Llevo más de dos meses trabajando desde mi casa. Cuando se podía salir, lo hacía exclusivamente para hacer compras de comida, llevarle cosas a mi madre o caminar enérgicamente algunas cuadras para hacer algo de ejercicio. Es la realidad que hoy tenemos y que de a poco ha ido transformándose en norma, la que ha llevado a muchos a revaluar espacios de su casa, reconfigurarlos y usarlos como antes no imaginaron.
Esta nueva realidad nos hace pensar en espacios que fueron eliminados por la vida moderna pero que cumplían una función, como el zaguán, espacio intermedio entre la calle y la casa, o la chiflonera, típico de las casas del Sur y que además evita la pérdida de calor al actuar como zona de amortiguación térmica. Espacios que hoy quisiéramos volver a tener, para dejar ahí ‘la calle’ y no contaminar nuestras casas.
Y hay uno que ha ido creciendo como símbolo de lo bueno: el balcón. Comenzó a darnos vueltas cuando Italia estaba en lo peor de su crisis sanitaria; entre todas las malas noticias que uno veía, se colaban conciertos, ópera, los aplausos, lo positivo de ver caras, saludar a los vecinos. Acá también ha ido ocupando ese lugar físico/emocional que ha permitido a los que lo tienen asomarse al mundo, al aire libre, aplaudir a las 9 p.m., ser parte de una comunidad. Si lo tienen, denle buen uso, que no sea bodega sino un lugar con plantas y donde circule aire fresco.
También pensando en las muchas horas que estamos pasando puertas adentro, preparamos una guía de calefacción y criterios para que sea eficiente y segura. Uno de los grandes problemas de los artefactos que ‘queman’ algo para calentar es que producen contaminación, transformando el aire que respiramos en tóxico, de ahí la importancia de informarse y sobre todo de ventilar de manera regular los espacios. Las opciones son muchas, por eso es importante investigar para llegar a la mejor ecuación entre eficiencia y costo.