Por Soledad García-Huidobro Producción Isabel Margarita Carrasco y Andrés Blanco Fotos Jaime Palma y Roque Rodríguez.

EL PAISAJE PROPIO. El reconocido fotógrafo nacional Pablo Valenzuela, siempre ha tenido un especial interés por retratar el paisaje. Misma intención que se amplifica cuando nos abre la puerta para que conozcamos su jardín.

Lleva 20 años habitando este espacio, pero fue en 2002 cuando el jardín recibió la fuerza para hacer un gran cambio. "Nos ayudó nuestra amiga y paisajista Carol Krämer y nos hizo un plano para hacer la piscina. Los dos Acer japónicos fueron los que articularon el plan, porque no los queríamos perder. Ella armó además los senderos con durmientes", cuenta.

Luego siguieron solos. Pablo, encargado de cortar el pasto, y su mujer, en todo lo que es poda y mantención. "De los árboles que hay acá los que más me gustan son los bellotos nativos. En su época tuvimos coihues, pero lamentablemente murieron", explica.

Hay un gran gomero de hoja chica y nigricans combinados con arbustos de menor tamaño. "El jardín es muy verde, es una de las características que tiene, porque no nos gustan los colores chillones", dice.

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Corría 1996 y Pablo Valenzuela y María José Cortés decidieron dejar una casa Ley Pereira ubicada en el barrio El Golf para venirse a la que hoy disfrutan junto a sus hijos. "Queríamos un poco más de espacio y jardín. Por un aviso del diario, descubrimos esta casa en una calle muy tranquila, con veredas anchas, en que jamás habíamos estado. Nos gustó de inmediato", cuentan. Les llamó la atención su arquitectura tradicional, sin pretensiones, "una casa sólida, hecha con materiales nobles", suman.

Durante los 20 años que llevan aquí han realizado muchas remodelaciones, más que nada de materiales y revestimientos, sin tocar lo estructural. "Todos los cambios los hemos hecho en forma parcelada, muy de a poco, ajustándonos al presupuesto y a las ideas que van surgiendo", comentan.

El primer cambio importante fue en el jardín, donde hicieron una piscina y trasplantaron algunos árboles. "En esto nos ayudó nuestra amiga paisajista Carol Krämer, quien nos dio muy buenos consejos".

Otro cambio fue rediseñar y reconstruir el taller y bodega ubicado detrás de la casa. "La María José lo diseñó a pulso, tanto su forma como sus muebles. Tratamos de hacer un taller que nos sirviera a todos y, especialmente, a nuestra hija, estudiante de arquitectura, que necesitaba más espacio", dice Pablo.

En otra oportunidad, decidieron cambiar los pisos, dentro y fuera de la casa: "pusimos parquet en las piezas, baldosa Córdova en la cocina y pasillos, piso de tablas de demolición en living y comedor y adoquines en el jardín y en la entrada de la casa", explican.

Con un estilo de vida que fomenta el vivir la ciudad de manera caminable y pedaleable, decidieron vivir relativamente central, con buen acceso al transporte público. "Por estas razones, nos encantan Providencia y el sector poniente de Las Condes, donde además existen casas tradicionales de mediados del siglo pasado y donde existe vida de barrio y relación con la ciudad", cuentan.

También valoran mucho la existencia de parques y, especialmente, un circuito de trote de maicillo, no pavimentado. "Nuestra familia siempre ha corrido, por eso es genial estar cerca de Américo Vespucio, Presidente Errázuriz, Tobalaba y Pocuro. También importantísimo es estar cerca del colegio y trabajo", suman.

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Desde la casa llegan fácilmente al centro, donde van muchas veces en bicicleta. "Nuestros hijos mayores van a la universidad en bicicleta o en micro–metro, incluso a veces caminando", señalan.

Sin estar pendiente de las tendencias, les interesa que lo que decore la casa tenga un sentido. "Por esto, privilegiamos el hecho de tener cariño por las cosas. Que nuestros objetos relaten una historia. Nos gusta traer piedras cuando viajamos por el norte o el sur. Apreciamos mucho nuestra colección de piedras con forma de corazón -que está a la entrada de la casa- y una serie de piedras cilíndricas que encontramos en Tierra del Fuego. También tenemos un poco de cenizas de la erupción del Caulle. Somos fanáticos del olor a ciprés de las Guaitecas; por eso, tenemos varios pedazos pequeños traídos del sur, de Chiloé y el río Baker. Con esos, hicimos nuestros platos para tomar café", explican.

Cada rincón de la casa contiene cerámicas hechas por María José, quien hace 15 años está en el taller Huara Huara, de la ceramista Ruth Krauskopf. "También voy ocasionalmente a trabajar en los talleres de mis amigas Isabel Izquierdo y Daniela Pulido", dice María José.

Además, aquí ella, ex nadadora, hace clases de natación, "es una tradición desde hace años hacerles clases a niños durante diciembre y enero", cuenta.

Pero esto no es todo. Como trabajo y como familia, tienen la marca 4329 Kilómetros, que es el largo del territorio de Chile. "Esto forma parte de nuestro estilo de vida –nos encantan los viajes- y a nuestro profundo amor por el patrimonio natural y cultural chileno. Desde siempre, hemos recorrido el país, tanto su naturaleza como sus ciudades y pueblos. Nos alegra mucho cuando existe conciencia sobre su conservación, así como nos entristece mucho su escasa valoración y los desastres que continuamente nos afectan producto de nuestra falta de cultura", concluyen.

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