1. ¿Tienes una definición personal de diseño?

Le encuentro sentido al diseño cuando es parte activa y positiva del proceso de evolución de la especie. Para que sea así debe nacer de una gratitud a todo lo que tu especie te heredó, el lenguaje, la alimentación, las ideas, que creemos nuestras pero que se han venido purificando y limpiando por siglos de evolución, y proponer desde su lugar, a través de una crítica de ese sistema, nuevas visiones para llevar eso conocido un poquito más allá. Para mí ese es el rol del proyecto en general, y el diseño es proyecto.

¿Por qué digo gratitud? Hay una corriente filosófica hoy muy crítica del ser humano. Como si fuera un cáncer o una peste. Creo que de esa visión no pueden nacer proyectos.

2. ¿Qué efecto tiene en tu trabajo o tu visión el haber nacido en Salta?

Se trata más bien mi visión como sudamericano, como argentino, de haber nacido en el nuevo mundo. En Europa las ciudades tienen cientos de años y algunas miles, tu rol en ese escenario es casi el de una rueda. No estoy seguro de que sea porque nací en Salta, en Argentina y Sudamérica, pero tengo esa visión, quizás naif, de que uno tiene esa obligación, que uno es parte activa del mundo que vas a vivir y que van a vivir tus hijos. En un sistema estático donde no ves las acciones del hombre, no piensas así, y el rol del proyecto es otro.

3. ¿Por qué escoges Milán?

Cuando era estudiante, un día estaba leyendo un libro que se llamaba “La materia de la invención”, y detrás decía que quien lo había escrito, Ezio Manzini, era director de Domus Academy Milan. Decidí venir a estudiar y terminó transformándose en mi segunda casa.

4. ¿Cuáles son algunas de las compañías prestigiosas con las que has trabajado?

Cuando empiezas no tienes grandes oportunidades y a veces empresas chicas te permiten contar tu modo de ver el diseño y el proyecto. Todas te dejan algo. Desarrollé mucha empatía y una relación profunda con Luceplan, muchos proyectos que salieron de esa relación han funcionado muy bien. También trabajé con Artemide y Driade.

5. Háblanos de Eutopia y el reconocimiento que acaba de recibir.

Tuve la suerte de ganar el Compás de Oro con Hope, una lámpara que hice para Luceplan en 2011. Fue una gran alegría. Después estuve nominado diferentes veces y se me escapó. En cambio con Eutopia, ni en el mejor de mis sueños esperé ganar con esta silla. Cuando me tocaba dar charlas en Sudamérica, en Chile, terminaba tratando de dar una señal de esperanza a esos cientos y cientos de jóvenes que salen de las escuelas de diseño. Conociendo lo duro que es el camino, sé que es muy difícil que exista el lugar para todos ellos y no creo que aquellos que no llegan (a la industria) no tengan algo interesante que decir o hacer; simplemente no hay espacio en el sistema tradicional de empresas, que no son tantas, para que todos tengan expresión. En esas charlas hablaba del potencial de estas nuevas tecnologías, como control numérico, robótica, impresión 3D y corte láser, que se vuelven cada vez más accesibles. Esos individuos pueden poner su creatividad en estas máquinas y obtener objetos de calidad. Esa era la teoría que promovía, pero al final terminaba viendo caras en la audiencia como diciendo ‘muy lindo, pero tú trabajas con empresas supergrandes’. Tomé como desafío probar si esa teoría era verdadera.

El proyecto de Eutopia duró tres años y terminó con esta silla superliviana, que pesa 1.800 g, hecha de madera de forestación (paulownia, producida en el litoral argentino, muy liviana y resistente), con ciclo cerrado, sin clavos ni tornillos. Una galería importante empezó a venderla, el museo de Vitra compró una para su colección. Parecía que mi hipótesis era correcta, pero nunca esperé que llegara del sistema industrial en su máxima expresión un premio como el Compás de Oro. Fue una gran satisfacción, quizás la más grande de mi carrera. @gomezpaz