Desde Concepción al mundo
El estudio Pezo-Von Ellrichshausen es una oficina de arquitectura con base en Concepción que ha recibido variados reconocimientos internacionales. Su obra ha alcanzado lo más elevado debido al carácter y calidad de su arquitectura, que fusiona de manera simple y concreta lo doméstico y artístico.
Se conocieron, se enamoraron y desde ahí son pareja, partners y socios. Sofía von Ellrichshausen es de Bariloche y estudió arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Mauricio Pezo nació en Angol y estudió arquitectura en la Universidad del Bío-Bío. Pero fue Concepción la ciudad que eligieron para vivir y comunicarse con el mundo a través de su trabajo, ciudad que turnan con Chicago, EE.UU., donde pasan la otra mitad del año. La pareja de arquitectos desde 2002 ha diseñado cerca de 70 proyectos entre viviendas, pasando por pabellones como el Vara –que fue parte de la Bienal de Venecia el año pasado– y diferentes intervenciones urbanas y charlas en MIT, el Metropolitan en Nueva York y en la Tate en Londres. Como filosofía han optado por tomar pocos proyectos anuales y privilegiar la calidad de vida, poniendo sobre la tierra un trabajo íntimo, que habla de una arquitectura existencial, esa que se transforma en una fuente de búsqueda personal.
Fue la Casa Poli, construida en 2005 en Coliumo, Región del Biobío, el proyecto que internacionalizó la carrera de esta dupla. Pensada como casa de fin de semana y residencia de artistas, Pezo y Von Ellrichshausen la llamaron de esta manera por el hecho de ser polifuncional. Con ella el foco internacional se fijó en ellos apareciendo publicados en más de 40 países, como en la revista inglesa The Architectural Review, que en 2006 los premió como arquitectos emergentes menores de 30 años. Ambos hacen clases regularmente en Chile y han sido profesores visitantes en The University of Texas (Austin, 2011-2014) y en Cornell University (Nueva York, 2009).
Luego vino Casa Cien, que se terminó de construir en 2011 en Concepción. Esta es su propia casa y recibe este nombre porque la plataforma de la entrada está justo 100 metros sobre el nivel del mar. Aquí viven y trabajan. La maqueta de esta casa, dos pinturas y tres fotos de ella forman parte del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que los compró para su colección permanente. Desde este hito Sofía y Mauricio son parte del catálogo de artistas del MoMA.
¿Cómo ha sido para ustedes hacer arquitectura contemporánea desde región?
Sofía (S): Ha sido inevitable. Todo lo que uno hace hoy es inevitablemente contemporáneo, es del momento. Es curioso porque pareciera como una pregunta de doble sentido, como sugiriendo que en las regiones, o en la provincia, se vive un tiempo que no es actual. Y puede ser cierto, porque muchas veces el ritmo y la mentalidad de provincia son de otra época. Es una lectura romántica, o al menos nostálgica.
Pezo (P): Pero como ahora tenemos una doble vida entre Estados Unidos y acá en el sur, nuestro salto temporal es aun más notable. Al final los viajes de norte a sur los sentimos como viajes en el tiempo. De algún modo, la lentitud de provincia es muy sana, muy necesaria para pensar con cuidado. Pero como bien se sabe, la velocidad es un término relativo que depende de percepciones, de referencias, de motivaciones, objetivos, prioridades.
¿Dónde se centra la fuerza que mantiene vuestra arquitectura en el diálogo mundial?
S: Tal vez lo que más se ha destacado de lo que hacemos es el cruce disciplinar entre arte y arquitectura. Para nosotros es natural, siempre hemos estado haciendo un poco de todo, escribiendo, pintando, construyendo pabellones, casas, etc. Desde el principio nos ha interesado explorar qué rasgos artísticos podemos encontrar en una obra de arquitectura y qué rasgos arquitectónicos podemos establecer en una obra de arte. Lo entendemos como una condición recíproca. En términos sencillos, por ejemplo, hasta qué punto un edificio cualquiera puede llegar a tener una presencia escultórica.
