Dan las 11.30 de la mañana y los grandes ventanales de la fachada delatan movimiento. Gente uniformada se mueve al fondo; dos mujeres al teléfono ordenan los menús en la pequeña, preciosa y retro recepción de la entrada. Al costado y en una mesita Pablo Bagnara se sienta, levanta, vuelve a la silla, toma su lápiz y dibuja en un papel. Francesca Margozzini aparece vestida de negro, pelo tomado, cubetera en una mano y paño en la otra. Empieza el séptimo día abierto de La Dicha y nada ha parado: ni ellos (sus dueños y creadores), ni las reservas, ni los comentarios. El lugar es lindo, estiloso y su clientela quiere ir ya al restaurante con que debutan los banqueteros más exitosos de Santiago.
"Teníamos que dar un paso más allá porque habíamos tocado techo. Lo lógico era un centro de eventos, tratamos y era riesgoso, involucraba a más gente, y queríamos lo nuestro. Yo tenía hambre de un salto y salió la idea. Hice todo el barrido de Alonso de Córdova y Nueva Costanera. Vimos casas, locales, hasta galerías vacías, y llegamos a CV, que aunque ya tenían cerrado el ítem restaurantes supieron que Bagnara y Margozzini estaban interesados y nos mostraron el edificio entero. Ahí elegimos este y lo modificaron con lo que necesitábamos", cuenta Pablo justo antes de agregar que están felices porque levantar esto fue como hacer uno de sus eventos pero de verdad, con la excitación de que no desaparecería al día siguiente.
La casa propia
Con 15 años armando y desmontando todo tipo de fiestas, dictando pautas y desarrollando un sello personal marcado por la calidad en ambientación y comida, La Dicha no podía quedar detrás. Tenían 530 m² (de los cuales 180 son cocina) para hacer el evento eterno, el suyo, el con todo real. "Nosotros queríamos mucho living, mesitas redondas, cuadradas, harto género y materialidades", asegura Pablo, y Francesca agrega: "Esto fue pensado para que la gente venga a disfrutar de manera distendida, como en casa, de día, de noche, con amigos, a celebrar, llorar, a todo. El lugar da para eso, es abierto y la gente se lo puede tomar como quiera".
Para lograrlo eligieron a Macarena Aguilar, de DAW Diseño y Arquitectura, haciendo un trabajo en conjunto que fue desde lámparas a colores y estructuras. "Tenía que ser un restaurante elegante, internacional, pero acogedor; que funcionara y fuese atractivo de día y noche. Por eso la luz influyó directamente con las decisiones de los vidrios transparentes en la entrada, las lucarnas, las plantas. Pablo y Francesca son muy buenos clientes porque saben de iluminación, de diseño, de muebles, están instruidos en temas estéticos. Eso fue desafiante y a la vez muy agradable para tomarse el tiempo en cada cosa. Viajamos juntos a Londres, Perú y millones de lugares haciendo un super scouting juntos para dar con un espacio donde se va a pasar bien. La Dicha significa felicidad. Aquí no hay siutiquerías, se alejan de lo empaquetado para disfrutar de cada rincón", comenta Aguilar.
Grandes detalles
Al entrar, la mirada puede fijarse en varias partes: está la barra de mármol de 7 m de largo, coronada por una hilera de lámparas transparentes dando el toque señorial preciso para quedarse en ella; en frente, un cuadro de Bororo en blanco y negro imponente e impactante viste toda el área de living. En el muro las cajas talladas de Benjamín Ossa y la bella luz de la Umbrella negra de Marcel Wanders, mirando la fila de mesas pequeñas que bordean los ventanales de la fachada, con sansevierias verdes y amarillas (lenguas de suegra) entre ellas, un sello presente en todo el espacio.
Entre las mesas y los cuadros, plantas colgantes, las piezas de cerámica lava alemana de los años 50 a 70, colección que Juan Pablo Johnson, pareja de Bagnara y hoy fuerza fundamental en La Dicha, cedió al proyecto, donde también se ha involucrado en hacerlo funcionar; de hecho, es él –el mismísimo ícono de la banquetería– quien recibe, está a cargo de las reservas y hace de pieza clave para cuando Bagnara y Margozzini tengan evento.
En la planta baja, la segunda barra de blanco mármol, con lámparas de pie pequeñas color bronce y pantallas azul marino, uno de los tonos principales que contrastan en el lugar.
Donde se ponga el ojo hay cuidado: planta viva y contenta; las cerámicas y los cuadros: una excelente muestra lograda tras una alianza de Bagnara con la galería Artespacio, quienes exhiben cuadros y piezas elegidos por ambos.
Comer y pasarlo bien
Esa es la esencia de La Dicha. En su menú, aún en marcha blanca, una ilustración de gallina en patines abre las ganas, igual que los vasitos con camotes fritos y salsas que cambian diariamente y que reciben en la mesa.
Siguen piqueos fríos y calientes: rollitos vietnamitas vegetarianos con salsa nikkei, canapés de centolla y locos; ostiones en su concha estilo batayaki, gyozas de cerdo, foie gras poêlé. Sabores que los identifican en su propuesta de banquetería y que aquí gozan juntos con y sin modificaciones. Entradas –calientes y frías–, ensaladas, fondos. Un completo menú donde la calidad se marca más que la variedad, queriendo ir por ese lado, una coquetería con lo bueno y clásico, pequeños guiños que hablan de Latinoamérica y su sazón.
Se vienen sorpresas y buen estar. Aquí los tres mosqueteros (Francesca Margozzini, Pablo Bagnara y Juan Pablo Johnson), o una suerte de Doña Flor y sus dos maridos, están encima de todo, y cada día el reloj funciona más. Y sí, el nombre significa lo que es: La Dicha.
Alonso de Córdova 4355, L. 2
Tel. 9 8411 9608
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