virginia Plubins”, explica Eliash.

A pesar de que es muy anterior a sus colaboraciones con Martner, a Humberto le hace ilusión ver Cantalao algún día en marcha, así como al menos otros 10 proyectos que dejaron inconclusos o en ideas. “El Mirador Pablo Neruda es la obra más importante que hicimos juntos. Se compone de tres partes: el anfiteatro propiamente tal, que está terminado, y otros dos miradores en las pequeñas cumbres que hay ahí, uno de los cuales llamamos el mirador del atardecer. La gente va espontáneamente a ver los atardeceres, pero nosotros queríamos desarrollar un proyecto para fijar la mirada en ciertos puntos. Alcanzamos a terminar el mirador del cerro El Plomo, que quedó muy lindo, pero faltó por construir otro que mira al cerro Manquehue. No sé por qué no se ha hecho, pero nosotros terminamos un proyecto para el cerro Blanco, entre Recoleta e Independencia”. Quizás la idea más poética: Eliash y Martner pusieron en papel un museo para la colección de más de 10 mil caracolas de Neruda, que itineran por el mundo pero no tienen un lugar fijo. “Nosotros pensábamos hacer en Isla Negra un museo subacuático, con la entrada por la playa, metiéndose por debajo de la tierra y pasando bajo del agua; las caracolas quedaban expuestas con el mar como fondo”.

Tras el golpe militar, Carlos Martner vive el exilio en México. La Universidad Autónoma lo acoge en su plantel y continúa desarrollando proyectos arquitectónicos. Retorna a Chile con la democracia en 1990 y recibe la oferta de trabajar dictando una carrera que no existía como tal cuando él empezó a trabajar la arquitectura inserta en la naturaleza, pero que dominó como pocos: Paisajismo en la U. Central. Diseña el Parque Violeta Parra en la comuna de Lo Espejo y posteriormente el Parque Mapocho Poniente en la comuna de Cerro Navia. Su última exposición de acuarelas sería en el Colegio de Arquitectos de Chile en diciembre de 2019, cuando ya llevaba varios años de vuelta en México.

Durante el tiempo considerable que compartieron como colegas y amigos, incluso después de que había dejado Chile, Humberto Eliash acostumbraba llamar a Carlos Martner todas las semanas. Un miércoles a mitad de julio pasado hablaron por videollamada de WhatsApp. Martner le preguntó cosas relacionadas con su labor como presidente del Colegio de Arquitectos, Eliash le envió unos documentos. “Tuvimos una larga conversación, él estaba muy despierto, su mente muy activa. Fue lindo, ahora aprecio el momento como una especie de despedida”.

Carlos Martner y Humberto Eliash durante la construcción del la Plaza Mirador Pablo Neruda, que a través de su materialidad y geometría evoca los miradores de las culturas precolombinas. FOTO: Archivo Humberto Eliash.

La roca y el mural

Durante los trabajos de limpieza del terreno y construcción de la piscina Tupahue quedó expuesta una piedra de grandes dimensiones. Martner decidió no solo incorporarla sino resaltarla como parte del proyecto. La manera en que algunos visionarios ya integraban varias dimensiones de lo que hoy llamamos sustentabilidad se ve claramente en la silueta orgánica de esta piscina, con un mirador a la ciudad, un paisajismo trabajado para que todos pudieran tomar sol y descansar. Generosamente regala además una obra de arte monumental como es el mural en piedra del arquitecto y pintor mexicano Juan O´Gorman, famoso por los cuatro murales de la torre de la biblioteca Central de la Ciudad Universitaria de la UNAM, en México. El mural de la piscina cuenta a manera de alegoría el encuentro entre el pueblo azteca y el pueblo mapuche en una superficie de 6,5 metros de altura por 27 metros de largo, construido en piedra por la artista y hermana de Carlos, María Martner.

Detalle del mural de Juan O'Gorman. FOTO: Guy Wenborne.

Querido Calico

Calico Martner supera su condición innata de ‘gringo’ ausente e introspectivo y brinda a sus equipos de trabajo un liderazgo reflexivo, respetuoso y flexible, pero leal a sus convicciones, creando su pródiga obra en el ámbito de la arquitectura, el paisajismo, las artes plásticas y la docencia, en un afán integrador de lo constructivo; el imperativo social, el bagaje cultural y la pasión estética como un todo, desde el cartesianismo de la Bauhaus hasta la audacia creativa,

Alberto Collados Baines, arquitecto, escritor, acuarelista.

Aparte de arquitecto-paisajista Carlos tenía una gran sensibilidad para expresarse en la acuarela y en el dibujo, actividades que realizó hasta sus últimos días. En una de nuestras tantas conversaciones, hace un par de años, Carlos Martner me dijo: “Quiero morir trabajando”. Y así fue. Creo que fue su pasión por el arte y el aprecio por la belleza de la vida, ser un hombre abierto y flexible, con una curiosidad por aprender y conocer incansables, de no hacerse problema por cosas pequeñas, su gran desapego material, generosidad y sensibilidad los que lo mantuvieron joven, sano y lúcido hasta los 93 años,

Andrea Jadresic, artista.
En la obra pictórica de Carlos Martner aparecen formas muy similares a las que usaba en arquitectura y paisaje. El nombre de esta acuarela es ‘Cristales intemporales’. Archivo: Carlos Martner.

Mi primer encuentro con Calico fue en marzo del 66, como profesor de composición de primer año de Arquitectura de la Universidad de Chile. Indeleble me queda en la memoria el paseo que hicimos al límite del terreno de la escuela ubicada en Los Cerrillos. Desde una planicie en altura nos invitó a observar la potencia del paisaje con las morrenas (cerrillos) en primer plano y el horizonte lejano de la cuenca de Santiago. La sorpresa fue a la vuelta cuando, ya en el taller, nos mostró imágenes de esculturas de Marta Colvin y, con mucha sensibilidad y tesón, nos hizo reflexionar sobre la belleza de ese potente paisaje que habíamos visto implícito, contenido, en la fuerza de las esculturas,

Gabriela Bluhm Mandel, arquitecta y paisajista.

Carlos Martner ha sido uno de los grandes arquitectos, acuarelista, paisajista y exprofesor de nuestra Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, pero además se caracterizó por su calidad humana, sencillez y por su gran sensibilidad; es de aquellos que dejan una impronta indeleble como legado a diversas generaciones de estudiantes y académicos, a través de sus publicaciones, obras de arquitectura y pictóricas, todas de muy buen nivel.

Corresponde a esa generación dorada llena de talento creativo digno de imitar, que compartió la luz del conocimiento mediante su enseñanza en la universidad y el compromiso profesional en sus obras,

Manuel Amaya D., decano Facultad de Arquitectura y Urbanismo Universidad de Chile