A lo largo de los cinco años que lleva funcionando la Casa de Oficios –un espacio donde se enseñan oficios divididos en dos categorías: culinarios (incluyendo pastas, quesos o charcutería) y manuales (como costura, textiles, encuadernación, bordado, etc.)– sus creadores –Teresa Díaz y Tomás Cortese, diseñadora y arquitecto– han notado varias cosas, tales como la tendencia mundial de volver a los orígenes, de aprender a hacer cosas. Una tendencia opuesta a la manufactura en serie, a lo desechable y sin identidad. Han visto que los alumnos –más de 1.200 solo en 2016– dentro del oficio buscan un espacio de reflexión, algo que los saque de su rutina, que les dé intimidad con la materialidad, con los procesos y sobre todo con un tiempo que transcurre de otra manera; tiempos de espera, de maduración y secado que deben ser respetados. Esa búsqueda se complementa con el deseo –especialmente en las generaciones más jóvenes– de emprender, de vivir de lo que les gusta. Así es como también observan que cada vez más gente toma los cursos y emprende con los conocimientos que adquiere.
Mercado de Oficios –abierto desde agosto en el Drugstore– surge para comercializar lo que se genera en Casa de Oficios. En parte porque el proyecto es mucho más grande que eso. "El objetivo principal es la comercialización de objetos, insumos y herramientas, junto con brindar un espacio de exhibición y para hacer talleres y charlas en torno a los oficios. Una introducción, talleres de arreglos de flores, de apicultura, de recolección de hongos y un sinfín de temas", dice Alejandra Wood, quien junto a José Herencia y Mauro Valdés, más los dueños de la Casa de Oficios y Amercanda –oficina experta en montaje y museografía– es parte de la sociedad tras el Mercado de Oficios.
Los socios han formado un colectivo que llamaron Los Chile y desde 2015 vienen conversando sobre una plataforma de gestión de proyectos y negocios con sentido en torno a lo que se hace y se come en el territorio. Primero se une a la Casa de Oficios y ahora añade este espacio para la comercialización. Sin embargo, su interés va más allá, va por abrir instancias de formación y perfeccionamiento, por el trabajo con maestros y artesanos, a lo largo del país.
"Nuestra mirada es abrir una red de colaboración. En nuestro caso no hay un límite tan claro en las técnicas y las materias primas. No tenemos problema en mezclar las tradicionales con las contemporáneas. No tenemos una definición académica de dónde llega la artesanía y dónde comienza el diseño", dice Alejandra Wood. "Nos importa mucho más que las cosas estén hechas con oficio, que haya manufactura, saber quién lo hace, cómo lo hace, el origen también", agrega Teresa Díaz.
En las estanterías de madera diseñadas e iluminadas por Amercanda hay objetos tallados de Patricia Fermín y Néstor Miranda, un matrimonio de Villarrica; hay piedras de Cantera Deco, que trabaja con un grupo de pirquineros y maquinaria pesada; está el trabajo de colectivos de Chimbarongo, el del último artesano que trabaja el mimbre más fino, Segundo Rodríguez; el Voqui pifulko de Olga Cárdenas desde Osorno y cientos de nombres, apellidos, procesos e historias. El Colectivo Fermento explica bien los beneficios que trae esta red: "Se formó en Casa de Oficios. La profesora de quesos armó un colectivo con productores del sur y de Santiago también. Ella fue con sus alumnos a la zona de Chanco, donde producían quesos solo cuando las vacas daban leche. Ahí les enseñaron a hacer quesos de guarda".
Para funcionar como una red de socios más que dentro de una relación de compradores y proveedores tiene que darse un entendimiento de lo que ambas partes necesitan. De acuerdo a esta experiencia piloto llegar a un precio justo es posible. El diálogo es lo fundamental en este sentido, saber cuánto tiempo le toma al productor, sobre sus materias y cómo las consiguen. Se trata de entender al artesano en un contexto territorial, social, familiar. Otra parte fundamental es la presentación de los productos, cada uno con los nombres de sus creadores y su historia. "En Amercanda llevamos 20 años trabajando en museografía. Por un lado tenemos esa experticia de contar historias y poner en valor objetos a través del diseño. Por el otro, eso nos ha llevado a fascinarnos con cultura local y los oficios que ahí nacen. Esta manera de mostrar cosas tiene esas dos vetas, la parte del diseño, de una iluminación bien estudiada, para dar a cada objeto su contenido y su historia", explica Pablo Cordua.
"Los Chile somos un colectivo que está trayendo muchos proyectos. Estamos en proceso de cerrar algo en Frutillar o Puerto Varas. Y estamos demostrando que al trabajar colaborativamente se empiezan a multiplicar los beneficios sociales, comunitarios... la felicidad en definitiva", finaliza Teresa.
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