Lecciones del modernismo para la crisis actual

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Exterior de La Villa Savoye de Le Corbusier. Foto: Pablo Altikes.

Invasiones, guerras y epidemias han ido moldeando nuestro mundo construido y cambiando nuestra realidad a lo largo de la historia. Hoy, más que nunca, surge una interrogante interesante que nos permite preguntarnos por el papel que juega la arquitectura contemporánea y cómo debiera adaptarse a este nuevo mundo, de nuevos códigos, pos-Covid 19.




Desde diseñar viviendas más flexibles, pensadas en ser usadas muchas más horas al día, por más personas y en más situaciones diferentes, hasta hospitales mejor preparados para recibir a grandes cantidades de personas con enfermedades contagiosas. Hay un inmenso desafío de cómo tendremos que adaptar nuestros espacios privados y públicos para que sean más preventivos e higiénicos. De ahí que el título de la próxima Bienal de Arquitectura de Venecia 2021 sea “¿Cómo viviremos juntos?”, considerando la emergencia climática y de salud pública actual.

La idea de escribir acerca de la relación que han tenido la arquitectura y el diseño con la condición social y sanitaria del momento surge de un video muy explicativo y gráficas fotos de la historia de ambos de Ernesto Torrico en El Confidencial, diario español: “Cómo la arquitectura pospandemia ha moldeado siempre nuestras ciudades”, que recomiendo. Comienza con imágenes de niños estudiando en París, Ámsterdam y Berlín, hacia 1932 aproximadamente, donde llama la atención la infraestructura de estas salas: abiertas, con inmensas ventanas, o simplemente muros de ventanas plegados en su totalidad. Fueron las conocidas ‘escuelas al aire’, o ‘escuelas antituberculosis’. Nos remontamos a una Europa hacia finales del s. XIX y principios del XX que combatía una gran pandemia que se expandía rápidamente por las grandes ciudades, y que poco se entendía. Por décadas, lo único que se sabía era que era infecciosa, que habitaba lugares oscuros y con polvo, y que el sol, el aire libre y el reposo ayudaban a los enfermos. “Desde mediados y fines del s. XIX el movimiento higienista que promovía una ciudad y una arquitectura ‘sanas’ adquiere máxima importancia para el urbanismo y la arquitectura”, señala Fernando Pérez Oyarzún, director del Museo Nacional de Bellas Artes.

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Escuela al aire libre o antituberculosis. Ilustración: @kmilkoffice.

Un poco de historia

Desde fines del s. XIX se levantan nuevos cuestionamientos sociales y del modo en que nos relacionábamos con nuestro entorno. La higiene pone sobre la mesa el hacinamiento, la salud mental y física de las personas. Tenemos ejemplos como ‘el Gran Hedor’ de Londres, 1858, cuando la ciudad se vio invadida por el olor del río Támesis, vertedero por siglos de desechos humanos, animales e industriales y que queda al descubierto. Se debió purificar el río y drenar la ciudad, pues se pensó erráticamente que era el olor del agua la causa de la enfermedad, y no las bacterias que vivían en ella. El famoso miasma. Vuelve en Europa el trazado hipodámico, o de damas, que facilitaba la instalación de alcantarillados. Las ciudades que por siglos fueron amuralladas se abrieron, dando paso al viento. Ejemplos como Barcelona, que a mediados del siglo XIX y debido a su hacinamiento, falta de higiene y devastadoras epidemias terminó reinventándose y limpiando en densidad; ensanchando sus calles, con el hasta hoy exitoso Ensanche. O París, donde Haussmann interviene a gran escala y le da, entre otras cosas, sus lindos y amplios bulevares, espacios abiertos en los cuales descansar y recibir el sol y el aire libre.

“Hoy hace falta pensar la vivienda de carácter social no solo como una unidad habitable, sino como parte de un diseño mayor urbano sostenible de calidad”

dice la arquitecta Antonia Lehmann.

Lo que enseña Europa

En Europa, y en plena prevención de la tuberculosis, los arquitectos y diseñadores se lanzan a diseñar hospitales, sanatorios y viviendas de grandes ventanales, con amplias terrazas, donde la escuela Bauhaus juega un rol fundamental.

