Diego Vergara (38) es un luchador. Lucha por preservar los oficios antiguos. Practica artes marciales, es alpinista y diseñador industrial de profesión. Se tropezó con la forja en la construcción de muebles, y hoy, además de crear esculturas, imparte talleres de forja en Marchigüe, Región de O'Higgins. Enseña la mecánica del metal, que se somete a altas temperaturas y luego se transforma en algo maleable. Con la ayuda de martillos y un yunque se deforma la pieza, una que hace un rato, antes de someterse a esta alquimia, era imposible de manipular. "Mi idea es rescatar los oficios ancestrales. Considero que el ser humano sin estos oficios está perdido… debido a la tecnología y a la información los estamos perdiendo (...)", dice Diego.
La polimatía nace en Grecia: poli significa mucho y matía, materias. Los artistas polímatas indagaban en muchas materias. Trabajaban el físico y la mente, todos los elementos que componen al ser humano, y los traducían en un oficio. "Por ejemplo, un arquitecto podía esculpir piedra, dibujar, etc., y eso se perdió durante la Edad Media. Yo me identifico plenamente con el polímota. Ocupo la tecnología, pero siempre estoy leyendo… vivo en Marchigüe, donde me inspiro en la naturaleza, de hecho es mi fuente principal de obtención de información y de equilibrio. Para mí es fundamental percibir los ciclos de la naturaleza. Creo que el ser humano está alineado con esos ciclos pero nos hemos distanciado de ellos".
En sus talleres, dirigidos a mayores de 14 años, hombres y mujeres, durante dos jornadas aprenden las técnicas principales y desarrollan un proyecto individual. dvergaralira@gmail.com
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Vicente Prieto. Nunca tuvo formación formal como ceramista, de hecho nos cuenta que todas las técnicas que sabe las conoce gracias a una buena amiga, que con paciencia le enseñó el modus operandi de este arte en un solo día. Vicente Prieto (28) dice que lo demás ha llegado con la vida y el trabajo de ensayo y error en su taller. Hoy es autor de distintos seres surrealistas de cerámica, de líneas amorfas y de distintos tamaños, con cientos de ojos que miran al espectador como buscando algo. Es una obra que se identifica con ciertos panoramas sociales contemporáneos, como el hecho de que hoy somos consumidores constantes de una información desmedida producida por los medios de comunicación. "Tanta cosa que uno ve, yo me pregunto cuántos ojos deberíamos tener para abordar todo", ríe. Y de los ojos vienen las manos, las bocas y un salpicón de detalles que delimitan en lo cómico. Y esta es la gracia de la obra de Prieto, que es simple, sin pretensiones, es una escultura cercana a la gente, tal como lo son las obras prehispánicas o las de arte popular, las que él tanto respeta. "Mi cerámica es superplana en colores, uso colores neutros, a veces pasteles. Es monocromática; me interesa que la obra ataque por sí misma, y creo que mis obras lo hacen, tal como el arte popular, que ocupa pocos pigmentos, casi siempre negro y engoe –es un material que funciona para pigmentar la cerámica pero se diferencia de los esmaltes porque son más opacos, de hecho parece témpera o pastel seco–. Primero se moldea, se seca, pasa a un horno, hay una quema a alta temperatura, luego se esmalta y se vuelve a quemar. La primera quema es en baja y la segunda en alta temperatura", explica Vicente.
Estos seres han estado en la imaginación de Vicente desde siempre. Además de la cultura prehispánica y el arte popular, su trabajo tiene mucho que ver con los monos animados que veía cuando chico. "Siempre he estado ligado al arte, a dibujar. En un comienzo trabajé con plasticina, y por eso digo que la cerámica es la plasticina para los adultos. Más que el resultado, lo que más valoro es el proceso para llegar a ese resultado".
Vicente viene llegando de Ciudad de México, allí arregló una residencia de dos meses además de una exposición individual en la galería Artículo 123, que tendrá inicio a fines de este 2018. @vicenteprietogaggero
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