Pinturas de escenas enigmáticas, a medio camino entre la figuración y la abstracción, en las que la figura humana es un elemento central y suele presentarse de forma fragmentada. De pinceladas notorias, que dejan ver la pastosidad e, incluso, el chorreo del óleo, Christiane Pooley se vale del pincel para presentar una confrontación entre la realidad y el cómo captamos esa información visual. Pueden ser, por ejemplo, personajes sin rostro o la ausencia del torso y los brazos de una mujer, en su obra ambas ausencias denotan la presencia de lo que falta, e invitan al espectador a poner en práctica su conciencia perceptiva, a entrar en el cuadro y ser parte de él, porque aun cuando no vemos el rostro podemos intuir su gesto, y aunque no vemos los brazos podemos imaginarlos o suplirlos con los nuestros, con la realidad que conocemos.
Con 32 años, no hay duda de que Pooley ha creado un lenguaje pictórico propio, que la ha hecho destacar entre los artistas de su generación y en el extranjero. Nacida en Temuco, tras estudiar arte en la Universidad Católica, hizo un posgrado en el Chelsea College of Art and Design de Londres, ganó la Beca para Artistas Unesco-Aschberg, e hizo una práctica en el Museo Peggy Guggenheim de Venecia. Hoy radicada en París, a principios de año expuso “Promised Lands” en la galería Sandnes Kunstforening de Noruega, y ahora acaba de inaugurar en la Galería Patricia Ready “Bordes del Mundo”, cuyo tema central es el paisaje en la pintura. “Este proyecto lo desarrollé tomando en cuenta nociones de territorio y territorialidad, y usando imágenes de distintas procedencias como, por ejemplo, fotos de migraciones entre fronteras sensibles, archivos fotográficos de Chile del siglo XIX y de la actualidad, y registros personales”, cuenta.
De alguna forma replanteas el concepto de paisaje pictórico incluyendo temáticas actuales, ¿cuáles dirías que son hoy las interrogantes ligadas al sentido de identidad y pertenencia? El título de la muestra hace referencia a los límites geopolíticos, físicos o simbólicos a los que nos vemos enfrentados y que nos obligan a redefinir continuamente nuestra identidad en relación a los lugares y las personas. Hablo de términos como oriundo, viajero, migrante y extranjero. Bordes, también, que de alguna forma son un reflejo de las tensiones territoriales que agitan el paisaje en el sur del país y a quienes viven hoy bajo la doble amenaza de la violencia y del desamparo judicial. De estas tensiones, que también han marcado mi historia personal, surgen preguntas en torno a la memoria colectiva, a las herramientas utilizadas para indicar la resbaladiza noción de propiedad y a las maneras de ser vulnerable como individuo al interior de estas frágiles construcciones. Todo esto dentro de una pregunta más general sobre qué significa pertenecer a una determinada nación.
¿Y cuáles son las problemáticas que tiene la noción de paisaje en la actualidad? La serie de pinturas evoca en su conjunto la función alegórica del paisaje romántico del siglo XIX y en particular el uso del tema del paisaje como reflejo de la subjetividad y las emociones. A partir de esta tradición, me intereso en el modo de entender el paisaje hoy: ya no estamos enfrentados a una naturaleza salvaje e infinita que está ‘allá afuera’, separada del hombre, sino que al interior de un mundo finito, donde las separaciones entre lo que es natural y lo que es cultural son muy borrosas.
Además de pinturas sobre tela, presentas algunas sobre cobre, intervenidas con técnicas de grabado, ¿cómo llegaste a trabajar con este material? Empecé a usarlo como planchas para grabado en metal, pero nunca tuve una afinidad con esa técnica porque no me interesaba imprimir copias y me parecía que mis imágenes funcionaban mejor en la plancha metálica que impresas al revés en el papel. Me interesa porque es un material muy particular estéticamente por su cualidad reflectante y por el significado que tiene dentro del contexto nacional.