Es cierto que no la repara, pero el humor siempre ha ayudado a hacer más tolerable la injusticia y lo que está mal. ¿Cómo llegar a la mayor cantidad de gente posible con la sátira y la crítica cuando muchos –quizás la mayoría– no saben leer? Ahí está uno de los orígenes más probables de la ilustración, en la capacidad de comunicar con una imagen salida de la imaginación de alguien algo que todos pueden entender.
En Chile ya teníamos revistas satíricas alrededor de 1830 y un poco después emerge la figura de nuestro primer ilustrador profesional, Luis Fernando Rojas. Pero en la forma en que la conocemos hoy, más cercana al público infantil, la ilustración comienza a aparecer a partir de 1850.
La fotografía existía desde hacía tiempo, pero una combinación de dificultades técnicas en la impresión y la riqueza que ofrecía hacían de la ilustración un recurso muy utilizado en revistas como Zigzag (nacida en 1905) y Sucesos. Para mostrar moda, por ejemplo, no se requerían modelos, maquilladores, fotógrafos y todo un staff; ni siquiera los vestidos. Bastaba con un ilustrador talentoso.
"El nacimiento de El Peneca es fundamental. Es la primera y más importante revista ilustrada para niños. Sobre todo a partir de los años 20, cuando asume Roxane, seudónimo de Elvira Santa Cruz. Antes llevaba fotos de sociedad mostrando niños de la clase alta, que eran los que podían leer. Ella lleva la revista a los niños de más escasos recursos, le da una vuelta a través de la ilustración con la llegada de su sobrino que es Coré (Mario Silva Ossa)", explica Claudio Aguilera, jefe del Archivo de Láminas y Estampas de la Biblioteca Nacional, y uno de los responsables de la investigación que hoy nos sirve como guía, la que verá la luz como libro el próximo año. Él e Isabel Molina hurgaron en todos los galpones del persa Biobío buscando en revistas antiguas, si no una línea, al menos los hilos que conectan el origen con el momento actual de la ilustración chilena.
"Es fuerte ver las cartas que los niños enviaban a El Peneca cuando murió Coré en el año 50. Fue como la muerte de Felipe Camiroaga. Era muy conocido, muy famoso en Sudamérica. Era una estrella, se hacían exposiciones de su trabajo", cuentan los investigadores acerca de la figura más llamativa del periodo de oro de la ilustración en Chile, entre las décadas del 40 y el 50. "En ese momento ya hay grandes figuras, firmas y estilos reconocibles, muchísimas publicaciones. En el año 49 están Simbad, Cabrito y Aladino, los quioscos están llenos de revistas ilustradas y muchos libros de Zigzag", agrega Isabel Molina.
Ni Mickey Mouse ni el Pato Donald –que empezaron a llegar tímidamente en los años 30– podían parar el crecimiento de las publicaciones chilenas. Los padres elegían estas revistas para sus hijos por los contenidos que llevaban. Chile se convertía en una potencia editorial, por sobre México y Colombia. También es crucial la ayuda del Estado. "Walt Disney vino a Chile con todo su equipo. Hicieron un recorrido por América Latina en los años de la guerra fría. Lo que se buscaba eran alianzas y colaboraciones también en el ámbito artístico. Él dijo que buscaba dibujantes que pudieran colaborar en su estudio. Se supone que se lo ofreció a Coré y a otros ilustradores chilenos, y todos dijeron que no. En el caso de Coré eran bastante políticas las razones. Pero en general los ilustradores estaban en una muy buena situación acá. Tenían mucho trabajo. De hecho, ellos pertenecían al gremio de la prensa, eran considerados periodistas", explican Claudio e Isabel.
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Las mujeres
Aparte de "La Hormiguita cantora y el Duende melodía" y algunos otros trabajos que hizo con su amiga, Alicia Morel, no es mucho el trabajo que conocemos de ella, pero Elena Poirier es considerada la primera gran ilustradora chilena. "Ella comenzó muy joven, de hecho Coré la lleva al Peneca cuando tenía cerca de 14 años y desarrolló toda su carrera con él. Después ella empieza a hacer las portadas de Simbad, una revista que salió paralelamente al Peneca, más sencilla en sus contenidos y con solo dos colores. Ella se va Europa para hacer unas becas y se queda viviendo el resto de su vida en Roma. Siguió haciendo algunas cosas para Chile con Alicia Morel", cuenta Isabel. Antes de Elena Poirier, uno de los pocos nombres femeninos que aparecen es el de Yola Huneeus –hermana de Marcela Paz–, que ilustró el primer Papelucho. "Las ilustraciones de Roser Bru para Marta Brunet también son un caso interesante.
