Las cifras dicen que las personas miramos el teléfono unas 170 veces al día, que creamos dependencia, vicios, conexiones, evasiones y un montón de cosas más. Hay una industria gigante detrás haciendo millones de aplicaciones para todo tipo de usos y la comida –vital biológicamente– calza perfecto para meterse en lo más íntimo de la persona, haciendo comprar sin mover un solo pie. Es complicado criticarla o celebrarla. Sobre todo porque vemos y usamos la punta de un iceberg. Si creemos que ya estamos tecnologizados, olvídense lo que se cocina para los próximos años.
Separemos aguas. No hablamos aquí del teléfono cuando se está comiendo y la desconexión con el presente. Cada uno verá esa situación. Vamos a lo que se planea y lo que está pasando comoservicios, el comprar (e-commerce) y el dar info para que nos adivinen lo que queremos/necesitamos básicamente. Por ejemplo, en Chile, la compra del súper muchos la hacen por el teléfono. Se confía en la frescura sin verla, se quiere optimizar el tiempo, estar cómodo. UberEats nos trae comida lista de lugares que tal vez hasta descubrimos por Instagram o el mismo programa nos ofreció. En el fondo, el humano pasa a ser un algoritmo que satisfacer y manejar. Yo defenderé siempre el contacto directo con las personas, productos y entornos. Ese sabor no lo da
ninguna máquina, según yo.
Claro que también me quedo bien calladita cuando veo qué se están desarrollando. Startups, que buscan crear dietas, por ejemplo, con platos y dónde comprarlos y llevarlos a tu puerta, o uno Impactvision, que podrá detectar la frescura, proteína, grasas, azúcar y humedad de alimentos con una foto. ¿Y de qué sirve? Para olvidar las fechas de vencimiento, disminuyendo así el desperdicio de los alimentos que en este planeta es un tema vital. @raqueltelias