Va a cumplir 100 años pero está en las manos de Verónica hace más o menos siete. Ella compró esta casa de piedra cerca de la cordillera con todas sus historias de primera mano: pertenecía a la suegra de su hermano. Ella misma le dio a Verónica las fotos que registran su construcción, hecha completamente con piedras del río Mapocho, más bien de un brazo pequeño que pasa muy cerca. Ella también le contó cómo lo que hoy es una salita solía ser el depósito de la leña que ella cuando niña ayudaba a acumular.
"Nosotros siempre quisimos una casa cerca de la cordillera. Mi marido siempre ha subido cerros. Desde antes de casarnos mirábamos casas por acá. Cuando se nos presentó esta oportunidad no lo dudamos. Siendo una casa de piedra no la puedes modificar en nada, uno la asume como es en su forma. La antigua dueña la recibió a puertas cerradas. La primera dueña se la dejó llena de chiches. Una que otra cosa quedó para mí, las cortinas, algunos sillones, algunas camas, y unos muebles como holandeses. Yo digo que son herencias que venían con la casa y me encantan", cuenta Verónica. Más que de los objetos ella es fanática de las historias que los acompañan. Tiene en su casa un gong que su marido compró en China, convencido por un chino que no podía creer que nunca había tocado un gong; un trineo que compraron a un anticuario en Nueva York; una figura policromada que las artesanas de Talagante hicieron por encargo.
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Color contra el frío
Las personas que conocen a Verónica y su familia dicen que esta casa no podría ser de otra manera más que desbordada de color. "Es importantísimo en mi vida. Es un sello de nuestra familia. No somos de blancos ni beiges ni neutros. Para mí el color es capaz de trasmitir tanto que siempre lo elijo intenso. La piedra puede llegar a ser demasiado oscura. Incluso el color aumenta la temperatura en una casa de cordillera como esta".
Aquí llegan las señales de teléfono e internet, pero los smartphones y tablets no son bienvenidos. En la casa ni siquiera hay televisor. "Tenemos naipes y juegos de salón, guitarra, brasero y parrilla. Tenemos un bosque para jugar a la escondida. Todos hacemos juegos de verdad, nos reímos de verdad. No hay nada virtual. Muchas veces veo a los amigos de mis hijos llegar enchufados, preocupados porque se van a quedar sin señal. Al rato la cordillera y la casa ganan y se olvidan de los teléfonos. A nadie se le ocurre estar pendiente de la redes sociales cuando tienes un telón bajo las estrellas para ver películas y un brasero con marshmellows".