Cuando uno vive en un lugar, inevitablemente se nutre de ese entorno; asimila colores, texturas, modo de hacer las cosas, y eso se fija en la memoria y la retina. Para esta edición elegimos una casa con ADN extranjero, su dueña lo es y ha sabido trasplantar su buen ojo a su casa chilena; lo que vimos nos sorprendió, no solo porque es muy linda, sino también distinta a las que normalmente encontramos en Chile. Me tocó hacer la producción de fotos para el departamento de Laure-Anne, ella es belga y ya lleva algunos años acá, y mientras me mostraba los espacios me iba explicando el porqué de cada cosa, lo suelto de la decoración, los elementos que ha traído desde Bélgica en cada viaje –tiene una colección de lámparas realmente envidiable– y cómo ha ido remodelando con calma y con sus propias manos muchos de los espacios del departamento. Me dejó pensando, como el hecho de que al rediseñar la cocina solo intervinieron la mitad, rescatando los muebles antiguos de la otra mitad, porque estaban buenos y botarlos habría sido un desperdicio.

Y para cerrar el año, comer y beber, porque es la excusa perfecta para juntarse con los amigos, la familia, los que vemos siempre y los que aparecen solo una vez al año. Ideas simples –porque el tiempo es poco– y frescas, porque el calor no soporta otra opción.