P: En nuestro caso la autoría es una actividad compartida, problemática por definición, porque excede nuestro ámbito profesional, porque es parte de nuestra vida privada. Es probable que algo de ese problema, que no es ni más ni menos que un problema existencial, finalmente se traslade a las obras que hacemos.
Para ustedes la arquitectura es fuente de búsqueda personal, ¿cómo definen el habitar dentro de ella?
P: La noción de habitar es de hecho una forma existencial, y ciertamente sensible, de entender la vida que ocupa o rodea la arquitectura. Pareciera que hoy ese mundo íntimo se interrumpe a cada rato. Me gusta más la idea de cómo la arquitectura sirve para vivir en un buen lugar, en un lugar a la vez sencillo e intenso, o de cómo nos ayuda a leer y entender ese lugar.
¿Cuál es el gran valor de hacer arquitectura desde región y por qué sienten ustedes que sus proyectos han marcado grandes logros como es el ser parte del Museo de Arte Moderno de Nueva York?
S: Es difícil dar con un argumento claro, mirando para atrás todo parece muy nítido y predecible. En nuestro caso siempre hemos estado mitad adentro y mitad afuera, mitad en el mundo y mitad fuera de él. Desde que nos conocimos en Buenos Aires siempre hemos mirado nuestro propia vida a la distancia, con cierta perspectiva. La decisión de vivir en el sur de Chile tal vez no fue más que un arrebato romántico. Queríamos tener tiempo y espacio para estar solos, para no convencer ni seguir a nadie.
P: Y hoy más que nunca es posible vivir en cualquier parte y seguir haciendo los proyectos que te interesan, que no necesariamente están a la vuelta de la esquina. Puede que el valor sea ese: tener un acceso selectivo de aquello que te interesa. La distancia es un filtro. Pero las redes te permiten regular su tamiz.
En Concepción y alrededores, ¿hay más arquitectos que estén desarrollando arquitectura contemporánea interesante?
P: No sabría, supongo que en las escuelas de arquitectura locales circulan buenas ideas. Quiero creer que las generaciones interesantes están en camino. Lamentablemente Concepción tuvo un momento heroico entre los 60 y 70 que luego se aletargó por décadas. Hasta hace poco no había mucha conciencia de la diferencia entre arquitectura y negocio, o entre regionalismo y pintoresquismo.
Además de la casa Poli, ¿qué otro proyecto ha sido interesante para ustedes?
S: Yo diría que todos los proyectos que hemos hecho han sido interesantes para nosotros. Como nuestra capacidad de trabajo es limitada, también nuestro tiempo, siempre decidimos qué proyectos hacer en función del interés que tienen. Los parámetros son relativos al caso. Son interesantes en la medida en que podamos aprender algo. Además de la Poli, nuestra propia casa, la casa Cien, ha sido muy importante.
¿En qué proyectos están trabajando actualmente en la zona centro sur e internacional?
S: La verdad es que estamos con más proyectos que nunca. Acá en la Octava Región estamos terminando de construir una pequeña casa junto al mar. Dos proyectos públicos, el Museo para la Fundación Meissner-Prim y el Centro de Innovación para la Universidad del Bío-Bío, luego de varios años de proceso, están entrando en la etapa de ejecución. El resto de los proyectos están más lejos. Estamos terminando de construir una casa en Chiloé y un pabellón para Christian Boltanski en París. En las mesas de trabajo hay varias cosas: seguimos con el proyecto del Centro Cultural Quilapilún de Colina, con una casa y talleres para un artista en Estados Unidos, otra casa en México, otra en Alemania para Documenta, un pabellón en Chicago, otro en Inglaterra con Felice Varini y un centro de visitantes en Australia, en Canberra.
P: Y pintando mucho, preparando las obras que irán a la Bienal de Chicago. Y de hecho, en una semana viajamos a París porque inauguramos una muestra individual en la Solo Galerie. pezo.cl
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