Y es que la tuberculosis se transformó casi en una obsesión. Recién en 1882 Robert Koch descubrió su causa, que era contagiosa y capaz de acumularse en el polvo. Antes solo se trataba con aire de montaña y rayos de sol. Con el nuevo descubrimiento el foco cambia: eran las casas las que estaban enfermas. Alfombras, cortinas, tapicerías, muros oscuros, roperos y lugares donde se acumulaba el polvo son eliminados con la idea de sanear los espacios. Fernando Pérez argumenta que “la conciencia acerca de la forma de transmisión de las infecciones hace que se comience a apreciar la importancia de los servicios higiénicos, pero también de la ventilación, la iluminación y el asoleamiento. Eso que Le Corbusier denominó las ‘alegrías esenciales’. Pero la higiene no solo fue una determinante para la arquitectura. También fue una poética. Edificios blancos, iluminados, pulcros, eran la personificación de una estética de la salud”. Le Corbusier escribiría “Los cinco puntos de la arquitectura moderna”, donde su Villa Savoye es la máxima expresión, y los resume: el uso de pilotis, que elevan los cimientos para alejar los gérmenes y sustituye los muros estructurales por pilares de hormigón armado, permitiendo que la planta baja se transforme en un espacio despejado y destinado a las circulaciones, en una perfecta relación del edificio con su entorno urbano y dejando el nivel de tierra en función de las comunicaciones, suprimiendo así la humedad, y donde el jardín pasa por debajo del edificio y ocupa su terraza. La planta libre, donde el edificio no tiene restricciones en su uso interior (permitido por la eliminación de los muros estructurales, haciéndolo independiente de la distribución de la estructura). El diseño libre de la fachada, ahora de una delgada piel. La ventana horizontal, que atraviesa la fachada a todo lo largo, iluminando las habitaciones equitativamente, y la quinta fachada, renunciando al techo inclinado o en aguas y permitiendo darle un uso doméstico y accesible. El aporte esencial de Le Corbusier consiste en una decodificación de sus teorías. Muchísimos edificios posteriormente respetarían estos ‘cinco puntos de la arquitectura moderna’.

Las nuevas ideas exploran desde lo más básico a lo general. La ventilación cruzada nacía del raciocinio de que si el ser humano al dormir eliminaba toxinas, las sábanas debían ser sacudidas y las ventanas abiertas permitiendo al aire y el sol entrar a la habitación, o el diseño del común lavaplatos, idea de Marcel Breuer para la casa de Walter Gropius, donde estuvo a cargo del diseño de todo el mobiliario, y que desde entonces ningún dibujo lo ha superado: con dos cubetas, una destinada al lavado y la otra al enjuague, con llave monomando que se podía direccionar a ambos espacios y con un sector para luego escurrir y dejar la loza secar. Además, el lavaplatos debía situarse bajo una ventana, donde los rayos de sol permitiesen ver la suciedad.

Para Antonia Lehmann, “efectivamente las propuestas formales y estructurales de la Bauhaus y Le Corbusier se ven influenciadas por el largo historial insalubre de las ciudades medievales, de calles estrechas, fachadas muy cercanas entre sí con ventanas pequeñas y poco sol, sumado a la falta de alcantarillado y medidas de higiene generalizadas. Las ideas urbanísticas de Le Corbusier y el movimiento moderno se plasmaron radicalmente en el diseño de Brasilia de Lucio Costa y Oscar Niemeyer… aunque a la gente no le gustó vivir ahí y sigue buscando el encanto del encuentro y la intimidad que proveen las callejuelas antiguas de los barrios de antaño. Las ciudades se construyen muy lentamente, y cada generación hace su aporte…”.

El Sanatorio de Paimio de Alvar Aalto (1932), La Villa Savoye de Le Corbusier (1929), la Villa Tugendhat (1930) de Mies van der Rohe, son perfectos ejemplos de la proyección basada en las nuevas teorías de la arquitectura moderna.