La ilustración chilena acoge a muchos extranjeros. Desde los inicios hay italianos, alemanes, que llegan a Chile trayendo la tradición europea de la ilustración. Después de los conflictos llegan más inmigrantes de otros países. "Aleluyas para los más chiquititos" es uno de los momentos más altos de la ilustración en Chile. Es un libro muy sutil, casi abstracto. Está en coherencia con lo que se hacía a nivel mundial con el libro álbum".
Las publicaciones de Editorial Rapa Nui son muy importantes en los 50, con todos estos ilustradores extranjeros que llegan y los chilenos nuevos que se van formando logran una visualidad distinta, más cercana al surrealismo.
"Mampato tenía la intención de ser el nuevo El Peneca, pero a la vez distinto. Tiene más historieta, tiene música, manualidades. La ilustración es en general una imagen que comunica; la historieta se define como una secuencia de imágenes que narra. A inicios de los 60 Zigzag ya había iniciado su propia oficina de historietas, que después pasa a ser Historieta Q. Publican hasta 30 títulos distintos, desde western hasta espacial, picaresca; con guionistas y dibujantes muy buenos. A fines de los 60 empieza el declive y la llegada fuerte de las revistas extranjeras. Se empieza a acabar un poco la industria", explica Claudio.
Pepo contó muchas veces que Condorito nace después de la visita de Walt Disney, quien representó a Chile con Pedrito, un avioncito que debía cruzar la cordillera. A Pepo le parecía un personaje débil y quiso representar a Chile con un cóndor. Condorito aparece por primera vez en la revista OK en 1949, y en 1965 se publica su primera revista. En la década de los 70 ya llegaba a toda Sudamérica. El último dibujante del equipo original se acuerda que había un equipo de chistólogos apoyando a los dibujantes.
En los 70 destacan los grandes tirajes de libros y revistas de Quimantú, que compró parte de lo que había sido Zigzag. "Hicieron cambios en los guiones, donde había un justiciero ahora el personaje peleaba por los pobres. Casi todos tuvieron intervenciones que no venían de los mismos guionistas. Era un departamento de sociólogos e investigadores. Había una clara intención de poner ciertos contenidos por sobre otros. Los personajes ya no esperaban al superhéroe sino que se organizaban y resolvían sus problemas. Pero siempre se mantuvieron la fantasía, las buenas historias y los buenos dibujantes. La colección Cuncuna tuvo gente como Marta Carrasco (otra mujer hito), Fernando Krahn (el más internacional de los ilustradores chilenos, que llegó a trabajar para Esquire) y Hervi". Quimantú llega hasta 1973 y Mampato se mantiene hasta el 78. Hay algunos diarios y revistas que dan trabajo a algunos ilustradores como Carlos Rojas Maffioletti, Andrés Julián, Eduardo Osorio, Soledad Folch y Susana González.
"Escasean la producción y el estilo marcado en la autoría. Casi no quedan revistas. La municipalización hace que los libros que se publiquen sean más para el colegio. Hay fenómenos económicos y sociales que dificultan el desarrollo de la ilustración. Muchos de los grandes ilustradores pasan a trabajar para Salo en álbumes o en textos escolares. Siguen dibujando pero los nombres se van perdiendo", explican Claudio e Isabel.
Básicamente no hay ilustradores contando sus propias historias durante la dictadura.
La fotografía entra en reemplazo y las artes visuales se vuelven muy condenatorias con la ilustración. Maliki siempre cuenta que cuando estudiaba en U. de la Chile si un profesor decía que tu trabajo era ilustrativo estabas haciendo algo muy mal.
"El colectivo Siete Rayas es un hito porque son quienes vuelven a hablar de ilustración, se definen como ilustradores. Ahí empieza a resurgir la ilustración chilena. Llegan estas tendencias de afuera. Se empiezan a fundar muchas bibliotecas escolares que necesitan libros para los niños. Buscan afuera libros ilustrados y comienzan a preguntarse '¿hay libros ilustrados en Chile?'. Surgen editoriales como Amanuta, Pehuén y otras".
