Pilar Ovalle: Reensamblada
Reconstruirse, armarse de nuevo, recoger tus pedazos de siempre para resignificarlos y partir otra vez. Esta prolífica escultora chilena comienza recargada su propia versión 2.0, una nueva etapa de vida y de obra tan potente como sus inicios.
Visitamos su casa-taller en Catapilco, donde estuvo concentrada trabajando los últimos 7 meses de ‘pandemia’, y conversamos también con ella en Santiago, revisando estos 30 años de obra y hacia dónde decanta su escultura. Son tres momentos; tres etapas en la vida de Pilar Ovalle.
La semana pasada Pilar comenzó la segunda mitad de su vida. La entrevistamos en medio de su cumpleaños 50 y –casualidad o metáfora– en plena reforma de su casa…
Aproximadamente tres años atrás, por un problema de salud tuvo que cambiar de formato. “Tuve un problema a la carótida, una disección. Puede ser que haya sido una pasadura de cuentas”, dice, porque las grandes piezas y las máquinas pesadas que ha usado toda la vida para trabajar la madera le requerían hacer mucha fuerza. Entonces, de sus obras de proporciones enormes pasó a algo más pequeño, igual de interesante y significativo.
1. NO CALZO - LA CONTRUCTIVISTA
Autoexigente, matea, buena para las normas, pero flexible y apasionada a la vez, sus inicios en el Instituto de Arte Contemporáneo le dieron toda la flexibilidad para explorar sin cortapisas y encontrar temprano su lenguaje y vocabulario propios.
“Lo que fue una necesidad se volvió un logro”, dice, porque en vez de la enseñanza canónica, Pilar comenzó con retazos de madera que recolectaba en fábricas. “Con todo eso empecé a trabajar volúmenes grandes, como totémicos, fue lo primero que hice ensamblando y encastrando. Por eso me fue tan bien tan joven. En la Chile y la Católica enseñaban a desbastar un tronco con gubia, con moto sierra. Yo no llegué desde ahí, partí desde el pedacito chico, dije: ‘cómo hago volumen con esto?’. Me sirvió mucho porque por mi cabeza soy muy constructiva, entonces llegué rápido a encontrarme con el elemento... y una cosa es que te guste y otra es encontrarse”.
Con varias exposiciones en Brasil, San Francisco, Nueva York y sus obras en los museos de Oscar Niemeyer en Curitiba, en el Ludwig Museum de Arte Contemporáneo de Budapest, o en el Royal Botanical Gardens Collection de Canadá, su trabajo ha sido su espejo, el soporte en el que ha ido plasmando honesta y descarnadamente los procesos de su vida.
En su primera fase sus retazos de madera ensamblaban perfectamente, pero en la vida a ella no le parecía que ocurría lo mismo. “No me siento parte de una generación. He tenido un trabajo extremadamente solitario, por mi cuenta, y me hubiera gustado compartir en un colectivo”.
Se casó, cuenta, con un agrónomo, y se fueron al Elqui, valle que por 8 años y en bastante soledad le regaló la meditación, domar su impaciencia y volcarse hacia sus profundidades. “Eso fue muy potente, hoy es más difícil adentrarse, tienes los referentes aquí encima con internet, pero entonces tuve que descubrir y buscarlos dentro”. Parte de esta soledad también tenía que ver con los tiempos, con un Chile que en los 80 y 90 era tremendamente acartonado y prejuicioso. “Tenía un dolor interno potente, por eso esta vehemencia con mi trabajo. Ser mujer artista no fue fácil. Cuando me fui a San Francisco (EE.UU.) me di cuenta de que las artistas mujeres tenían una vida integral, con todos sus roles, y nadie les cerraba la puerta. Acá te dicen, ‘ah, no, imposible que también seas buena mama’, por ejemplo. Todo está estipulado. Pero tenía una sed de coincidir con otros, que es ahora en lo que estoy, buscando mi tribu”.
2. DESFORMATEARSE, REARMARSE
Si al inicio fueron los retazos de madera los que marcan su primera etapa, “luego fueron los despuntes de la propia naturaleza”, dice, los que van dando vida a su obra. Se fue al Sur el 2004 y empezó a recolectar los trozos que la tierra iba dejando en los bosques, en las orillas de los lagos. Aprendió a curvar la madera en Chiloé y fue uniendo estos tesoros encontrados con la madera nueva estandarizada. Son unos cruces alucinantes de contrastes, de texturas, de raíces intrincadas, torcidas por el tiempo; de trozos casi petrificados que han forjado el viento y la tierra, unidos a la madera lisa, pulida y formateada; natura y cultura que se encuentran, se unen con toda la fuerza de la vida que tan bien expresan piezas como ‘Alma’, ‘Árbol’, ‘Dos hemisferios’, ‘Fertilidad’, ‘Desterrada’, ‘Transfiguración’, ‘Oruga’. Nombres tan decidores que, más que lectura literal y explicativa de la obra, se vuelven la continuación poética de la imagen.
¿Este cambio tiene que ver con tus procesos internos y búsquedas?