Y en Chile, al igual que en el mundo entero, estas doctrinas también llegaron y se manifestaron; pero al carecer de dos grandes guerras mundiales y una historia diferente, nuestro acercamiento fue a través de un proceso educativo, racional. Aprendimos del Conjunto Habitacional Marsella, de Le Corbusier, hacia los años cincuenta; para el arquitecto Pablo Altikes, una maravilla de la arquitectura moderna. El movimiento moderno fue un actor clave en la construcción cultural de Chile en el siglo XX. Al principio en obras privadas, pero luego sus principios urbanos y paisajísticos fueron adoptados por el proyecto modernizador del Estado que comenzó tras los conflictos sociales de principios del siglo pasado. Y fue durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941), el primero de los tres gobiernos radicales, donde el Estado asume completa y definitivamente su rol como proveedor de la sociedad, donde en su programa se explicitaba el cariz social que su gobierno llevaría, a través de su lema de campaña “gobernar es educar”, dejando claramente establecido que sus principios apuntarían directamente al área social, interviniendo y proveyendo. Como el “Edificio defensa de la raza”, bajo el plan de la Institución Defensa de la Raza y Aprovechamiento de las Horas Libres, donde ‘raza’ se entiende como obreros, que motivaron al Estado a intervenir debido a las precarias condiciones de salud y educación en que se encontraban. El Estado tendría la obligación de asegurar la felicidad del hombre nuevo.

En pleno proceso de industrialización del país, la producción habitacional del Estado incorporó conceptos como la habitabilidad, el acceso universal a la vivienda y la higiene. La alimentación e higiene personal, cultivar el espíritu y el cuerpo a través de deportes, excursiones, lectura, música, entre otras actividades de esparcimientos, sanas y enriquecedoras, los alejarían de los vicios, y el uso correcto de las horas libres constituiría un beneficio tanto para los individuos como para la sociedad.

En Chile

Para Pablo Altikes, y en este orden, arquitectos como la oficina Bresciani Valdés Castillo Huidobro (BVCH), creadores de la Villa Portales y el conjunto habitacional Matta Viel; Emilio Duhart, creador del edificio de la Cepal y de la ciudad universitaria de Concepción; Mauricio Despouy Recart, arquitecto del Hospital del Trabajador, o Carlos Barella Iriarte más Isaac Eskenazi Tchimino, creadores de la Unidad Vecinal Providencia, con Kovacevic a cargo del paisajismo, son grandes representantes de la escuela moderna en Chile, dejando su huella en nuestra sociedad y en nuestras ciudades. A cargo de la Corvi y la Cormu se proyectan unidades que representaban los ideales modernos, con su perfecta interacción entre espacio privado y espacio público, construyendo lo que podríamos denominar un espacio común, capaz de acoger a los habitantes y dar cabida a sus actos, promoviendo la vida en comunidad y la interacción social. Parques, estanques de agua, pajareras, canchas de entrenamiento, formaban parte de los proyectos. Lamentablemente la eliminación de estas corporaciones que promovían por ley el diseño de estos espacios perimetrales de recreación y convivencia frenó su expansión y, junto a los avances de la ciencia -que con los años han permitido opciones más avanzadas de tratamientos y vacunas-, el uso de la arquitectura y el diseño de la ciudad para tratar las enfermedades infecciosas disminuyó.

Pero hoy, paradójicamente, nos encontramos en la misma situación. La arquitectura por sí sola no será la solución a todos nuestros problemas, pero contribuye a humanizar los espacios que habitamos. Debemos unir urbanismo, diseño y ciencia, donde temas como la privacidad, la necesidad de espacios más flexibles, transportes menos riesgosos como las bicicletas, distancias más cortas, sean discutidos para conseguir una mejor calidad de vida para todos.

“Hoy es un desafío el diseño de espacios públicos de calidad que inviten al encuentro y al mismo tiempo se constituyan con una arquitectura de diseño contemporáneo y que promueva la vida sana. Los intentos históricos que se hicieron en Chile y que recogían estos planteamientos modernistas fueron la remodelación San Borja y también las torres de Tajamar, como edificios sueltos en un parque continuo”, comenta Antonia Lehmann.

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Hospital Regional de Antofagasta, obra liderada por Fernando Devilat del Departamento de Arquitectura del SNS, donde participaron los arquitectos Alfredo Celedón Silva, Hernán Aubert Cerda y Frank Fones. Foto: Pablo Altikes P.

Desafíos… “Lo que hoy hace falta es pensar la vivienda de carácter social no solo como una unidad habitable a la que debe accederse de cualquier manera, sino como parte de un diseño mayor urbano sostenible de calidad, es decir con arbolado sostenible, iluminación, veredas, plazas bien equipadas y zonas de equipamiento reservadas que puedan ir creciendo progresivamente, en la medida en que esos barrios de buena calidad van adquiriendo historia y plusvalía. Y no como ahora que devienen en guetos. De a poco y con esfuerzo vamos construyendo ciudad hacia eso”

agrega Antonia Lehmann.

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