Figuraba en una mesa grande del siempre sólido restaurante Ana María. De pronto se posa galante y soberbio un platón de lenguas de erizos bellas: firmes, claras, irresistibles. Como de costumbre, subí una foto y después solo me dejé chapotear en el placer de ese mar comestible de sabor insolente. Harto más tarde, los comentarios del Instagram eran de igual pasión. Que los deberían declarar droga dura, que se los inyectarían, que los extrañaban, y más. Desde ahí que quiero hacer grupos de conversación sobre los erizos, fan club, manifiesto. ¡No sé! Algo, ¿religión tal vez?
Qué fabuloso producto que tenemos. Y en estos niveles de abundancia además. Sé que la mayoría los gozamos con limón y salsa verde, pero hay tanto más. Ahora, que todavía quedan 2 meses antes de entrar a su veda y que las lenguas están en la gloria (cuando el mar permite ir por ellos, claro), hago un llamado al patache nacional. Ideas.
Frías. Con picadito de pepino (sin pepas), manzana verde, perejil, limón, ají. Sobre cama de palta. En un vasito con jugo de tomate, limón, salsa inglesa, pimienta más su propio jugo. Esto mismo como base para una michelada. Sobre arroz de sushi. Mezclado con wakame. Dentro de un cebiche o mariscal de pescado blanco. Encima de una ostra. En un tártaro de carne o un carpaccio sin exceso de limón.
Caliente. No es muy usual por aquí, pero una vez que se entra en este universo la vida se pone más linda. En un risotto hecho con caldo de conchas, al final un poco de erizos y luego más lenguas coronando el plato ya servido. En una pasta fresca, con mantequilla, cedrón y erizos. Mismos espaguetis salteados con soya, cebollín y luego erizos. En una tortilla o también en panqueques.
Se me hace agua la boca. Bahía Salado, en Manuel Montt 1591, un clásico de la buena compra. Pero como chilenos afortunados, ahorita en ferias libres, Mercado Central, La Pesca de los Mekis, Bahía Pilolcura y tanto más. @raqueltelias