Desde pequeño Gonzalo Ramírez mostró un interés marcado por el arte, le gustaba pintar. Mismo acto que tuvo que dejar de lado cuando entró a estudiar arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso. "La escuela está muy cruzada por el arte, pero yo dejé de practicarlo. Cuando me independicé comenzaron las ganas de comprarme alguna obra", cuenta Ramírez. Comenzó a trabajar en interiorismo con todo un concepto de arte detrás y su primer acercamiento vino hace diez años con una pareja que tuvo y con quien se compró su primera obra, una de José Fernández. "Así empecé a invertir en arte con lo que podía ahorrar cada mes", suma.
Por todo el trabajo que tenía como interiorista tenía mucha relación con los artistas y enmarcadores, como Salustiano Casanova, quien conocía perfectamente el mercado del arte contemporáneo nacional y con quien sigue trabajando hasta el día de hoy. "Así uno empieza a afinar el ojo y empiezas a conocer más artistas y a los galeristas", suma el arquitecto.
Pero el gran salto vino cuando conoció a Isabel Croxatto, quien ha sido su gran galerista. "Nos conocimos porque fue mi clienta, a quien le hice unos muebles para su departamento y terminamos siendo amigos. Ella le movía unas obras a Mauricio Garrido y a la Claudia Peña, así empecé a conocer más", cuenta Ramírez.
Hoy su colección, formada principalmente por obras de artistas nacionales contemporáneos, rodea las 150 con nombres de consagrados y emergentes chilenos y otros internacionales que usan diferentes técnicas, como la fotografía, el collage y la pintura, entre otras. "Mis artistas fetiches son José Pedro Godoy, Margarita Dittborn, Juana Gómez, Mauricio Garrido y últimamente Cecilia Avendaño. Tengo algunos internacionales que los he adquirido en viajes o por internet. Pero básicamente son emergentes nacionales y algunos consolidados como la Paz Errázuriz que pasan a ser mi objeto de deseo", cuenta.
Teniendo una colección importante debía encontrar el lugar donde disfrutarla. Por dato llegó a conocer esta casa que siempre estuvo en su mira, desde que vivía frente a ella. "Era la típica casa de Providencia que se va degradando con la edad de los dueños. Cuando supe que estaba a la venta la vine a ver, y constaté que estaba en precarias condiciones porque su dueño tenía mal de Diógenes. Yo entré y dije: la quiero", cuenta.
Tuvo poco tiempo para arreglarla ya que debía dejar el departamento en el que estaba, por lo mismo habló con sus maestros para sacarla adelante en tan solo tres meses. Lo tenía claro en su cabeza antes de intervenir: quería mantener la estructura, por lo que cambió todo lo que no se veía como la parte eléctrica, la calefacción y la gasfitería. "En el momento en que vas pensando y diseñando la casa ya sabía perfectamente qué cuadro iba en qué lugar. Asimismo pensé la iluminación y cada detalle que hay en el interiorismo de la casa", cuenta el arquitecto.
Debido al estilo noble de la arquitectura quiso mantener el carácter que va con su gusto y se encargó de hacer todo a la medida. "Mantuve la chimenea, que era de mármol pero no estaba bien diseñada, por lo que la hice de nuevo. Y puse la mesa Tulip de mármol en el comedor para ir hilvanando materialidades", explica. Al tener tantos objetos supo que la base debía ser lo más simple posible y de esta manera poder disfrutarla junto a sus tres perros y compartirla con los amigos y familia.
Gracias a tener un ojo bien alimentado Gonzalo se ha ido interesando por todas las ramificaciones del arte, llegando a hacer la curatoría de la reciente subasta de arte de la Fundación Todo Mejora. gonzaloramirez@daco.cl
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