Angela Covarrubias (43), de buenas a primeras, es un ser humano común y corriente. Descubrimos su trabajo a través de Instagram, puntadas gloriosas que hablan de femineidad divina y de la mundana también. Cuando vemos su obra nos deja un sentimiento en el cuerpo, nos late el corazón más fuerte, y sí, valía la pena entrevistarla.
Su historia es distinta, peculiar. Muy inteligente y de magníficas notas desde chica, entró a estudiar medicina en la Universidad de Chile como para decirse a sí misma, 'bueno, algo tengo que hacer con mi buen rendimiento académico'. Pero nada, nunca le gustó. Intentó de todas las formas posibles, probó con la cirugía infantil, luego con la psiquiatría, pero su corazón no le latía. Luego, años más tarde, quedó embarazada y asumió que era tiempo de colgar su delantal blanco y decirle adiós al bisturí. "Ahí fue cuando decidí dedicarme al arte, que es algo que siempre estuvo conmigo, mucho antes de la medicina. Siempre he sido muy autodidacta con el arte, y siempre ha sido una expresión que me nacía y que la necesitaba mucho para calibrarme interiormente. De hecho el único momento en mi vida que no hice nada de arte fue cuando estudie medicina", dice Ángela.
¿Y cómo comenzó el camino artístico, desde ese punto? Paralelamente, por destino me encontré con la medicina antroposófica, y desde el 2004 que empecé a dedicarme a esta medicina, lo que me permitió integrar mi mirada artística a la medicina, y así fue como me reconcilie un poco con la medicina.
¿Y de qué forma se conecta la medicina antroposófica con tu arte? No sé si hay una vinculación directa, pero son distintas maneras de expresarse creativamente. Obviamente la medicina antroposófica es una que enfoca la totalidad del ser humano, por lo tanto integra el alma, las fuerzas vitales. No sé, es una medicina que necesariamente entra en un ámbito en que la medicina convencional no entra. Y obviamente desde la medicina antroposófica existen mucho la terapia artística y el bordado… conscientemente no tengo mucho una explicación de por qué empezó el bordado.
Y el bordado en sí, ¿cómo entró en tu vida? Siempre pinté con acrílico. Pero un día vi a una señora bordar; me gustaban mucho sus bordados y le dije, 'a ver, cómo es la puntada', y de ahí empecé, primero a hacer árboles. Siempre lo artístico para mí ha sido ensayo y error. Lo que me pasa con el bordado es subcortical, que es un término médico que quiere decir que no pasa por mi cabeza. No pasa por el pensamiento, no tengo que hacer un plan, simplemente sucede, a un nivel mucho más instintivo e intuitivo. A diferencia de la pintura, que me puedo enojar más con ella, enredar más, tengo que pensar más; con el bordado, solo ocurre…
¿Qué espacio le das al bordado actualmente? De a poquito le fui dando más espacio al arte. Primero dos días, y desde este año decidí que este va a ser mi año artístico, y estoy trabajando solo una mañana a la semana en la consulta antroposófica, y el resto dedicada al arte. Y específicamente cada vez le he ido dando más espacio al bordado porque siento que es el lenguaje que más me fluye en este momento y me permite explorar mucho el tema del color, que es lo que más me mueve a mí.
Tus bordados tienen mucho movimiento, ¿qué puntada les das? Busco mi camino con la puntada, pues no tienen ningún patrón, es más bien pintar bordando. La puntada en sí no tiene ninguna importancia dentro del bordado. La perfección no me sirve para lo que yo quiero hacer, para mí la puntada es usar el pincel. Voy llenando planos de color, lo que me importa entonces es el color (…) Personalmente he ido haciendo un camino interior cuyo fin es buscar el acceso al espíritu, entonces todo lo que tenga que ver con mundo interior (por eso hago madres divinas que lo representan, mujeres, geishas, que a la vez es la polaridad, con la carga femenina). La figura femenina me tira. Lo humano y lo divino, las dos cosas integradas en uno. @kikacova
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