Esta semana el CNDU publicó su último informe del Sistema de Indicadores y Estándares de Desarrollo Urbano, realizado en conjunto con el Minvu y el INE. Esta medición establece indicadores comparables para poder evaluar desarrollos comunales y calidad de vida de sus habitantes. Recomiendo leerlo (La Tercera, Nacional, martes 11 de agosto), ya que temas antiguos como acceso al agua potable o modernos como conexión fija a internet son algunas de las variables medidas y son también las que generan brechas sociales importantes, ej.: el bajo acceso a internet fija de calidad ha impactado de manera negativa a escolares, dejándolos sin acceso a educación en estos meses de pandemia.
Lo anterior confirma lo que se está discutiendo hoy sobre calidad de las ciudades y cómo generar desarrollos más justos y equilibrados, que sirvan para aplanar diferencias sociales y de infraestructura: más áreas verdes en comunas que no las tienen, ciclovías extendidas e interconectadas de manera de ofrecer una vía de transporte alternativo con menos riesgo de contagios, y así muchos ejemplos más. Lo interesante es que en Chile esto ya se discutió hace décadas; toda una generación de arquitectos, urbanistas e ingenieros dedicaron sus carreras a ello y dejaron valiosos aportes urbanos, impulsados en gran parte por políticas públicas que buscaban el bienestar de sus habitantes. El arquitecto Carlos Martner fue parte de esa generación, y sus obras, muchas monumentales, como las piscinas Antilén y Tupahue, apuntaban a dar calidad de vida al ciudadano común.
Si uno revisa las obras impulsadas por la Cormu, Corvi o algunas cajas de empleados en los 60 y 70, encontrará ejemplos eficientes, sin ostentación y dignos para sus usuarios hasta el día de hoy.