Su casa, un PH al fondo que comparte con María Elina (también ilustradora), León (el hijo de ambos) y los hijos que cada uno trae de parejas anteriores, es un conglomerado de libros, dibujos, muñecos coleccionables y juguetes antiguos que se entremezclan en la vida de una familia que fluctúa entre los hijos grandes "que van y vienen", y un hijo de solo tres años. Su taller, algunas cuadras más allá, cuando el barrio cambia de nombre, es el espacio en donde puede dar rienda suelta a su obra: un monoambiente en el que, además, recibe a más de veinte alumnos por semana.
Sobre su vocación, cuenta que se fue forjando de a poco, que estudió diseño gráfico porque le gustaba dibujar y mientras tanto frecuentaba talleres de arte, hasta que un día se dio cuenta de que la ilustración funcionaba como un terreno intermedio entre el diseño y las artes plásticas. "Descubrí que la mayoría de los diseñadores carecíamos de herramientas plásticas y los artistas, de herramientas de diseño; el ilustrador, en cambio, se ubicaba en un lugar que me resultaba muy seductor: entre las limitaciones del diseño y las herramientas que me interesaban del arte".
Así llegó al taller de Elenio Pico y empezó a trabajar en torno a la obra gráfica, los fanzines, la ilustración y tantas otras cosas que lo fueron formando. "Creo que es muy importante en este oficio ver cómo trabaja el otro, cómo llega a un texto o cómo lo interpreta. En el taller yo podía participar de los procesos de otros y así fue como fui aprendiendo el oficio. Aprendí a pensar como un ilustrador", explica, y agrega que busca replicar este modelo en sus propias clases, tres veces por semana, en su taller de la calle Cátulo Castillo, y que fue Elenio Pico, su mentor, quien le abriera las puertas al mundo de la ilustración, vinculándolo con gente con la que trabajaría años más tarde. "Por entonces Elenio formaba parte de la revista "El lápiz japonés" (una publicación emblemática que atravesó el dibujo y lo asoció con la fotografía, el diseño, la literatura y las artes plásticas) y a través de él conocí a Raúl Veroni (dueño de la galería Mar Dulce, que comercializa la obra de Turdera) o Diego Bianki (fundador y director artístico de la editorial Pequeño Editor)".
La notoriedad llegó con "Canción decidida", en 2003, un libro que fue publicado por Pequeño Editor y que marcó un hito en la historia de los libros infantiles por su formato poético. "En ese momento era poco habitual publicar poesía para niños, y ese libro marcó también un antes y un después en mi carrera; en ese momento entendí que se podía abordar un texto de manera diferente". Ante la pregunta sobre esta diferencia, explica que en su concepción hay dos formas de ilustrar poesía: "Una es tratando de interpretar lo que el escritor quiso decir, que es una tarea difícil ya que no conoces el entorno, no sabes exactamente lo que quiso decir el escritor en esa poesía; y la segunda es ilustrar en función de lo que te pasa a vos, ilustrador, emocionalmente, cuando lees el texto. De este modo no hay una pretensión de reproducir al escritor sino de hablar honestamente y dar una opinión, como autor". Así empezó a ilustrar "Canción decidida", aunque en ese momento la técnica fuera puramente intuitiva. "Me di cuenta muchos años más tarde sobre esta modalidad y la sistematicé".
Desde aquella publicación distintiva, Turdera ilustró más de cincuenta libros y colaboró con infinidad de revistas, marcas y agencias de publicidad. Además ganó varios premios (entre ellos la mención de honor Colibrí que le dieron por ilustrar el libro chileno "La máquina de imaginar cosas") y sus ilustraciones dieron la vuelta al mundo de la mano de reconocidos creadores de juguetes como Djeco o Mudpuppy.
Aun así, su mayor desafío no está completo; se trata de un proyecto personal que va de la mano del escritor Tobías Schleider y que adquiere el carácter de experimental, vinculado a la poética y a la narrativa. Lo bautizaron "El topo ilustrado". "Surgió en el año 2013. Empezamos publicando una viñeta diaria con una frase en Twitter y después fuimos sumando otros formatos hasta que Ediciones de la Flor nos propuso editar los libros, que ya son tres", cuenta, y agrega que "todos los libros son experimentales, por lo que ninguno repite el formato del anterior. Por ejemplo, para el tercer libro yo hacía dibujos y luego Tobías ponía los textos en formato de haiku".
"El topo Ilustrado", a punto de editar su cuarto libro (del cual se puede ver un avance en la muestra recientemente inaugurada en la galería Mar Dulce), se erige hoy como un concepto que puede materializarse de distintas formas: ya sea en libros y en redes sociales, como en serigrafías o en murales. "No sabemos hacia dónde vamos, pero lo que sí está claro es que nos llevamos muy bien y que, así como Tobías no puede imaginar sus textos sin mis dibujos, yo no puedo ver mis dibujos sin sus textos. Los resultados son muy buenos". Y la prueba del éxito está en los 60.000 seguidores que "El topo Ilustrado" tiene en su cuenta de Twitter. cristianturdera.com
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