En teoría dura hasta comienzos de septiembre. Está con nosotros desde junio, cuando aparece tímida, y explota en estos meses haciendo que se encuentre en supermercados y ferias de todo tipo, además de en varias cartas de restaurantes. Pocas semanas para echar mano a este tubérculo (de la planta conocida entre otros nombres como topinambur), que no hace mucho dejó de ser deleite de chanchos (como se alimentaban en el Sur) para pasar a mesas humanas, haciendo gala de su principal encanto: tener sabor a alcachofa. De ahí su nombre en inglés por cierto, Jerusalem artichoke.
Si todavía no las conoce, se las está perdiendo. Las reconocerá por parecerse al jengibre, aunque tiene más relieves y puede ser más oscura también. Seguro las ha visto en ferias gourmet/orgánicas y de pequeños productores. Se han desarrollado varios productos con ellas, tipo harina, hojuelas, infusiones (es buena para el reumatismo y la diabetes) y siempre la venta de frescas. Para pensar cómo comerlas, lo mejor es verlas como si fueran papas; es decir, puede freírlas, saltearlas, hervirlas, asarlas, molerlas. Lo bueno es su gustito a elegante alcachofa, lo malo es que en exceso o en sensibilidades estomacales pueden desatar gases e hinchazones. Nada alarmante como para perdérselas, menos ahora que se va y que todavía quedan tiempos de sopas, una de sus más comunes y ricas preparaciones. Tan solo hervirlas, licuarlas con caldo de verduras, sazonar y colar.
Su posible cacho es pelarlas. Algunos lo hacen después de hervidas. Idealmente hay que comprar las más lisas. Los que no tienen paciencia pueden lavarlas bien, cortarlas hiperfinitas y freírlas, quedan exquisitas y se pueden poner en ensaladas, aperitivo, arriba de la misma sopa, como acompañamiento. Lo más fácil y rico es picarlas en cubos y asarlas con romero y ajo. Después espolvorean algo de merkén y ya está. Un hasta luego a la noble topinambur. @raqueltelias