Cuando Ricardo Armstrong pregunta '¿cómo te puedo ayudar, guatón?', en realidad no implica ningún juicio a la figura o el peso de uno. 'Negrito' o 'pelao' son otras maneras en que establece cercanía inmediata, con que demuestra una amabilidad que hoy no es tan corriente.
Ese es un rasgo necesario –que seguramente se potencia– cuando se es dueño de un restaurante, y Ricardo lo fue por 25 años. La historia del R., en la plaza Mulato Gil, terminó cuando le anunciaron la remodelación de todo el espacio: "Se portaron muy bien, pero dije 'prefiero retirarme'. Me vine de frentón a Pirque, donde ya llevaba cinco años viviendo. Los traslados, las trasnochadas me tenían cansado". Acá en Pirque asegura haber encontrado tanta tranquilidad que teme que este reportaje quede fome.
"Estoy dedicado a la escultura. Tengo un poquito de dotes de artista, soy hijo de Eduardo Armstrong, creador y director de la revista Mampato, que era un gran pintor el viejo. Alguna veta chiquita me dejó, y lo que me gusta es la escultura. Algunas de ellas se están exhibiendo en este momento en el Golf 50", cuenta Ricardo. En esta antigua 'llavería', una típica casa de inquilinos de adobe y con chimenea, ha creado un espacio perfecto para sus nuevas actividades, también para compartir con huéspedes extranjeros que llegan a través de plataformas como Airbnb o datos de amigos. Además del living con chimenea, la casa tiene dos dormitorios en suite, una cocina y una terraza, todo rodeado por un jardín de ocho mil m², donde Ricardo hizo una laguna artificial, una cancha de tenis, una piscina y un quincho bajo una higuera centenaria.
Lo primero que hizo fue resguardar la privacidad cerrando todo el terreno, arreglar cañerías e instalaciones eléctricas respetando la estructura antigua de la casa, y plantar. "Una amiga que quiero mucho, Marta Durán, que tiene jardines por acá, conoció la casa y me dio árboles muy entretenidos. No es el típico eucalipto por todos lados, tengo hayas verdes, moradas y negras, cinco tipos de acer y robles, entre otras especies. Es un jardín que ya tiene 12 años y se pone cada vez más bonito".
De esta proximidad con la naturaleza viene la inspiración para muchas de las formas que crea con bloques de arcilla de 12 kilos, los que moldea hasta lograr lo que busca, por los que espera alrededor de 48 horas para cortar y ahuecar, los que parcha como nuevos para esperar 20 días más, llevar al horno y luego pulir, pintar y patinar. Después de un mes de proceso salen a la luz objetos como sus zapallos decorativos, muy demandados entre sus clientes, que en más de una ocasión han salido fuera de Chile. "Algún día llegaré a pintar. La casita de atrás es perfecta para instalarse con una Bosca, una cafetera y mis puchos, y estar pintando hasta las cuatro de la mañana con un rico concierto. Ese es mi sueño".
Ricardo dice que su manera de crear espacios acogedores y propios es ir comprando lo que los distintos lugares le van pidiendo, también el gusto por los cachureos: "Me encantan los muebles envejecidos o con pátinas. Voy a Franklin y encuentro las mejores cosas en la calle. Los tipos venden más barato porque no tienen como llevárselas después; ahí no estás pagando el local. Hay muebles que arreglas y quedan maravillosos. La mayoría de los muebles de mi casa tienen esa historia. Soy muy de esperar que el lugar te pida lo que necesita, comienzo a buscar eso y queda perfecto".
Lo importante, según él, es divertirse en el proceso, armar la casa con alma; la gente lo nota y se lo comenta.
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