La arquitectura, un trabajo experimental

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Un vanguardista para su época, supo absorber las nuevas corrientes, pero también buscar su propio estilo. Su obra fue esencial en el desarrollo de Viña del Mar, y su amor por la profesión lo llevó a ser un actor relevante en el devenir de la arquitectura nacional.




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“¿Por qué cuando el hombre longevo llega a mis años le da por mirar para atrás? (…) ¿Por qué?

En los tantos libros de arquitectura que hemos leído y enseñado, todos hablan de formas, estilos, técnica, hitos, en fin ARTE con mayúscula, y nadie del arquitecto común, de sus luchas, desvelos, pesares y obsesiones o de pequeños y ocasionales aciertos…”. Con estas reflexiones comienza el Libro Crónica Cincuentenaria que el mismo Abraham Schapira escribió, haciendo un recorrido completo por su obra con la capacidad de autocrítica, para destacar  lo positivo y negativo de su quehacer. Hoy, a sus 91 años, habla sin eufemismos, y muchas de sus obras marcaron un hito en nuestra historia, como los icónicos edificios de Viña del Mar que significaron una reactivación de la ciudad. Pero su legado va más allá, y sus cincuenta años de experiencia no solo se miden en obras construidas, sino que en su labor  como docente de la Universidad de Chile y como uno de los pilares de la reforma educacional que tuvo dicha universidad en 1946, además de ser fundador de la revista de arquitectura Auca  (1965), todo un suceso para la época por su diseño y porque proponía un debate en torno a la arquitectura con un lenguaje mucho más abierto

SEA  (Schapira Eskenazi Arquitectos)

Corrían los años 50 y junto a su esposa, Raquel Eskenazi, el amor de su vida y con quien compartió sesenta y cinco años, fundó esta oficina que marcó un hito en la forma de gestionar la arquitectura y sembró las bases de lo que hoy sería el modelo inmobiliario: hacían la gestión, el diseño, lo construían y vendían. Eran otros tiempos, y el talento de esta pareja los llevó a hacerse de gran fama en el medio, no solo por la calidad de los proyectos, sino por la forma en que se desarrollaban, el valor de la palabra y la rigurosidad de su gestión. Por lo mismo es posible encontrar cuadras en donde hay dos o tres edificios construidos por la oficina, de la que también formó parte León Messina Eskenazi.

Entre sus obras destacan el famoso edificio de la calle Pío X, el edificio Los Leones 80, y en Viña del Mar el Conjunto Montecarlo, los edificios Atalaya, Ultramar, Hanga Roa, y el edificio de la Caja de Empleados en Concepción. En 1973 Abraham y Raquel decidieron voluntariamente irse a España en donde estuvieron una década, siempre trabajando. A su regreso a Chile cultivaron otros estilos, pero siempre en una eterna búsqueda y experimentación; si bien su sello se caracterizó por el uso de volúmenes en las fachadas, su obra se puede reconocer en dos etapas; la primera con el uso del volumen y la segunda con la curva.

Su obra (en Viña del Mar)  tiene un destacado trabajo del volumen en la fachada, ¿de dónde surge esta idea? Al igual que todos los arquitectos de los años 50 estuvimos influenciados por Le Corbusier, Mies van der Rohe y Frank Lloyd Wright, a quien admiro mucho, un gran artista que cultivaba la arquitectura orgánica y trataba de adaptar sus obras al medioambiente lo más posible. Esto en contradicción con las ideas de Le Corbusier, racionalista, y para quien la arquitectura debía estar absolutamente al servicio del hombre, una arquitectura humanista (porque sacó todos los elementos de su arquitectura de las medidas del hombre), pero no humanizadora, porque no tiene relación con el entorno ni la cultura en que se realiza. Nosotros en esa época no teníamos la madurez suficiente para hacer un juicio, por lo tanto estábamos igualmente empatados con esa arquitectura y la defendíamos, pero a medida que íbamos trabajando nos fuimos dando cuenta de que estábamos pregonando algo que no nos convencía del todo. Y yo me planteaba entonces que siendo la arquitectura un arte que trabaja con el volumen y el espacio, cuando se llegaba a la fachada ya no eran más volúmenes, y generalmente se presentaba como un espejo en el cual aparecían algunos elementos tímidamente asomando del plano del fondo. Así es como surge esta propuesta de que la fachada fuera también un volumen. En el caso de las obras de Viña las terrazas son el elemento del edificio que se abre al exterior para captar la vista al mar, y trabajamos con ellas porque no tienen por qué ser rectas continuas, y cortamos los balcones de una manera que jugaran con las ventanas de atrás y entre sí para formar una especie de retículo con salientes y entrantes que variaran horizontal y verticalmente. De todas formas, a lo largo de cincuenta años, toda persona evoluciona y va cambiando su visión con respecto a su trabajo y al de los demás. Hay algunos periodos en los que yo trabajé de cierta manera y muchos periodos en que cambié, porque para mí la arquitectura ha sido siempre un trabajo experimental.

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¿De qué forma sus obras influyeron en el desarrollo de Viña del Mar?

En esa época la ciudad estaba durmiendo un sueño centenario, y en el plano no se hacía nada, y si algo se construía era hacia los cerros, pero en cuanto a edificaciones era todo histórico. Había poco interés y poca intervención por parte de la municipalidad en el tema del desarrollo urbano, y más todavía en el litoral. Viña tiene un borde costero espectacular que actualmente está protegido, lo cual es una gran cosa, pero llegó a estar protegido después de que se construyeron un par de edificios grandes en la costa, entre ellos uno mío, el Hanga Roa. Así que no es una crítica a los arquitectos, sino al plan regulador, que debe velar por el desarrollo de la ciudad.

¿En qué consistía su forma de operar? Bueno, lo primero era conseguir el terreno; Raquel era una persona que tenía una  capacidad excepcional para llegar a la gente, por su simpatía y porque verdaderamente se preocupaba de sus necesidades. En el caso de los proyectos de Viña del Mar y los terrenos que había frente al mar, eran casonas de dos o tres pisos muy viejas y que no hubieran sido de ningún interés. Entonces ella se encargaba de hacer los contactos y proponerles el proyecto estableciendo además una corriente de amistad y confianza. Había que ponerse de acuerdo con la mecánica del asunto, que consistía en que finalmente nosotros le pagábamos el terreno con metros cuadrados. A la persona que vendía su terreno para construir el edificio, nosotros después le dábamos departamentos en proporción a la cantidad de metros cuadrados que tenía su terreno. Todos siempre quedaban muy a gusto, y se hacía confiando en el valor de la palabra.

¿Cómo  surge la idea de hacer la reforma educacional en la Universidad de Chile? Yo estuve entre los primeros estudiantes que en el año 1941 llegaron a la Escuela de Arquitectura de la U. de Chile, y se dieron cuenta que la escuela no tenía las condiciones para formar correctamente a un arquitecto, porque faltaban muchas cosas. Entonces intentamos, con bastante dificultad,  hacer la reforma que incluía la malla curricular de las asignaturas y también cambio de profesores. La reforma empezó a funcionar efectivamente alrededor de los años 50; nosotros los jóvenes de esa época (Miguel Lawner, Sergio González, Mario Recordón, Edwin Weil, Germán Bannen y Osvaldo Cáceres, entre otros) considerábamos fundamental estudiar la nueva corriente que era la arquitectura moderna, porque hasta la fecha solo se estudiaba el clasicismo,  y los arquitectos egresaban  y seguían trabajando esa misma línea.

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