El año pasado, a propósito del estreno de Okja, Netflix y las autoridades del Festival de Cannes iniciaron un conflicto que rápidamente escaló. El certamen puso en duda la participación de las películas del servicio de streaming, y plataformas similares, como parte de su rechazo a los nuevos modelos de distribución cinematográfica. Aquellos que no llegan a la pantalla grande.

Para entender el conflicto, hay que tener en cuenta que Theirry Fremaux, director de Cannes, explicó que en 2017 hicieron su invitación a Netflix para presentar sus películas como parte de la competición oficial, en un intento para que la compañía de streaming estrenase sus películas en cines. Eso, según su punto de vista, es lo que corresponde.

Como eso no se concretó, y diversas voces críticas de renombre, incluyendo a Pedro Almodóvar, cuestionaron la posibilidad de que una película de streaming ganase la Palma de Oro, se dio pie a un veto. En el festival finalmente determinaron que las películas que no se estrenen en salas, serán excluidas de la competencia oficial. De hecho, Fremaux llegó a catalogarlos de productos "híbridos" que no son ni cine ni televisión.

Pero la respuesta de Netflix a ese veto fue simple y dura: golpear a Cannes donde más le duele, impidiendo que producciones de renombre sean presentadas durante su nueva edición.

En Vanity Fair revelan que Roma, la nueva esperada película de Alfonso Cuarón situada en el México de 1970, estaba agendada para aparecer en Cannes, pero sus derechos fueron adquiridos por Netflix.

Lo nuevo de Cuarón no es la única película en esa condición, ya que otras cuatro producciones agendadas para su presentación en Cannes también le pertenecen al streaming, incluyendo a Norway de Paul Greengrass, Hold the Dark de Jeremy Saulnier, la versión completa de The Other Side of the Wind de Orson Welles y el documental They'll Love Me When I'm Dead.

Las hostilidades finalmente han dado pie a dos bandos: los puristas franceses y el impulso que Netflix le da a realizadores que no están recibiendo los fondos de parte de los grandes estudios. Todo eso se traducen en un choque entre los movimientos de defensa que buscan reducir el creciente poder y predominio de las nuevas plataformas, contra la ofensiva de una compañía que no tiene problemas en entregar fondos.

Finalmente, como ningún lado quiere dar su brazo a torcer, todo este conflicto ya toma ribetes de historia sin fin. Y cosas como esas nunca tienen un ganador.