Full Diseño N°17, 28 de abril 2017
Los pueblos originarios del Altiplano no veían balanzas ni toros en el cielo. Cuando trazaban líneas entre puntos luminosos formaban cosas como un río blanco y una llama cruzando la noche. En sus pinturas rupestres, en sus cerámicas y en sus tejidos los camélidos de su tierra estaban siempre presentes, y había una razón para eso: fueron la base del desarrollo de las comunidades de los Andes; los camélidos les permitían alimentarse, vestirse y transportarse. Tan preciadas eran que la vicuña fue conocida como el oro del inca.
Los indígenas eran capaces de identificar muy bien y daban nombres distintos a cada color, a cada combinación. Pero llegó un momento en que pareció más conveniente criar solo camélidos blancos para la industria y consumir el resto. "En Perú hay un proyecto para rescatar la variedad de colores de camélidos que había en el Altiplano financiado por una gran minera que extrae oro. Esta minera dijo 'estoy sacando el oro de los Andes, ¿qué puedo dejar a cambio?', y decidieron restaurar algo que también es un tesoro", cuenta la historiadora, gestora cultural, fundadora y directora ejecutiva de Ona, Macarena Peña.
Ella nos dice que las propiedades de las fibras de alpaca son impresionantes. No solo son térmicas y de una belleza única, sino que el tamaño tan mínimo de sus micrones las hace muy livianas e inteligentes: tienen la capacidad de adaptarse a la temperatura corporal y cuentan con protección UV. Todo gracias a las condiciones tan extremas en que viven. Ella, que las conoce de cerca, nos habla de las iniciativas que se adoptan en nuestra porción del Altiplano: "Estoy trabajando en un programa financiado por la FIA (Fundación para la Innovación Agraria) para revitalizar la ganadería familiar de camélidos. En algún momento fue muy prestigioso tener alpacas, pero hoy es una actividad muy de capa caída, practicada solo por un pequeño número de familias campesinas. Somos un equipo formado por veterinarios de la U. de Chile, técnicos y diseñadores y estamos tratando de reencantarlos con un oficio ancestral pero aplicando estándares de mercado para que puedan transar su productos a buen precio. Eso significa que deben producir 300 kilos mínimo por color, que deben distinguir las partes del animal, el largo del pelo, aprender a esquilar, a lavar la lana, a hacer las cruzas, a ver que los micrones sean los adecuados".
Se trata de valorizar desde la genética del animal hasta el producto terminado, explica Macarena. Ona –además de una tienda de artesanía ubicada en Lastarria– es una fundación para hacer todo lo que no podría como empresa comercial, es decir capacitación, investigación y difusión; todo a través de fondos concursables. Desde 2009 se han concentrado en la fibra, como materia prima para artesanos, pero también como producto final. "En el Norte tenemos grandes tradiciones textiles pero escasez de material. Hay muchas mujeres que tejen precioso pero terminan usando acrílico o mezclas con baja calidad. Se tardan meses en un producto bellísimo, pero como la materia prima es cuestionable… no se puede dar valor. Así todo se empieza a reducir a lo que se vende más fácilmente. Por otra parte, quisimos demostrarles que el hilado es también un producto competitivo, un nicho desatendido en Chile y que las fibras exóticas son una tendencia en alza total. Si la industria de la moda quiere comprar en Perú, tiene que comprar miles de kilos por color, en cambio una oferta artesanal puede generar pequeñas cantidades y hacer mayores variaciones de colores y mezclas. La hiladora estaba oculta".
HEBRA ARQUEOLÓGICA
Mónica Bravo es una diseñadora que se ha especializado en el hilado y en las técnicas de tejido precolombinos. Junto a Carolina Agüero –arqueóloga–, Ximena Cruz –descendiente de atacameños que vive en San Pedro de Atacama– y Macarena Peña trabajaron en la selección de piezas de museo, de gran valor arqueológico por las características de sus hilos. "También tuvimos acceso a una colección muy entretenida, espectacular, antiquísima, con técnicas de tejido muy sofisticadas. Investigamos para replicar estos hilados con hiladoras de Calama. Para crear una oferta textil con hilos tradicionales y una oferta de hilados de innovación a partir de piezas arqueológicas. Encontramos túnicas que imitan pelaje animal pero que son tejidas. Los colores, rojos y azules impresionantes, seguramente elaborados para las élites. Con la pantonera y tintes biodegradables hoy podemos hacer el color exacto".
También se han abierto posibilidades a través de Indap, que ha apoyado proyectos como el de Gabriela Farías –de la marca Zurita–, quien replicó una colección de tejidos etnográficos antiguos con comunidades contemporáneas. Las piezas fueron expuestas en un museo de Colchane. "Se han hecho investigaciones en la cordelería, nudos y amarras. 'Ona Andes', un proyecto nuestro, nació a partir de la investigación de la antropóloga Verónica Cereceda, de la tesis de que para los andinos el textil es un ser viviente, que hay un vínculo entre la tejedora y sus crías, que las líneas y los colores expresan significados. Nosotros no conocemos esos significados, pero nos preocupamos de que al menos se conserven estructuras tradicionales". Estos rescates contribuyeron a que lo andino se pusiera de moda y hace dos años entró el retail. París lanzó una experiencia llamada 'Volver a tejer', con hilado artesanal que se vende en más de 15 tiendas en un pack de 300 g, con palillos y un manual de tejido. Volúmenes y estándares a los que no estaban acostumbradas las artesanas. "Fue muy desafiante y se logró, ya vamos en el cuarto 'volver a tejer' en todo Chile", dice Macarena. "Mi capacidad de insertar a estas mujeres es bien modesta. Somos una tienda chica, con proyectos chicos. Qué ganas de que ellas pudieran vender sus producciones a una escala aun mayor. Tienen capacidad productiva y las posibilidades de competir en mercados internacionales son tan grandes como la riqueza de su trabajo".
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