Trabajé así hasta el 2012 y luego por necesidad empecé este cambio, a hacer algo más narrativo; hubo un pare, en el sentido de ¡hacer, hacer, hacer!, y me di cuenta de que necesitaba vincularme con la obra de una manera más descriptiva frente a lo que yo quiero decir. Ahí empecé con las cabezas y con estas obras más chicas, y a meterme con gráfica y dibujo. Yo sentía que, siendo que me había ido muy bien antes, había una falta de conexión entre lo que veía el otro y lo que para mí significaba la escultura; eso no se veía. Desde ahí volví para atrás y a empezar…
¿Un reseteo?
Sí, un reseteo.
Háblame de las cabezas…
Estoy trabajando hace mucho tiempo con cabezas, pero ahora me he dedicado a que tengan un significante, que sean totalmente el espejo de la búsqueda interior mía, del crecimiento personal. La interacción con el observante tiene que tener tacto y movilidad, y lo interesante de eso es que la escultura queda más viva. El ruido que produce, tac, tac, (mueve las piezas), se me imagina que es cómo yo quiero destapar ciertos bloqueos y lograr una mente más flexible, en búsqueda de una mayor conciencia. Al final son gráficas experienciales. Me motiva demasiado porque es en lo que voy y en lo que creo.
Algunas piezas son de formas geométricas, aludiendo a una mente enfocada, y otras van hacia un florecimiento. ¿Qué contienen estos compartimentos de tus cabezas, qué guardas en los tuyos?
Estos compartimentos significan para mí los diferentes roles que, como mujer, como madre, artista, esposa, tengo y también, por otro lado, el descubrimiento de cómo podemos desaprender/aprender. Tiene que ver con una flexibilidad mental que creo que uno tiene que trabajar a través de la meditación, o del encuentro constante con la naturaleza. Son ejemplos de ejercicios que yo trato de tener constantemente en esta búsqueda hacia una liberación.
Esta búsqueda interna y el sentido de trascendencia atraviesan todo tu trabajo, ¿qué certezas o verdades has descubierto?
La búsqueda interna ha sido desde el origen el pilar de desarrollo paralelo entre lo que yo he querido trabajarme y el desarrollo de la obra. Ha sido el ejercicio donde quiero plasmar simbólicamente a través de la materia estas búsquedas. Creo que soy tremendamente existencialista, y también es un trabajo de resiliencia por relatos biográficos. El centro, el núcleo de la obra en temática y contenido ha sido desarrollar este simbolismo de este camino de transformación personal o ampliación de la conciencia. Es algo que va aumentando el hambre de conocimiento para poder sentirme más plena y conectada a la red.
Hay que formatearse desde adentro…
Claro, el vacío, estar en el vacío.
3. SEGUIR A LA NATURALEZA
¿Qué han significado estos meses de guarda para ti?, ¿en el fondo te vino bien la pandemia, volver a mirar hacia dentro?
En esta nueva etapa, que coincide con mis 50 que acabo de cumplir, he querido cambiar la modalidad, la rapidez, la proliferación de obras, porque he sentido una calma interna, parte de los años recorridos, de la maduración natural del ser humano. Me he querido concentrar en lo placentero que significa crear, dejando atrás lo machaca que siempre he sido, la autoexigencia tremenda que me tenía muy disconforme conmigo misma. Esa autoexplotación de la cual habla Byung-Chul Han, el filósofo coreano, me ha quitado tiempos de ocio, que ahora los he querido recuperar. También como una manera de replantearme, que creo es supernecesario como artista; he querido ser más directa en cuanto a mi proposición en cada obra. Si siempre he tenido una propuesta tremendamente evidente, creo que, como mea culpa, el estar en trance construyéndola ha diluido lo que quiero expresar. Y ahora me he planteado como prioridad ser sumamente aguda en lo que quiero decir. La manera de cómo he abordado el trabajo que empezó hace un año es diferente.
Y estos últimos 7 meses en Catapilco trabajando, ¿qué salió de ahí?
Salió algo precioso. Fue como volver para atrás. Dije, necesito un cambio, y en esta búsqueda empecé a encontrar más respuestas. Tanta introspección no puede no haber sido significativa, yo creo que nos pasó a todos un poco en esta cuarentena. Por ejemplo, observando los peumos y boldos seleccioné curvas y ángulos rectos que llamaron mi atención, para luego construir una segunda rama, una mímesis de esta. Este acto humilde, de perseguir la forma natural, me hace sentido, por no estar intentando domar la naturaleza, sino que aprendiendo de ella. Ella me regaló esta forma, esto es nuevo, está recién saliendo del horno. Una parte es encontrada (la rama) y la otra, construida.
Y en esta, la segunda mitad de tu vida, habiéndote ya desformateado y desaprendido, ¿cómo te gustaría volver a reconstruirte?
Siento que en mi vida está todo ensamblado y tiene el mismo nivel de importancia. Paralelamente, la escultura está 100% ensamblada. El ensamble es como la estructura con la cual creo el volumen y siempre tuvo un carácter simbólico bien importante.
Las costuras, cómo armo la trama, cuando son trabajos bidimensionales siento que son los tejidos de la vida, cómo uno va armándola; el calce, que tiene que ser perfecto para que se pueda estructurar bien la pieza, es como la metáfora de coincidir, calzar con la vida, en las relaciones, hacer calzar.
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