Las experiencias internacionales de los miembros de Siete Rayas demuestran la existencia de vasos comunicantes con el exterior. Esa visualidad se expande hacia la animación, la publicidad, la cultura del tatuaje y todas las esferas de la vida cotidiana. "Es lo que estamos viviendo hoy. Hay autores chilenos publicando internacionalmente, participando en ferias prestigiosas. Chile se está posicionando nuevamente", coinciden los investigadores.
"Quienes formamos la galería percibimos este ambiente. La Paty Aguilera y Fito Holloway son ilustradores. Con Claudio trabajamos en el área de cultura. Nos interesó reunir en un espacio esto que nos gustaba mucho y que estaba en el aire. No sabíamos si íbamos a durar un año. Ya llevamos 7", dice Isabel sobre la fundación de Galería Plop! en 2008.
El pionero
Antes de Luis Fernando Rojas los ilustradores eran pocos y anónimos. Él es el pionero de la ilustración gráfica y la dirección de arte en Chile, ocupaciones despreciadas por el auge de la pintura. "En mi opinión es el primer periodista gráfico en Chile. Él dibujaba lo que ocurría. Hablo de 1857 hacia delante", dice Pedro Álvarez, académico PUC, investigador y autor de un libro sobre el dibujante.
A pesar de que venía de la clase baja, Luis Fernando Rojas se codeó con la intelectualidad de fines del siglo XIX. Era amigo de Benjamín Vicuña Mackenna e hizo un libro para él, un álbum que retrata a los próceres de la Guerra del Pacifico y del Salitre. "Trabajó con Diego Barros Arana en la Historia de Chile, con Miguel Luis Amunátegui. En un momento llegó a publicar su propia revista que se llamaba La Revista Cómica. Tenía una mezcla de actualidad y cultura. Él era el director, ilustrador y además tenía una litografía. Él era el principal dibujante de prensa satírica del siglo XIX, que era superfilosa. Estuvo en periódicos como El Fígaro, La Lira Chilena, El Radical, La Lucha, La Ley. También en pasquines. Donde muchas veces había criticas fuertes a la Iglesia o a los gobernantes, a los ministros. De alguna forma es precursor de lo que algo hoy se parece al The Clinic", opina Álvarez.
También es uno de los precursores de la publicidad en Chile. Siendo dibujante retratista y litógrafo, hizo publicidad para té, alimentos para guaguas, jabones y aceites. "Fue un retratista de personalidades, políticos, artistas, escritores, pintores. El billete de Arturo Prat actual está inspirado en un retrato de Luis Fernando Rojas, cosa que pasó con muchos otros billetes. Tiene una suerte de 'peak' en su carrera. Hace libros, retrata a la élite, instala su propia litografía, pero con el cambio de siglo y la aparición de revistas como Zigzag empieza su obsolescencia".
El gran referente
En 2013, para el centenario de Coré, Jorge Montealegre lanzó un libro que le tomó años de investigación, en el que aportaron muchos de los más fervientes seguidores del dibujante. Para Montealegre es crucial el contexto de El Peneca, la importancia que tiene la época en que fue dirigido por Roxane, una tía de Coré. "Ella le da una orientación muy progresista y laica en relación a las etapas anteriores. Se abre a un Peneca más social y más masivo, que llega a distribuirse en otros países. Ella es la gran promotora de las colonias veraniegas para niños de pobres. Antes El Peneca era muy elitista, era dirigido por sacerdotes. Roxane era más cercana a la masonería, más política y feminista. La resonancia de Coré tiene que ver con esta llegada a muchos más niños, de diversos orígenes", explica.
Antes de El Peneca, Coré también hizo sátira política, fue parte de la sociedad de artistas e intelectuales que solidarizaban con los republicanos españoles. A ese mundo pertenecía.
"Su legado se instala en el imaginario de lo que llamamos la generación del 50. Niños que tenían 7 o 9 años en la época en que Coré ilustraba El Peneca. Esos niños que empezaron a leer con esas revistas y se llevaron sus imágenes, se llamaron Jorge Teillier, Enrique Lihn, Alfonso Calderón y Armando Uribe. El subtítulo del libro es "El tesoro que crearíamos perdido", por un verso de Teillier". Haciendo la historia del humor gráfico, Montealegre escuchó a todos los dibujantes mencionar a Coré. "Para mí él no era un humorista gráfico, pero influyó en ellos. Themo Lobos siempre te habla de él. Ellos aprendieron copiando los dibujos de El Peneca".
El autor del Silabario Hispanamericano además fue ilustrador de la colección amarilla de Zigzag, que contenía todos los clásicos y tuvo su propia revista, que también llamó Condorito.