Adam West no era mi Batman. Pero era el de mi padre.
Para mi, que crecí bajo el alero de los cómics que surgieron tras The Dark Knight Returns y la gran serie animada de Bruce Timm, ese Batman kitsch representaba todos los males del mundo.
Batman merece respeto, me decía. Batman no puede ser representado como una burla. Ese tipo de ideas se repetían en mi cabeza cada vez que mi papá tomaba el control remoto y veía a su hombre murciélago.
Desprecio. Esa era el sentimiento más potente que me despertaba esa serie de televisión. No podía entender cómo mi viejo podía gozar tanto con ese Batman que bailaba twist, podía surfear, recibía instrucciones desde un bati-teléfono o escalaba edificios con un truco obvio, burdo y barato.
Adam West representaba para mi todo lo que mi padre no “cachaba”, lo que no sabía. Era su desconocimiento sobre el verdadero caballero oscuro en su máxima expresión.
Pero crecí. Entendí que Batman no hay uno solo. Que el Batman & Robin de Joel Schumacher es parte de la historia de Gotham, con todas las pestes del mundo que trae consigo, porque en ese mundo también forma parte el Batman de Adam West. Y el aborrecimiento se esfuma cuando notas que no existe una sola concepción válida de un personaje. Cuando tomas conocimiento de que Batman viajó en los cómics por el espacio, tuvo un traje multicolor, fue una cebra o se enfrentó a Bat-mite.
Ya lo dijo el propio Frank Miller, el mismo que influyó en la versión contemporánea de mi Batman. El murciélago es “un gran diamante multifacético” con el que se puede hacer cualquier cosa. Y como todo diamante, se haga lo que se haga, el personaje “nunca se romperá”.
Claramente no se rompió con la versión de Adam West, que presentaba a un jovial Bruce Wayne que disfrutaba ser el protector de su ciudad. Una versión es tan válida como cualquier otra.
Mi padre falleció hace casi una década, pero añoro esos días en los que se ponía a ver su Batman, los días en que nos invitaba a ver a su Tarzán de Johnny Weissmuller y todos esos íconos del pasado que no deben ser enterrados solo porque son propios de otra época.
La muerte de Adam West me trajo el recuerdo a mi padre. Así ha sido cada vez que el Batman ’66 sale a colación. Todo eso hace más doloroso el reconocer lo tonto que fui cuando despreciaba algo solo por no entenderlo.
Ahora daría cualquier cosa por ir a sentarme a su lado en el sillón y ver un capítulo de la serie junto a él. Para que fuese nuestro Batman.