Silencio casi absurdo, polvo y ácaros suspendidos en el aire. El edificio de Fanor Velasco 22, ubicado en el centro de Santiago, fue, en su época de gloria, la sastrería del Teatro Nacional Chileno.
Corrían los años setenta y el ir y venir de las agujas trabajando en las máquinas de coser se convertían en melodías tenues, ruidosas, disonantes. Pero una disonancia alegre, que hablaba de labor a mano, del crear a escala 1 a 1; de transformar espejitos encontrados en la calle en brillos colosales de alguna capa o de algún pantalón que más tarde lo ocuparía un actor sobre el escenario. De crear mil y una telas desde cero, de ser creativo, feliz. Hablamos de una época donde lo que sucedía a diario en aquel espacio era un cosmos de infinitas posibilidades; un terremoto creativo. De allí salieron vestuarios de grandes nombres, como de Guillermo Núñez, María Kluczynska, Chino González o Ana Soza. Rebosantes, una vez en el escenario, pasaban a la eternidad. Sin embargo, en la década de los noventa la sastrería dejó de funcionar para transformarse en una bodega. Años previos a su abandono, de un modo lento y silencioso, sus colaboradores se fueron yendo de allí; quizás escapando de la modernidad, quizás huyendo del temor capitalista. Lo que vino fue silencio.
Guillermo Gangas, jefe técnico del teatro y diseñador de escenografía e iluminación, estuvo en Fanor Velasco por esos años, los gloriosos, y recuerda. "Yo conocí la sastrería el año 1972, cuando entré a la escuela de teatro a estudiar diseño teatral. Allí fui asistente de varios diseñadores de vestuario hasta el 75, ayudaba a teñir telas. Conocí una sastrería mágica, llena de gente, de modistos/as, de diseñadores, las costureras… Era una alquimia, uno veía montones de telas y después estas se transformaban en vestuario. Artilugio, una obra de arte. ¿Y luego qué pasó? Volví a Fanor en los años 80, y era una sastrería más triste, con menos gente, solo quedaba una costurera; había menos ruido, antes era muy ruidoso. Se empezó a llover el techo, de a poco, a veces teníamos que evacuar la casa. Y de repente la jefa de sastrería jubiló y poco a poco se fue convirtiendo en una simple y vulgar bodega de vestuario. La última vez que funcionó fue a mediados de los noventa. Después entró en el olvido y en el silencio más absoluto. Tenía 23 años en esa época".
El presente
Valentina San Juan (32) es diseñadora teatral egresada de la Universidad de Chile y estuvo a cargo junto a Andrea Ortiz y Nicole Salgado de la restauración patrimonial del tesoro escondido en Fanor Velasco. Nos cuenta que este es un proyecto en coordinación con la universidad. En el edifico de varios pisos, antes en decadencia absoluta –se remodelaron además muros, se limpió y adaptó, con poco presupuesto, a los días de hoy–, se encontraron alrededor de 2 mil piezas teatrales del pasado –desde accesorios hasta ropa americana–, donde 300 piezas fueron seleccionadas para esta primera etapa. Fue un trabajo arduo en conjunto con el director del teatro, Ramón Griffero, que duró casi todo el invierno de 2018. "La sastrería funcionó desde el año 60 y algo, y para hacer nuestro trabajo, que hay que precisar que no existe la especialidad de restauración de piezas teatrales antiguas, tuvimos que aunar criterios de selección y de cómo íbamos a proceder. Finalmente lo que primó fue el trabajo autoral que tenían los vestuarios, en eso nos basamos", detalla San Juan.
Cuando entraron a la casa se respiraba polvo. Se vistieron entonces como astronautas, con enteritos blancos; se pusieron mascarillas y guantes, había mucho hollín. "Entramos con una distancia frente a algo empolvado, con ácaros, todo sucio, en un espacio inhóspito. Había mucha acumulación de cosas sin seleccionar. Había retazos de telas. Esto hay que botarlo, decíamos. Había bolsas infinitas con corbatas y camisas, había que desechar algunas cosas. Teníamos un banco prehecho de imágenes que rescataban el trabajo de diseñadores antiguos, como el de la Vero Navarro y la Maite Lobos, así enlazábamos el nombre de la obra con el vestuario. Fue un arduo trabajo de investigación, y solo hemos hecho el 1% de la pega, estamos en la primera etapa. Creo que primero hay que formar un equipo; existe aquí una inquietud personal de parte de nosotros (ya que no hay una especialidad al respecto), un interés de verdad de profundizar en esta área. Después tuvimos que seleccionar 300 piezas de todo lo que había en la sastrería y que entraban en este programa de conservación: 'esto no se toca'".
Rescatar la memoria
Cuando Valentina entró junto al equipo a la casa se dio cuenta de que allí existía un tiempo, más bien un tiempo para hacer. "Lo que estoy haciendo, me percaté, es crear el tiempo. Yo decía, quizás somos más arqueólogos que restauradores, porque estamos haciendo un trabajo de mediadores entre la tradición y la modernidad, estamos 'puenteando'". Luego, y como último eslabón del trabajo, vino la superselección de las 9 piezas que se exhibieron el 14 de mayo; el equipo se preocupó de parchar, arreglar y coser pequeños detalles de los trabajos autorales para que quedaran perfectos, desde el respeto y la intuición. "Nunca se habla de la mantención del vestuario, que es necesario para que perdure en el tiempo. Como movimiento humano, y es mi inquietud, creo que hay una necesidad de volver al origen, volver a reconectar a cómo se hacían las cosas, entonces ese síntoma aplicado a nuestra disciplina creo que es un símbolo de lo que se hace desde esta trinchera. Rescatar esa memoria y hacer un trabajo meticuloso. También pasa por dejar el ego de lado como diseñador o creador. Esto hace llegar a un silencio. A una calma, reflexionar en nuestro propio quehacer. Viajar en el tiempo, porque hay valor desde mucho antes que uno", termina.
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"Lo hecho a mano cambia y va de la mano con un modo de pensamiento, político económico y cultural, desaparece el tiempo. Yo cuando entré aquí vi tiempo, mucho tiempo", dice San Juan.